Este 21 de octubre a mediodía se reunieron centenares de personas frente al Consulado chileno en Barcelona para rechazar la declaración de Estado de Emergencia y el toque de queda impuesto por la actual Administración. Esta movilización se enmarca dentro de una serie de convocatorias que paralelamente se han organizado en ciudades como Buenos Aires, Bogotá, Londres, París, Quito, Toronto, Edimburgo y Los Ángeles para dar apoyo a la explosión social que estos días ha estallado en Chile, no sólo es un acto de solidaridad, sino una instancia que busca denunciar la militarización de la política.
El mensaje en los carteles que acompañaban la protesta en Barcelona era claro: “Chile despertó”, “la dictadura nos individualizó, la desigualdad nos unió”, “milicos a sus cuarteles”, “+ Estado – Mercado”, “la gente pide una vida digna y se manda al ejército”, “es la desigualdad, no es el metro”, “movilizados contra la precariedad de la vida”, “pedimos dignidad no balas”, en fin, es un llamado a construir un Chile coherente con una democracia, donde la justicia no sea una linda quimera, donde los derechos sean garantizados a todos.
Cientos de chilenos y simpatizantes han marchado por una de las arterias principales de la ciudad catalana hasta el centro neurálgico de esta urbe para visibilizar el quiebre de la democracia en Chile, para dar cuenta de la represión impuesta mediante perdigones y balas, se ha protestado para decir basta a las detenciones y a los asesinatos, para repudiar la brutalidad ejercida por las fuerzas armadas e instar a no seguir agudizando el espiral de violencia que se ha desatado.
Frente al descontento social que en gran parte se explica por la desigualdad que define a este país, Piñera responde aseverando que en Chile estamos en guerra, una premisa que busca ocultar la crisis producida por un malestar profundo ante un sistema que estructuralmente excluye a capas cada vez más grandes de la población. Los miles de personas que estos días han marchado espontáneamente en Chile nos hablan de sectores de la sociedad cansados de tanta desigualdad, de la concentración de riqueza en manos de unos pocos y de la fuerte segmentación que caracteriza a los barrios y a las escuelas. La ciudadanía está hastiada de que ámbitos esenciales como educación, salud y pensiones queden al alero de los recursos económicos que se disponga. Constituye una rabia profunda que se ha incrementado frente a los constantes abusos, a las colusiones y a las corrupciones que han salido a la luz pública y a las evasiones de impuestos denunciadas. Una furia que no hace más que aumentar a lo largo de los días, ya que el gobierno en vez de escuchar las demandas de la población vandaliza las movilizaciones, resaltando únicamente los destrozos y los saqueos, haciendo oídos sordos a las demandas ciudadanas que critican la precarización de la vida.
El Presidente blandiendo el manido argumento del restablecimiento del orden público saca a los militares a las calles, imponiendo la fuerza como única respuesta. Una errónea decisión que resulta coherente con la política del miedo y la represión que la Administración actual ha instaurado como agenda de gobierno. No se ha querido comprender que el alza del pasaje del metro en Santiago fue la gota que rebalsó el vaso. Como resume acertadamente el cartel: “no es por 30 pesos es por 30 años”, el descontento en este país es más profundo y dice relación con la incertidumbre, la vulnerabilidad y la precarización que caracteriza la vida de miles de chilenos, se trata de una ira contenida de años, de generaciones calladas que han explotado y que dicen basta de tantos abusos, de adultos y jóvenes que no tienen miedo. A diferencia de lo que aseveró el mandatario, Chile no es un verdadero oasis en esta convulsa Latinoamérica, sino constituye una de las naciones en que la ciudadanía despertó, en que se clama a viva voz la necesidad de instaurar una democracia plena. Si se continúa por esta falta de comprensión, por esta desconexión total, es de temer que las escenas dantescas de militares disparando a plena luz del día se sigan repitiendo. Cuando se criminaliza la protesta como sucede hoy en día en Chile y se emplea la fuerza armada para reprimir a los manifestantes se pierde la legitimidad política. Una democracia que se precie de tal no debe renunciar al diálogo y a la política, imponiendo la fuerza como única respuesta.
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