Netflix está apostando últimamente por los formatos cortos, obras cuyo fin es el visionado rápido, haciendo que en el frenesí de la actual sociedad consuma un producto tras otro sin apenas dejarnos tiempo a la reflexión con la automatización de “ver episodio siguiente”. Pasamos de una película a otra, de un capítulo a otro, de una serie a otra, olvidando lo que acabamos de ver y no viviendo la obra, no dejando que nos impregne al completo. Sin embargo, visionar el primer episodio de «El tiempo que te doy» y disfrutar de cada uno de sus escasos minutos, de sus pequeños detalles, te hará sentir cuando la termines el mismo vacío, tan difícil de llenar que siente Lina, la protagonista de la obra.
Tal y como podemos contemplar en los primeros minutos de la narración, Lina (Nadia de Santiago) y su pareja durante algo más de nueve años, Nico (Álvaro Cervantes), acaban de romper y desearían no haberse conocido nunca. Parece otra serie romántica a la que ya estamos acostumbrados pero tal y como se nos indica al principio de cada episodio, vamos a partir de ese recuerdo del pasado que poco a poco la protagonista va a ir superando -que no olvidando-, y pasando tiempo al presente, rememorando tanto los momentos buenos como los malos de su relación mientras poco a poco va reconstruyendo su vida en ese proceso de duelo.
La historia de amor acaba de empezar en un pequeño pueblo andaluz al lado del mar pero los espectadores sabemos cómo va a terminar y nos chocan estos primeros instantes en referencia al cambio, sobre todo en la forma de mirarse que tienen ambos, pasar de la ilusión de un nuevo comienzo a una mirada llena de rabia. Es así como la serie te atrapa desde el primer minuto mediante un interesante juego en cuanto a su estructura narrativa en lo que podemos considerar un experimento formal, partiendo de esta ruptura y tomando otra perspectiva distinta. Eso sí, el espectador debe ser guiado a través de estos anacronismos temporales, ya que Lina no va a recordar su relación de modo ordenado sino mediante saltos temporales -analepsis-. No va a ir saltando del presente al pasado de forma ordenada sino creando una amalgama entre ambos momentos, lo cual no solo se consigue gracias al uso del montaje con tendencias naturalistas y de la fotografía, usando tonalidades cálidas para rememorar el cariño del pasado y tonalidades frías para el triste presente -lo cual poco a poco se va a ir difuminando-; sino al uso de la banda sonora. La música es muy importante en esta serie, ya que le sirve a Lina para recordar la primera vez que escuchó cierta canción con Nico y volver a esos recuerdos, tal y como ocurre con Hay tanto que quiero contarte y su escapada a la nieve. Pero también para describir sus propios sentimientos como refuerzo de la imagen o como acompañamiento de esta, no tratándose solo de música extradiegética o diegética, sino que las canciones transcurren entre esos dos mundos todo el rato y van a cambiar de significado continuamente.
Así es como podemos ver que ambos viven el deterioro de la relación desde ángulos diferentes, ya que pese a que el punto de vista de la narración siempre esté centrado en Nadia, cada episodio nos va ofreciendo nuevos detalles que también nos muestran el comportamiento de Nico. Así, no sólo vemos los recuerdos bonitos de la relación, sino los malos, lo que nos hacen ver cómo poco a poco se ha ido dañando la relación, llegando a entender el porqué de su ruptura. Le vemos abrazarse, apoyarse, reír juntos, hablar del tiempo que les quedan y mirarse con amor y deseo mientras follan desde la retrospectiva optimista (o recuerdo rosa) de Lina, pero también las discusiones y cómo se van haciendo daño el uno al otro, hasta acabar en ese último polvo lleno de dolor.
Cabe destacar que la serie empieza centrándose en ambos protagonistas y, poco a poco nos va a ir mostrando un mayor elenco plagado de personajes secundarios que, si bien la mayoría no van a tener fuerza dentro de la trama narrativa, nos ayudan a entender el interior de Nico y Lina. Entre estos personajes destaca la figura del padre de Lina, convirtiéndose en otro protagonista más en uno de los episodios finales de la obra. Es así cómo encontramos cierto paralelismo entre el duelo que se sufre con la pérdida de un ser querido, como ocurre con la madre de Lina, con la ruptura de una relación. Pudiendo comprobar dos formas diferentes de afrontarlo: anclándose en el pasado, en el recuerdo, o tratando de superar el dolor. De esta forma encontramos en este episodio una reconciliación de Lina con el pasado, con su padre y con ese sentimiento que tenía de no sentirse querida, comprobando cómo después de varios años ambos han sabido entenderse el uno al otro, ya que pese al rechazo que ella sentía hacia su padre debido a sus procesos de duelo contrapuestos, ahora entiende que debe respetar su forma de afrontar la pérdida, ya que cada uno lo hace cómo puede y, sobre todo, cómo necesita.
Pero «El tiempo que te doy» no solo nos habla de los procesos de duelo como hemos señalado, sino que también hace cierta radiografía de la sociedad actual al hablarnos desde un primer momento de cómo estos dos jóvenes deben afrontar trabajos inestables y mal pagados mientras tratan de ahorrar para seguir estudiando como Lina o mientras no encuentran trabajo relacionado con sus carreras como Nico. Además, Lina al trabajar de camarera de noche en el hotel de un pueblo donde, nadie es de allí en verano, nos hace ver el ritmo absorbente del turismo.
Como ya hemos señalado, en el relato continuamente se nos habla del tiempo – tenemos tiempo-, del paso de este, y de la vuelta al recuerdo. En el capítulo siete, tras el funeral del padre de Nico, en la escena en la que ambos están en el baño, encontramos cómo Lina le cuenta lo triste que estaba cuando falleció su madre y cómo pese a que la gente le decía que era cuestión de tiempo, ella seguía encontrándose mal con el paso de los meses, llegando a comprender que era ella misma la que no dejaba que el tiempo pasara. Es en este momento cuando mediante una metáfora nos habla de la propia estructura de la obra cuando nos dice que entonces decidió pensar en los pequeños momentos que vivió con su madre pero cada día, dedicándole un minuto menos, así sería un minuto menos de tristeza. Los recuerdos cada vez ocupan menos tiempo en su cabeza y ya no son todos de carácter feliz, lo cual le ayuda a dejar de idealizar la relación y poderla ver con otros ojos. Es así cómo pasamos de este episodio donde vemos numerosos planos de Lina enferma y triste en la cama, al episodio ocho donde podemos comprobar cómo poco a poco va avanzando en este proceso. Toma decisiones laborales importantes y pese a que en un primer momento no sienta ninguna felicidad al querer compartir los momentos con su expareja, poco a poco va a ir disfrutando de los pequeños momentos de soledad, de los pequeños detalles, encontrando en ello una gran transformación del personaje.
La ocularización del relato en los ojos de Nadia se va a ir acortando cada vez más, pudiendo comprobar conforme avanza la narración planos más cercanos, planos que nos van a transportar mediante su mirada a sentimientos como la negación, la tristeza, la ira y la aceptación. Ella echa de menos a Nico y no sabe si hizo todo lo que estuvo en sus manos por sostener la relación ya que lo fue alejando poco a poco porque le hacía sentir triste y sola cuando él no avanzaba tras la muerte de su padre. Nos encontramos una vez tras otra con recuerdos proyectados por Lina pero en ningún momento con cierta repetición, sino que se trata de un relato singulativo. De igual manera encontramos una focalización interna fija, que en ciertos puntos pasa por una ocularización interna secundaria, cuando no solo vemos el dolor en el rostro de Nadia, sino el hecho que le hace sentirlo, tal y como ocurre tras el accidente en moto de Nico cuando esta se entera que estuvo con otra chica.
Otro elemento muy importante de la trama va a ser el agua. Encontramos como en este entorno se conocen los personajes y se besan por primera vez, momentos antes de saber que Lina le tiene cierto miedo al mar, a «quedarse atrapada ahí abajo, al silencio, al vacío» y con estas palabras ya nos está resumiendo a la perfección su historia, en esas dos horas que pasa bajo el agua Nico cada día. De esta forma, el agua va a aparecer en todas sus variantes a lo largo de la historia, ya sea mediante una piscina en un parque acuático como lugar perfecto para pescar cocodrilos de juguete, como lluvia que cala hasta los huesos cuando se dan cuenta que se están perdiendo el uno al otro o como una caliente ducha que devuelve a la realidad a Lina y que trata de borrarle toda la tristeza cuando esta piensa que no van a volver, que echa de menos el tiempo en el que era feliz y quizás, como todo el mundo se va de su lado, a lo mejor es ella la que tiene algo mal. Pero una metáfora aún más importante en referencia al agua la encontramos en el inicio y final de la serie, ya que Nico nos habla de una suite en el hotel donde se está hospedando con una pecera y cómo le encantaría estar allí mientras que al final vemos que la discusión entre ambos tiene lugar en este lugar. Es decir, Nico ya tiene todo lo que antes quería, pero ha cambiado tanto que ahora que lo tiene, no lo necesita. Metáforas que nos hablan de la evolución de los personajes tal y como ocurre cuando ella se acuesta en una barca en medio del mar con un marroquí que ha conocido días atrás en su viaje de sanación, en su nuevo comienzo.
Bajo la productora de Pablo Santidrián e Inés Pintor «La breve historia», encargada de la realización de cortometrajes como Postales, Empezar por el final, Peceras o La nada y bajo el lema de «películas sobre mares, camas y amores azules; cuentos de relaciones y sentimientos«, crean este relato intimista con un cuidado y sencillo lenguaje visual, plagado de diálogos realistas -y de numerosos silencios-, el cual nos cuenta mediante un ritmo pausado unos conflictos de forma sintetizada pero que calan. No sólo gracias a la conexión e interpretación de ambos actores, sino debido a que la propia estructura es un gran acierto, ya que cuando se pasa por un momento de duelo las imágenes nos vienen así, de pronto, interrumpiendo nuestra vida cotidiana y llenándonos de dolor. Así, las diferentes aproximaciones al duelo que se presentan en «El tiempo que te doy» como un retrato veraz, nos ayudan a entender los procesos de sanación y superación logrando transmitir mucho con poco. En definitiva, una obra que guarda ciertas reminiscencias o intertextualidades con piezas como la clásica Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Michel Gondry, 2004) o la majestuosa miniserie Normal people (Lenny Abrahamson y Hettie Macdonald, 2020) pero que deja atrás obras como The way we were (Sydney Pollack, 1973), High Fidelity (Stephen Frears, 2000), 500 days of Summer (Marc Webb 2009), Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010) o Marriage story (Noah Baumbach, 2019).
Una historia de amor y desamor construida a base de recuerdos que se aleja de lo tradicional y nos enseña la sensibilidad y voz propia de los creadores. Haciendo una comparación con la teoría de Susan Sontag sobre la fotografía, estamos hechos de recuerdos memento mori, de huellas de gente que ha ido pasando por nosotros, de pequeños instantes que guardamos en nuestra memoria, como correr detrás de un tren que estamos a punto de perder o recordar como nuestra madre nos canturreaba de pequeños sabiendo que lo odiábamos, y de otros muchos que olvidamos o guardamos en nuestro subconsciente, y en eso creo que también consiste amar, en “participar en la mortalidad, vulnerabilidad, y mutabilidad de otra persona”. La imagen, al igual que el recuerdo, presenta lo perdido, lo olvidado, “testimonio de la fusión implacable del tiempo”.
En último lugar cabría hablar sobre su final ambiguo, el cual nos puede dar la esperanza de una segunda temporada, ya sea esta mediante un nuevo comienzo si Lina decide volver con Nico y no marcharse a la India -o marcharse juntos- o, encontrar en ella la visión de Nico, es decir, su proceso de duelo. Este final abierto nos muestra otra vez el duelo contrapuesto de ambos personajes, ya que ella ha conseguido avanzar y él vuelve ya que no ha podido olvidarla, pero antes de que Lina responda, «El tiempo que te doy» termina, dejando al espectador con cierta duda. No ha habido final feliz pero hemos podido contemplar como sí ha habido momentos de felicidad; no ha habido un dolor interminable porque hemos contemplado la superación del duelo, así que tal y cómo decíamos al principio, ha habido un poco de luz y otro de oscuridad. Y sí, puedes hacer una maratón con esta serie y verla en poco más de dos horas, como si se tratase de una película, pero va a calarte tan a dentro que no vas a conseguir olvidarla. Y es que pese a tratarse de una historia de ficción, ¿quién no ha deseado alguna vez que el tiempo fuera un breve suspiro, un leve parpadeo, con tal de no sucumbir al dolor? ¿Quién no ha sentido ese hueco insondable que deja la persona amada cuando ya no está?
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