Sergio Pablos, en su debut como director, crea esta película donde Jésper, un joven, egocéntrico y materialista (al cual pone voz Quim Gutiérrez) lleva a cabo su proceso de maduración tras ser enviado de forma obligada por su padre, el General Johansen -el cual está cansado de que su hijo tire su vida por la borda- a Smeerensburg, un pueblo ubicado en una isla del Círculo Polar Ártico donde tendrá que trabajar como cartero en una misión “imposible”, teniendo como cometido entregar 6000 cartas en un año ya que de lo contrario será desheredado -y perderá sus ansiadas sábanas de seda y su mayordomo personal-. En dicho inhóspito y frío pueblo, Jésper irá encontrando un impedimento tras otro, siendo el más grave el conflicto generacional entre el clan Ellingboe y el Krum, situación que mantiene al pueblo permanentemente en estado desfavorable. Pero poco a poco, con la aparición de personajes como la profesora -ahora pescadera- Alva (Belén Cuesta), el grandullón y solitario Klaus (Luis Tosar) o la pequeña niña lapona Márgu, Jésper va a ir encontrando cierta esperanza en su ansiado objetivo de volver a su lujosa casa a cuerpo de rey. Así el protagonista empieza a repartir regalos junto a Klaus a los niños (buenos) de Smeerensburg, hecho que va a tener un impacto positivo en el resto de su entorno, ya que los niños de ambos clanes empiezan a compartir sus regalos y a jugar juntos, haciendo que la mayoría de padres olviden sus conflictos y retomen una olvidada amistad. Todos salvo dos familias, los jefes de cada clan: la anciana Tammy y el gruñón Aksel, que tratan de conseguir que la restauración de la convivencia en el pueblo se rompa de nuevo. Gracias a estos actos positivos, la visión de Jésper sobre el mundo y sobre sí mismo cambia, encontrando una evolución del personaje muy orgánica y fluida que parte de esta amistad que encuentra en Klaus a pesar de sus diferencias y motivaciones y del hecho de poder comprobar con sus propios ojos como “un verdadero acto de generosidad, siempre provoca otro”, lección de humildad que le hace ir dejando atrás su propósito principal de volver a casa.
Cabe resaltar que en Klaus no solo nos encontramos con un desarrollo psicológico de los personajes principales Jésper y Klaus sino que este, a excepción de los arquetípicos villanos -los cuales nos hacen recordar a las caricaturas-, también va a estar presente en el desarrollo de los secundarios como el barquero Mogens que mete en líos a Jésper nada más llegar al pueblo -y sus gags- o en Márgu que, sin entender ninguna de las palabras que pronuncia -las cuales tampoco se encuentran subtituladas ni dobladas en ninguna versión de la película-, se gana el corazón del protagonista y del espectador. Como dato curioso cabe señalar que Márgu fue interpretada por Neda Margrethe, una niña de Tromsø (capital de la provincia noruega de Troms) que solo sabía hablar en la lengua indígena sami y que Pablos conoció cuando viajó a localizar la obra. También es resaltable que en la propia producción de la película convivieron personas de 27 países que hablaban 15 idiomas diferentes.
En esta comedia, por supuesto, vamos a soltar alguna que otra lagrimilla, pero sin que esta sea desde el sentimentalismo gratuito -aunque bien es cierto que lo emocional va ganando presencia en el tramo final- sino que va a provenir del propio desarrollo de la historia y de los personajes, lo cual consigue atrapar por completo al espectador a la par que hace que disfrute del viaje del héroe Jésper, que bien nos podría recordar a Kuzco en El emperador y sus locuras (Mark Dindal, 2009). Aunque, si bien es cierto, hay que indicar que el idilio amoroso con el personaje de Alva, la cual a penas cuenta con presencia en la mayor parte de la trama -como los demás personajes femeninos-, nos hace alejarnos de lo que esperamos en la actual animación «infantil», ya que, si bien la historia de amor no es la trama principal de la película ni es Alva la que hace cambiar al protagonista, sigue estando presente, volviendo a encontrarnos el hecho arquetípico de que si aparecen dos personajes de distintos sexo estos van a tener algún tipo de romance -como podemos ver en la mayoría de obras de Disney- y no solo pueden ser amigos -lo cual sí está más representado en la industria de Pixar- porque como da por hecho Jésper: “claro que Alva se enamoró de mí”.
Klaus llegó en 2019 para hacernos rememorar momentos nostálgicos, no tratándose de una de las típicas películas navideñas que llegan en esta época para mostrarnos a un señor mayor regordete bajando por una chimenea cargado de regalos sino para apelar a esa nostalgia desde incluso su forma cinematográfica. Y es que, esta obra está creada en su mayor parte bajo la técnica de animación tradicional en 2D, alejándose así del tan utilizado CGI y recordándonos al Disney de los 90 y sus formas orgánicas, lo cual es curioso ya que su director trabajó como diseñador con dicho estudio en obras como El jorobado de Notre Dame (Gary Trousdale y Kirk Wise, 1996) o Tarzán (Kevin Lima y Chris Buck, 1999) y más tarde, en su propio estudio de animación, The SPA Studios, creó Evil Me, la historia que inspiró la saga de Despicable Me (Pierre Coffin y Chris Renaud, 2010), Smallfoot (Karey Kirkpatrick y Jason Reisig, 2018) o produjo la premiada Futbolín (Metegol, Juan José Campanella, 2013).
Pasando al análisis fílmico de la obra, cabe señalar que pese a que la idea de guión naciera en 2010 cuando Pablos trataba de crear una historia de origen sobre algún personaje conocido, no es hasta 2015 donde Netflix, tras ver el teaser en uno de los diversos festivales en los que lo presentaron, asume las riendas de la “arriesgada” obra audiovisual y soluciona el problema de la financiación haciéndose con los derechos de distribución a nivel mundial, ya que nadie apostaba por una película con esta técnica -aunque cabe señalar su bajo presupuesto, cerca de los 40 millones, frente a las producciones animadas que suelen rondar los 100 o 200 millones, véase Enredados (Nathan Greno y Byron Howard, 2010)-.
Es entonces cuando también entra en juego la empresa Les Films du Poisson Rouge para ayudar al avance de la tecnología, ya que ya habían trabajado con un sistema de rastreo de la iluminación en personajes y crearon en colaboración una herramienta a la que llamaron KlaS (abreviatura de Klaus Light and Shadow). Así, podemos ver como gracias a la técnica de iluminación de los personajes y a las texturas volumétricas crean una identidad estética única. Una forma muy especial de hacer esto consiste en el tratamiento de los reflejos y de la iluminación de los ojos de los personajes, ya que a través de ellos podemos el alma de los personajes y la magia que estos transmiten en ciertos momentos. Pero hay que resaltar que no solo utilizaron la iluminación para dar este aspecto de realidad y de tridimensionalidad a los personajes sino para ayudar a contar la historia, haciendo uso de la luz o de la falta de esta para transmitir los valores de los personajes, como cuando Jésper está repartiendo el kit para enviar cartas a los niños como si fuera un traficante, comprobando que esta acción siempre la hace rodeado de oscuridad, ilustrando así su comportamiento dudoso. Es así como cada frame no solo parece una ilustración propia del arte conceptual sino que le da un aspecto cinematográfico y realista a la obra encontrando en ella más de un millón de dibujos que dieron lugar a las 1.530 tomas de la película.
De igual manera, es importante para dicha estética la creación de los fondos como un todo unitario, no solo siguiendo las claves de color como guía para ello, sino que para hacer que los fondos resaltasen y parecieran estar creados en 3D, los animadores utilizaron varias técnicas diferentes como la del multiplano, donde se crean capas sobre capas para dar dicha ilusión de profundidad (según el director crearon un total de 3160 diseños escénicos para la película). Asimismo, para crear la ciudad donde transcurre la historia, Pablos se inspiró en el asentamiento real de Smeerenburg, un pueblo de Noruega -en el archipiélago Svalbard, en la Isla de Ámsterdam- que estuvo habitado a principios del siglo XVII por neerlandeses y daneses y que se encuentra entre los asentamientos más al Norte posible del globo terrestre.
El diseño estético de los personajes es importante ya que cuenta con un equipo entre los que destaca el animador James Baxter, el cual trabajó en el diseño de personajes para Walt Disney Animation Studios –Rafiki en El rey León– y DreamWorks Animation –Spirit o Cómo entrenar a tu dragón-. También, nos encontramos con un equipo de producción con conocidos como Jinko Gotoh –El principito-, Mikel Lejarza Ortiz –Planeta 51– y Matthew Teevan –El libro de la vida-.
Klaus, con 9 premios Annie y un Bafta a mejor película de animación -además de estar nominada a los Óscar y los Goya-, viene para desmitificar la leyenda de origen de Santa Klaus, utilizando para ello un universo realista alejado de la fantasía para ir desgranando poco a poco cada aspecto transmitido por el boca a boca -tal y como podemos ver en la película- siendo una historia que, de forma original, se pregunta cómo un tal Klaus llegó a ser el Papá Noel que todo el mundo conoce.
Para ello en la obra se nos incluyen explicaciones a las diversas mitologías o tradiciones (el traje rojo, los renos, los ayudantes de Santa, la característica risa…) bajo los ecos de historias como la de Krampus (siglo XVII), el cual dejaba carbón a los niños malos, San Nicolás (siglo IV), que rellenaba con monedas los calcetines o incluso la bruja anciana risueña Befaba o el carbonero Apalpador, encontrando en la historia de Klaus todas estas versiones. Klaus, como primera película de animación española para Netflix, no solo nos relata el peso que tienen estos tropos populares en la actualidad sino que nos hace reflexionar sobre otros aspectos como la importancia de la educación en valores que dan los padres a sus hijos, la superación personal y aceptación de las pérdidas, el perdón, el esfuerzo o incluso, el altruismo. Así, esta historia consigue sacar ese niño o niña que estaba escondida en un rincón oculto y hacer que recupere el espíritu de la Navidad a aquellas personas que lo hayan perdido de una manera muy amena, incluso a las “personas Grinch” como yo, así que ¡Feliz Navidad!
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