El pasado 21 de marzo fue el día internacional contra el racismo y la xenofobia. En pleno siglo XXI seguimos necesitando un calendario con días que nos recuerden los derechos humanos y la solidaridad. A comienzos del pasado año fallecía Nabody, un bebé de dos años que llegó a Canarias en patera. No pudo resistir las duras condiciones del viaje y la tardanza humanitaria del rescate. Un año antes, Sephora, bebé de trece meses, era arrebatada por una ola en la costa de Canarias, después de cinco días de viaje sin comida ni bebida. Sephora es la primera migrante identificada en un cementerio, veintiséis años después de la llegada de la primera patera a las costas isleñas. Terminaba el año 2020 con el grito de dolor de una madre que, tras ser rescatada en mitad del Mediterráneo, buscaba a su hijo Joseph. Una tragedia que estremece a cualquier alma sensible ante su angustia y dolor: ¿Dónde está mi bebé?, ¡No sé dónde está mi bebé!, ¡Ayudadme!, ¡He perdido a mi bebé! El pequeño Joseph fue finalmente rescatado, pero los médicos de la tripulación del buque humanitario “Open Arms” no lograron reanimarlo. Recientemente una madre pasó varios días en un campamento policial de Canarias mientras su hija de Mali estaba en la UCI, ambas fallecidas. Son sucesos tan dolorosos como el que recorrió el mundo en 2018 cuando el pequeño Alan, el niño sirio de tres años que falleció junto a su hermano Galip, de cinco, y su madre, Rihan, apareció muerto en la playa.
Un año más la APDHA, a través de su informe Derechos Humanos en la Frontera Sur 2021, denuncia la muerte de 1.717 personas en aguas del mar intentando llegar a España, la cifra más alta desde que existen registros. Según dicha ONG “es el tributo debido a políticas migratorias criminales de la que son responsables tanto la Unión Europea como el Gobierno de España”, cuyo único norte, denuncian, es el control y rechazo de migrantes en la frontera sur. Una política migratoria desarrollada desde 1985 y que tuvo sus primeras víctimas a finales de 1988. Fueron los primeros once fallecidos, sin documentación, enterrados en el cementerio de Tarifa, donde la inscripción “inmigrante de Marruecos” puebla los nichos altos del camposanto. Desde aquel año miles de muertos llenan los cementerios del litoral andaluz.
Es inhumano que, después de más de treinta y dos años de aquella fatídica fecha, la mayoría de los recursos gubernamentales vayan destinados a la contención, represión y criminalización de las personas migrantes que huyen de la persecución, de la guerra, del hambre, de la miseria o de los desastres climáticos, intentando encontrar una vida digna. Recursos en los que se invierten centenares de millones de euros, sin olvidar la inversión millonaria de la UE en países africanos para controlar la migración, ejerciendo de gendarmes de la Unión Europea.
La situación llega a límites insospechados cuando vemos como miles de personas duermen al aire libre y a ras del suelo en los puertos, en unas condiciones insalubres, como madres indefensas son separadas de sus hijos, llegando a máximos niveles de crueldad. Lamentables sucesos que llenan de impotencia a los colectivos y personas que entregan su vida a la ayuda de estas personas necesitadas de acogida, calor, cariño y todo tipo de asistencia social y jurídica. Evidencian el absoluta abandono por parte de los Gobiernos de la UE.
Un dantesco “calvario” para crucificar a tantos inocentes. Imaginémonos por un momento que por el azar nos hubiese tocado nacer en la otra parte de la frontera, y que nuestros/as hijos/as y nietos/as viviesen ese vía crucis de la ignominia. ¿Qué pensaríamos? ¿Qué sentiríamos? ¿Qué haríamos? De momento no permitir que nuestros Gobiernos sigan explotando, empobreciendo y apuntalando a los regímenes dictatoriales de esos países.
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