Gaza no muere solo bajo las bombas. Gaza muere lentamente, día a día, hora a hora, de hambre, de sed, de enfermedades curables. Muere bajo el asedio criminal de un régimen que ha convertido cada necesidad básica en un arma de guerra. Muere con la complicidad de un mundo que permite que más de dos millones de personas sean empujadas al exterminio por el fuego y el hambre inducida.
El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ha dado la voz de alarma: no tienen alimentos. No hay reservas y no hay cómo abastecer a la población palestina, porque el ejército israelí impide la entrada de suministros esenciales. Camiones con comida son bombardeados, retenidos, saqueados o simplemente bloqueados. Familias enteras sobreviven con un puñado de arroz al día, con pan hecho de pienso animal, con agua salada o contaminada. Las madres dan de beber a sus hijos agua estancada, sin más opción, sabiendo que probablemente les causará enfermedades.
Ya no queda un solo hospital en pie, ni uno sólo. Ya no quedan medicinas ni electricidad, la muerte por desnutrición se mezcla con la muerte por infecciones tratables. Ya no queda un simple suero para los niños y niñas con diarreas severas. Los ancianos mueren por falta de insulina. Las embarazadas dan a luz sin anestesia, sin higiene, sin posibilidad de salvar a sus bebés prematuros. Las enfermedades más comunes —neumonía, infecciones de piel, fiebre tifoidea, gastroenteritis— son mortales, no porque no tengan cura, sino porque Israel ha convertido la sanidad en un objetivo militar.
El hambre en Gaza no es una consecuencia colateral. Es una estrategia. Es parte de un plan de castigo colectivo que viola todas las leyes internacionales y eso, se tolera. La Convención de Ginebra lo prohíbe. El derecho internacional humanitario lo prohíbe. El sentido común y la moral básica lo prohíben. Pero los gobiernos occidentales —incluyendo el español— siguen manteniendo relaciones con el régimen que impone este asedio.
No es un “conflicto”, es un crimen sistemático que utiliza el hambre como herramienta de exterminio. Un pueblo entero está siendo llevado a la inanición. Gaza es hoy la imagen de una humanidad fracasada que contempla impasible cómo se mueren niños por falta de pan y agua, mientras sus dirigentes cierran acuerdos de cooperación con sus asesinos.
Esto debería ser un grito de auxilio, que la decencia interpelara a los gobiernos y a todos los pueblos, al nuestro también: ¿permitiremos que mueran de hambre con el sello de Naciones Unidas estampado en su certificado de defunción?
La responsabilidad es política. La respuesta también debe serlo. Exigir un alto el fuego no basta. Hay que levantar el asedio. Hay que imponer sanciones. Hay que suspender toda cooperación militar, económica y diplomática con Israel. Hay que dejar de fingir que esto es un enfrentamiento equilibrado. Esto fue y continúa siendo un genocidio planificado y consentido y el hambre, su forma más silenciosa y brutal.
Mientras Gaza muere de hambre, Europa negocia con su asesino. Mientras Gaza se desangra sin medicinas, los ministerios de Defensa y de Interior de España compran munición a quien impide su tratamiento. Y en Córdoba, damos salvas de bienvenida a empresas que hacen caja con los misiles que matan civilizadamente. Eso no es neutralidad. Eso es colaboración criminal.
Este es un texto adaptado a nuestro editorial del “Diario de un exterminio. Parte XII”, del programa «¿Qué tal, cómo estamos?» del 22 de mayo de 2025, que hemos querido traerte desde la última manifestación celebrada en Madrid. Un grito al que nos sumamos con vergüenza de ver cuánto hemos llegado a tolerar como sociedad “civilizada”.
¡El hambre en Gaza es un arma de guerra, y quien no la denuncia, la sostiene!
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