Me congratulo y me emociona enormemente el torrente de solidaridad que está generando el conflicto en Ucrania y, ni que decir tiene, que comparto en toda medida el apoyo extraordinario brindado por la comunidad internacional a las ciudadanas y ciudadanos ucranianos, obligados a salir de sus hogares a consecuencia de la guerra. Está bien hecho. Es una cuestión de derechos humanos y de justicia y debería ser así en todos casos. Debería ser así con la población que puede llegar a nuestras fronteras huyendo de la guerra en Afganistán, de la guerra en Yemen, de la guerra en Etiopía, de la guerra en Malí. Debería ser así con las defensoras de derechos humanos colombianas, cuya vida está amenazada y solicitan asilo y refugio de nuestro gobierno. Debería ser así con las y los que se dejan la vida en el mar, intentando alcanzar Europa desde las costas africanas, o dan el salto a la desesperada para cruzar las blindadas fronteras de Ceuta y Melilla.
En las guerras nadie gana, salvo los traficantes de armas y de personas, los que fabrican las armas, los que las venden de forma legal y los que invierten en ayuda reembolsable para la reconstrucción post bélica. Y si de perder se trata, siempre pierden más los que menos tienen y las personas expuestas a mayor vulnerabilidad, como es el caso de las mujeres, las niñas y los niños. Los riesgos a los que se exponen, tanto si se quedan en las ciudades asediadas, como si emprenden el camino al refugio, son innumerables y, lamentablemente, conocidos. La violencia sexual, la prostitución forzosa y la trata son algunas de las violencias que el paisaje de las guerras deja en los cuerpos de las mujeres y las niñas. Lo sabemos, lo saben los gobiernos y todas las agencias internacionales. La guerra endurece el orden patriarcal y perpetua las leyes del dominio de la masculinidad hegemónica.
Ahora, y no mañana, es el momento de exigir a los gobiernos europeos, a Estados Unidos y a las agencias internacionales, que, así como alimentan el conflicto armado en Ucrania, enviando armamento bélico, pongan cuantos medios sean necesarios para garantizar la seguridad de las mujeres y las niñas, empezando por darle cumplimiento a las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, 1325, 1820 y siguientes. Es fundamental que pongan a disposición de las organizaciones de mujeres sobre el terreno los medios suficientes para avanzar en su trabajo en favor de la paz, del encuentro y de la reconciliación, como ya están haciendo, prácticamente sin recursos, las organizaciones feministas rusas, organizadas en redes de resistencia contra la guerra y denunciando la represión del gobierno ruso contra los y las activistas que se oponen al ataque militar a Ucrania.
En todos los conflictos armados las feministas se han movilizado para construir la paz, incluso antes de que le pusiésemos nombre a una forma de posicionarnos las mujeres en el mundo. Y ahora, en este preciso instante, las organizaciones feministas de todos los países en conflicto armado están trabajando para la paz, aunque los medios de comunicación y los intereses espurios releguen al olvido a millones de refugiados y refugiadas, que en este preciso instante saben, lo saben, que ni habrá países que les abran las puertas, ni los harán de manera inmediata sujetos de protección internacional.
Supongo que esto no tienen mucho que ver con la supremacía blanca o con la aporofobia, o va a ser que sí…
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