Quien ama el ciclismo sabe que este deporte no se mide en kilómetros, sino en emoción, afán, paisajes y memoria. Y pocas pruebas como la I Gran Fondo Sierra Morena pueden condensar tanto en una sola jornada: esfuerzo, escenarios sublimes, promesas de rozar la leyenda… y en esta primera edición, también, épica. Mucha épica. Aunque no exenta de sorpresas.
La prueba llegaba con el reclamo de un recorrido a la altura del entorno que se distingue ya en su nombre, y que este año relucía especialmente frondoso tras una generosa temporada de lluvias. Sierra Morena se mostraba verde, viva, hospitalaria. El cartel, el maillot, los nombres ilustres y un trazado tentador, despertaba ilusión desde hacía meses.
La fecha se presumía desde un principio arriesgada, pero es lo que tiene un calendario de eventos ciclistas que da muestras, como ocurre con el de los festivales de música, de agotamiento y saturación. Hay una sobreoferta por ofrecer experiencias memorables, cada vez más exigente y, quizá, innecesaria. Pero nada de esto arredraba a la generosa participación. Córdoba y Sierra Morena son un escenario magnífico para albergar una prueba de esta enjundia.
Se avecinaba una jornada llena de incertidumbres, pero desde las primeras pedaladas flotaba en el ambiente que aquello era una declaración de amor a este territorio. Desde Valchillón a Hornachuelos, de Palma del Río al Guadiato, todo el mundo ansía atacar con orgullo el fresco silencio de los encinares y pinares, el curveo sin fin y ruidos de bujes mezclado con el cantar de chicharras. La traca final de las Avispas y Puerto Artafi esperaban en ebullición a partir del km 115.
Inmaculada salida
La mañana arrancaba con la magia propia de las grandes citas. Más de mil ciclistas ocupaban el estadio de El Fontanar en un ambiente festivo y expectante. Los cascos, blancos en su mayoría, brillaban bajo la primera luz del día mientras se cruzaban saludos y se hacían fotos de grupo. El magenta del C.C. Fernán Núñez, el verde olivo de Baena o los colores del FKCT destacaban como las más numerosas entre las grupetas llegadas desde toda la geografía.
Tras el pistoletazo de salida, empezaron las sorpresas. Ya desde la primera, marcada por una prolongada neutralización inicial de 60 km, se percibió que el evento estaría lleno de particularidades, aunque se propiciaría también una buena dosis de momentos únicos. No todos los días se pedalea junto a leyendas como Alejandro Valverde o Samuel Sánchez. Durante más de dos horas, no fueron pocos los cicloturistas que compartieron curvas, bromas y hasta resoplidos con sus ídolos. Un lujazo para muchos.
Aunque hubo algún imprudente que se atrevió a sacar el móvil para grabar en pleno pelotón, generando tensión y alguna que otra reprimenda. Las sonrisas no lograban ocultar el riesgo.
Sorpresa, sorpresa
Más allá de estas anécdotas, la jornada estuvo marcada por sombras difíciles de pasar por alto. Lo que debía haber sido una Gran Fondo al uso, en el que cada ciclista se mide consigo mismo mientras comparte impresiones y generosidad con sus compañeros y compañeras, parcialmente competitiva y algún tramo cronometrado; acabó siendo una experiencia en algunos momentos desconcertante, diluida entre neutralizaciones mal comunicadas, decisiones improvisadas y una evidente falta de coordinación. Una situación insólita viniendo de una organización con tan amplia trayectoria en eventos de este calibre.
El tramo competitivo, anunciado inicialmente como un segmento de 25 kilómetros, fue reducido sin previo aviso a apenas 15. La famosa “burbuja de seguridad”, ideada para proteger al pelotón, acabó generando situaciones peligrosas: frenazos bruscos, cruces sin señalizar, detenciones súbitas con «pie a tierra» en mitad de la marcha… en un grupo compacto de más de mil ciclistas. La neutralización inicial, que nadie sabía cuánto duraría, finalizó de forma inadvertida en el kilómetro 60.
Hasta entonces, se vivieron escenas de desconcierto como la parada masiva en un avituallamiento desbordado, donde todo el pelotón fue obligado a detenerse sin alternativa. Una imagen inaudita que pocos olvidarán: Valverde y Sánchez esperando con estoicismo a que el último ciclista terminara su sandía, en una escena más propia de una excursión de fin de curso que de una prueba con ciertas aspiraciones de relevancia. Pues no en vano, la organización se ha afanado en contar con un campeón del mundo y otro olímpico entre el elenco.
Lorenzo inclemente
La distribución de los avituallamientos, claramente deficiente y desproporcionada, fue otro punto crítico. Las distancias entre ellos (55, 65, 111 y 135 km), sumadas a unas temperaturas que rozaron lo extremo, provocaron estragos. Se registraron innumerables golpes de calor, vómitos y síntomas graves de deshidratación. Debido a ello, el porcentaje de abandonos fue inusualmente alto, no tanto por la dureza del perfil, sino por la falta de agua en los momentos clave y por una sensación de estar pedaleando contra el calor y la perplejidad.
En este tramo de la prueba, quizá se vivieron los momentos más remarcables de toda la jornada. A partir del tercer avituallamiento, los supervivientes pudieron disfrutar de la prueba y del paisaje en todo su esplendor. Bien hidratados y compartiendo curvas, bajadas y subidas en complicidad a pesar del calor. Una delicia que, por el contrario, terminaría pronto para la gran mayoría de los participantes.
Cronos y el paso del tiempo
El chasco fue mayúsculo cuando a docenas de participantes se les retiró el dorsal o cuando el tramo cronometrado fue desmontado antes de que todo el pelotón pasara por él. Esto privó a muchos de los participantes de que se les midiera su tiempo (tan sólo 390 corredores registrados entre más de 1000 participantes). E incluso, por razones difíciles de comprender, una ebike fue incluida en el podio femenino. Un escándalo de primer orden que sería impensable en categoría masculina y que nadie ha sabido aún aclarar.
Pero quizás lo más desconcertante fue el final. Con el retraso debido a la larga neutralización inicial, unido al sol inclemente de las 3 pm de junio, lo que debía haber sido una llegada ordenada y neutralizada se convirtió en una odisea urbana.
Y es que aunque se había anunciado neutralizado (¿cómo? ¿por qué?), el tramo final no lo fue. Sin señalización, sin asistencia y sin ninguna referencia más allá de seguir al de delante, los ciclistas se vieron forzados a atravesar la ciudad por la avenida de circunvalación, sorteando coches a gran velocidad, a través de túneles sin iluminación y sin control de tráfico. Muchos llegaron con la sensación de haber sobrevivido más que participado en una prueba ciclista, especialmente los venidos de fuera de Córdoba que tuvieron que tirar de intuición y GPS para alcanzar el destino final.
La zona de meta tampoco estuvo a la altura de lo esperado. Ya antes de las 15h había vallas caídas, cierre prematuro, ausencia de información y escasos servicios básicos. Ni siquiera había sombra suficiente para cobijar a quienes llegaban exhaustos. Una meta solitaria y desangelada que contrastaba con la ilusión del inicio.
Hasta el momento, nadie del equipo organizador ha ofrecido explicaciones claras sobre el porqué de ciertas decisiones tomadas ni sobre los fallos evidentes de planificación y organización. Quizá, también, de permisos. Algo serviría aprender de pruebas de similar índole como la GF Sierra de Cazorla, Grazalema o La Indomable.
Borrón y cuenta nueva
Esta atmósfera de caos no empaña la buena voluntad general. Y menos aún la enorme labor y la implicación de personal y voluntarios, además de Protección Civil de Palma del Río y la Guardia Civil (aunque su número parecía claramente insuficiente en algunos tramos clave, a veces gestionados por un sólo adolescente voluntarioso equipado con un chaleco y una señal de “stop”). Unos voluntarios, insistimos, que se volcaron con los y las ciclistas y cuya presencia fue esencial para sostener todo el recorrido y los avituallamientos.
Y, sin embargo, pese a todo, algo permanece. Quedan los paisajes, los ánimos y los apoyos en mitad de la subida, los compañeros que empujaron cuando las piernas flaqueaban. Y también gestos de humanidad que, por sí solos, justifican una jornada: como el del voluntario armado con una manguera en Santa María de Trassierra. Uno tras otro, los ciclistas pasaban bajo aquel chorro de agua como si se tratara de una fuente sagrada. “¡Eso ha sido mejor que un gel!”, gritaba uno entre risas. Ese gesto sencillo, junto al almuerzo y la cerveza que sí estaba fría en meta, resume mejor que cualquier dorsal el verdadero espíritu ciclista: comunidad, cuidado, espontaneidad.
La Gran Fondo Sierra Morena necesita afinar su propuesta si quiere consolidarse. Tiene lo más difícil: un recorrido privilegiado, una afición apasionada, apoyo institucional y privado, y un entorno de valor incalculable. Solo le falta, quizás, lo más básico: claridad, seguridad y respeto por el esfuerzo de quienes participan, los soberanos patrocinadores que pagan sus dorsales y financian estos eventos.
Porque el ciclismo es emoción, sí. Pero también es organización, compromiso y confianza en que quienes dirigen el pelotón saben adónde van. Y si se olvidan de algo, al menos que no se olviden de nadie.
Superada esta vibrante —y accidentada— fase de pruebas, la Gran Fondo Sierra Morena está más que lista para preparar su segunda edición. Con humildad, criterio y con memoria. Allí estaremos para contarlo.
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