Juan B. Carpio.
Y luego está lo de los 40 que saben. Es cierto que son pocos frente al centenar que pedía hace un tiempo el reconocimiento de la titularidad pública de la Mezquita. Pero, en cualquier caso, impacta que 40 profesores de universidad se adhieran con entusiasmo a esta demostración científica de que la fe puede mover montañas.
Así terminaba la entrada anterior, que escribí… Hace más de cuarenta días. Y, aunque la razón pueda hacer poco frente a lo que la Iglesia ha convertido en razón de fé, como escribiera Carmelo Casaño refiriéndose a este asunto, intentaré terminar lo que empecé. Porque el hecho de que la Iglesia cordobesa consiguiera la adhesión (inquebrantable, supongo) de 40 profesores universitarios me lleva a hacer dos reflexiones, una cuantitativa y la segunda cualitativa. Procedamos por partes, pues.
1. Lo cuantitativo.
La mayor parte de los titulares de prensa referidos al documento suscrito por una serie de profesores en apoyo de las teorías del cabildo de la Catedral de Córdoba nos habla de «los 40» o de «más de 40», como titulan ABC, Diario Córdoba, El Día de Córdoba… Si un tiempo atrás, la carta a El País de un medievalista consiguió con rapidez 100 adhesiones de especialistas, y teniendo en cuenta la enorme influencia de la Iglesia Católica, resulta extraño que sólo consiguiera 40 firmas para su manifiesto. Quizá la explicación esté en el valor simbólico de este número, unión del 4 (los 4 puntos cardinales, los 4 elementos…) con el 0 (la nada, pero también el todo). Un valor que se confirma en los textos bíblicos, que nos hablan de los 40 días con 40 noches que duró el Diluvio, los 40 años que pasaron los judíos errando por el desierto, después de que Moisés tardara 40 días en bajar del monte Sinaí con las Tablas de la Ley. Los mismos 40 días durante los que aterrorizó Goliat a los judíos, antes de ser vencido por David. Y también a los 40 días fue presentado Jesús en el Templo, y durante 40 días ayunaría en el desierto, como también fueron 40 días los que transcurrieron más tarde entre su Muerte y su Ascensión a los cielos. Luego está lo de Alí Babá, pero eso no sale en la Biblia.
Si esa ha sido la intención del cabildo, no me queda más que reconocer su valor. Poético, por decirlo de alguna forma, pero valor al fin y al cabo. Pero si no es así, empezamos con un fiasco: la Iglesia sólo ha conseguido la firma de 40 incondicionales. Unos profesores universitarios a los que, además, parece no creer ni la prensa. Ya el 16 de septiembre, en un artículo de opinión radicalmente contrario al informe («Jurídicamente inane, políticamente sectario» titulaba Díaz-Vieito su opinión) se podía leer el siguiente subtitular: «El nivel jurídico del escrito sobre la Mezquita -la parte histórica es, sin embargo, de factura notable- es ínfimo, incurriendo de manera permanente en incoherencias e inexactitudes«. Una opinión que, en un caso poco frecuente de aplauso entre diarios, vemos enlazada el día 18 en el mismísimo ABC. Recientemente el director de El Día de Córdoba, en el editorial del resumen anual del año 2018 publicado por su diario, critica el informe de la Mezquita como «un documento que ha recibido numerosas críticas por sus escasas aportaciones, más allá de las históricas«. Lo que entiendo como un reconocimiento a las aportaciones históricas de ese documento, contra lo que dicen «los que saben». ¡Qué palo para algunos que se creen sabios que lo que escriben dos ignorantes (uno de ellos, yo, ni siquiera profesor de Universidad) tenga más crédito que las opiniones de estos 40 insignes especialistas!
2. Lo cualitativo.
Más importante me parece intentar ver qué argumentos usan y quiénes son esos 40 profesores que se presentan a sí mismos como «los que saben». Aunque sólo sea para caracterizarlos a grandes rasgos.
Respecto a los argumentos que esgrimen, lamento deciros que no son pobres: son patéticos. La propia duda, en el primer párrafo, entre «Catedral o Mezquita Catedral» (sic) es significativa: o no saben de lo que hablan o intentan evitar usar la denominación oficial del monumento. Con la intención que ellos sabrán (política no, claro está, que ellos no están cargados de ideología, a Dios gracias). Para realizar su crítica, se basan esencialmente en la «autoridad» que les ofrecen sus puestos universitarios (obtenidos por la gracia divina, supongo). Ser profesores universitarios es lo que les da credibilidad, por más de que el parentesco entre algunos de los firmantes pueda resultar, como mínimo, muy sospechoso. Con esa autoridad, desgranan una serie de afirmaciones sin ninguna constancia documental ni argumental, que considero inútil tratar de explicar (a algunas cosas ya contestó Alejandro García Sanjuán en este artículo). Sólo, para comprobar la objetividad y falta de carga ideológica de los que suscriben, entresaco algunas ideas textuales.
Los 40 se consideran a sí mismos «personas de criterio«, «verdaderos cultivadores de la disciplina«, ya que «hemos dedicado buena parte de nuestra vida a la docencia y a la investigación de la Historia Medieval«. Oye, que no tienen abuela. Frente a ellos, ese «pequeño número de supuestos expertos» empeñados en «ofrecer cobertura a disputas ideológicas o de intereses» mediante «irresponsables maniobras«. Que no hay color, vamos. Se les ve a la legua lo objetivos que son no sólo en el fondo, sino hasta en la forma de su escrito.
Y los 40 expresan brevemente en este documento cuál es, a su juicio, la metodología correcta de la investigación histórica, destacando en contraposición lo que hemos hecho desde la comisión municipal, es decir «la utilización que el informe pretende hacer de la Historia«. Porque «como historiadores no podemos permitir que se afirme que el edificio no ha pertenecido o ha dejado de pertenecer en algún momento a la Iglesia Católica«. Vamos a ver, nuestro informe va relatando una serie de indicios, sustentados en documentación, que nos llevan a una conclusión. Pero ese no es el método correcto, claro está, porque la metodología según la entienden los 40 consiste en respetar «los conocimientos adquiridos hasta hoy por la comunidad científica«. Algo avalado, además, por «innumerables estudios, fuentes y documentos» que casualmente no citan… porque no existen dichas fuentes ni dichos documentos. Claro que, para ellos valen más sus creencias que la investigación científica, ya que lo que les asusta es que «dar por buenas las afirmaciones de la Comisión municipal tendría el inopinado efecto de convertir inmediatamente en meramente falsos o extender la duda sobre múltiples hechos y procesos que positivamente conocemos«. Y puede que les asuste pensar que de cuestionar sus apuntes amarillos a cuestionarlos a ellos mismos como profesionales sólo hay un paso. Y puede que eso, perder esa posición que les permite pontificar sin demostrar nada, les asuste mucho más que ir al infierno por pasarse la vida mintiendo. El ultracatolicismo, que fabrica agujas con unos agujeros grandíiiiiiiisimos.
Como veis, todo muy «científico» ¿no? A ver, que ya había avisado de que estas gentes creen que la fe puede mover montañas. Aunque olvidan, cuando proclaman en prensa las grandes maravillas de la gestión por parte del Cabildo de la Catedral, hacerse la pregunta pertinente: ¿y esto quién lo está costeando?
Pero ¿quienes son estos cátedros tan pagados de sí mismos? Bueno, perdón, que los que les pagamos somos nosotros. Pues, como podréis suponer, la nómina está repartida entre diferentes grupos ultracatólicos y de extrema derecha aglutinados casi sin excepción por el pensamiento joseantoniano. Purita Falange, como nos muestra esa profesora madrileña cuya acción más conocida es el beso a la bandera del aguilucho conmemorando la victoria de Franco en la Guerra Civil. Algunos de ellos llegan a acusarme por ahí de haber cobrado por el informe (¡nada menos que en petrodólares! Cuando ya sabéis que lo que ha hecho ha sido costarme el dinero) mientras quienes han disfrutado de sobresueldos, cargos y prebendas (y de algo más) a cargo de la Iglesia Católica han sido precisamente ellos.
Algunos de los firmantes amplían sus opiniones en entrevistas o artículos de prensa. Simplemente se dedican a repetir mentiras que, si no consiguen convertir sus ideas en verdades, al menos pueden engañar a alguien más cada vez. Con esa técnica del repetir, repetir, repetir que tan bien describe para el asunto de la propiedad de la Mezquita Catedral un genial artículo de Antonio Pintor en Diario 16. García Moreno o Sánchez Saus, por ejemplo, reiteran en La Razón afirmaciones rotundas y absolutamente gratuitas avaladas por la única autoridad de su supuesto saber: «es irrefutable», «sabemos positivamente», «no se puede negar»… En fin, lo que conocemos: porque lo digo yo, y punto. De cualquier manera, el caso de Sánchez Saus es especialmente destacable. Miembro eminente de la Asociación Católica de Propagandistas, al menos hay que reconocerle que sus escritos (como mínimo todos los que yo conozco) son, efectivamente, pura propaganda ultracatólica. A través de sus columnas en los diarios del grupo Joly, este sujeto no conoce otro argumento que el insulto directo: «cuatro papagallos irrelevantes» dice que somos los integrantes de la comisión municipal. Entre otras lindezas que son clara muestra de hasta dónde llega su conocimiento, su capacidad de razonamiento, su nivel de educación y, de paso, dónde tiene la gracia. Me siento orgulloso de no ser incluido por tan destacado propagandista entre los que él dice que son «los que saben«.
Afortunadamente, nunca tuve que soportar a Sánchez Saus como profesor, ni lo he tratado como historiador ni como persona. No ocurre así con otros de los 40 que, aunque sin llegar al tono ordinario, faltón y barriobajero del propagandista, sí han firmado esa serie de idioteces que llaman «manifiesto», e incluso han hecho declaraciones en las que ahondan más en su propia miseria. Una de las firmantes fue compañera mía de departamento, hija del catedrático que fue director de mi tesis doctoral y (ella sí) hoy Profesora Titular de Historia Medieval de ese mismo departamento. Dos firmantes más fueron miembros del tribunal que juzgó mi tesis doctoral. Finalmente, también aparece como firmante el que fuera director de mi tesis. Se ve que he estado toda mi vida rodeado.
Gloria Lora Serrano, tras presentarse en una entrevista como «cristiana muy convencida», reivindica el uso de la «Crónica de los Veinte Reyes» (que parece además no entender muy bien) como la fuente histórica más fiable para el estudio de la Córdoba de 1236, junto con documentos que dice que están en el Archivo de la Catedral y que supongo que serán los que el Deán dice tener escondidos hasta que se los pida el juez. Buena muestra de metodología científica para el estudio de la Historia Medieval, la que viene a defender Lora Serrano. Con estas ideas, no entiendo cómo pudo calificar con la máxima nota mi tesis doctoral, porque os aseguro que mi forma de elegir las fuentes documentales no tiene nada que ver con la que defiende esta señora.
Sánchez Saus, Lora Serrano y González Jiménez (también miembro del tribunal que examinó mi tesis doctoral) acuden también a la agencia EFE para completar su peculiar visión de la historia y de la metodología de investigación histórica, apareciendo la noticia en diferentes medios. Pocas novedades hay en estos textos, aunque me sorprende que González Jiménez diga alegremente que «cuando el Rey Fernando entra en la ciudad se dirige directamente a la catedral, donde se celebra una misa solemne». A ver si ahora va a ser él el que quiere cambiar todo lo que sabemos sobre la conquista de Córdoba. Si hubiera leído el informe, quizá se habría dado cuenta de que pillaríamos rápidamente su absurda mentira. Claro, que no parece que tuviera su día don Manuel, cuando tras esta metedura de pata (entrecomillada como literal en la nota de la agencia) sólo se le ocurre copiar a su tocayo Nieto Cumplido, que ya había utilizado el infalible argumento de que el Ayuntamiento no existía cuando Fernando III conquistó la ciudad. Ni el obispado, le podríamos decir pero… ¿para qué bregar? Si es que el nivel está muy bajito, por más que hablemos de los 40 que saben.
Dejo para el final la opinión de quien fuera director de mi tesis doctoral, Emilio Cabrera Muñoz. No sólo firma el documento de los 40, anteponiendo ideología a razón científica, sino que se atreve a afirmar, en las mencionadas declaraciones a la agencia EFE, que «los que le han ayudado no han sido profesores universitarios». Cuando lo leí, no podía creerlo. Porque soy el único de los cuatro miembros de la comisión que ni soy ni he sido nunca profesor universitario. Alejandro es Profesor Titular, y tanto Federico como Carmen, Catedráticos de Universidad. Lo que significa que el desprecio lanzado por Emilio Cabrera con esa frase iría dirigido directamente contra mí. No podía creerlo. Pero no sólo es cierto, es que Cabrera Muñoz ha aireado en diferentes ámbitos este mismo argumento: que entre los historiadores de la comisión hay quien ni siquiera es profesor universitario. Ni siquiera.
Precisamente Emilio Cabrera. Despreciarme a mí por no haber llegado nunca a ser profesor universitario. Cuando durante años estuvo en sus manos la reclamación de unas plazas que no se crearon. Bueno, sí. Se creó una. Lo recuerdo muy bien, aunque nunca lo cuento. Y ni siquiera ahora lo cuento todo. Porque aunque sé que lo ha dicho repetidamente, y hasta lo he oído directamente en alguna grabación, no puedo llegar a creerme que Emilio Cabrera muestre públicamente su desprecio contra mí por no haber sido nunca profesor universitario. De cualquiera me lo podría esperar pero ¿de él? La vida te da sorpresas… ¡Ay, Dios!
Aunque están en el documento que enlazo más arriba, reproduzco la lista de firmantes del manifiest.o. Más que nada, para tenerla a mano yo mismo:-Juan Abellán Pérez, catedrático de Historia Medieval de la U. de Cádiz.
-Cristina Álvarez Millán, prof. Contratado Doctor de la UNED.
-Vicente A. Álvarez Palenzuela, catedrático de Historia Medieval de la U. Autónoma de Madrid.
-Ana Arranz Guzmán, profesora titular de la U. Complutense de Madrid.
-Eduardo Aznar Vallejo, catedrático de Historia Medieval de la U. de La Laguna.
-Isabel Beceiro Pita, científico titular del CSIC.
-M. Dolores Cabañas González, catedrática de Historia Medieval de la U. de Alcalá de Henares.
-Emilio Cabrera Muñoz, catedrático de Historia Medieval de la U. de Córdoba.
-Margarita Cabrera Sánchez, profesora titular de Historia Medieval de la U. de Córdoba.
-Enrique Cantera Montenegro, catedrático de Historia Medieval de la UNED.
-Margarita Cantera Montenegro, profesora titular de Hª Medieval la U. Complutense de Madrid.
-María Antonia Carmona Ruíz, profesora titular de Historia Medieval de la U. de Sevilla
-Manuel Espinar Moreno, catedrático de Historia Medieval de la U. de Granada.
-Serafín Fanjul García, de la Real Academia de la Historia.
-Javier Fernández Conde, catedrático de Historia Medieval de la U. de Oviedo.
-Manuel García Fernández, catedrático de Historia Medieval de la U. de Sevilla.
-María del Mar García Guzmán, profesora titular de la U. de Cádiz.
-María del Carmen García Herrero, catedrática de Historia Medieval de la U. de Zaragoza.
-Luis A. García Moreno, de la Real Academia de la Historia.
-Manuel González Jiménez, catedrático de Historia Medieval de la U. de Sevilla.
-María del Mar Graña Cid, profesora Propia Adjunta de la U. Pontificia de Comillas.
-Miguel Ángel Ladero Quesada, de la Real Academia de la Historia.
-Gloria Lora Serrano, profesora titular de Historia Medieval de la U. de Sevilla.
-María Martínez Martínez, catedrática de Historia Medieval de la U. de Murcia.
-Pascual Martínez Sopena, catedrático de Historia Medieval de la U. de Valladolid.
-Ángel Luis Molina Molina, catedrático de Historia Medieval de la U. de Murcia.
-Isabel Montes Romero-Camacho, catedrática de Historia Medieval de la U. de Sevilla.
-César Olivera Serrano, científico titular del CSIC.
-Pablo Otero Piñeyro Maseda, científico titular del CSIC.
-Eduardo Pardo de Guevara y Valdés, director del Instituto de Estudios Gallegos del CSIC.
-Javier Pérez-Embid Wamba, catedrático de Historia Medieval de la U. de Huelva.
-José Augusto Pizarro Sottomayor, catedrático de Historia Medieval de la U. de Oporto.
-Pedro Andrés Porras Arboledas, catedrático de Historia del Derecho de la U. Complutense.
-José Ramírez del Río, profesor titular de Traducción (Estudios Árabes) de la U. de Córdoba.
-Daniel Rodríguez Blanco, profesor titular de Historia Medieval de la U. de Sevilla.
-Alejandro Rodríguez de la Peña, profesor titular de Historia Medieval de la U. San Pablo-CEU.
-Jaime Salazar Acha, de la Real Academia de la Historia.
-José Sánchez Herrero, catedrático de Historia Medieval de la U. de Sevilla
-Rafael Sánchez Saus, catedrático de Historia Medieval de la U. de Cádiz.
-María Raquel Torres Jiménez , Prof. Contratado Doctor de la U. de Castilla- La Mancha.
-Magdalena Valor Piechotta, profesora titular de Historia Medieval de la U. de Sevilla.
-Francisco Veas Arteseros, profesor titular de Historia Medieval de la U. de Murcia.
-Javier Zabalo Zabalegui, profesor titular de Historia Medieval de la U. de Sevilla
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