La obra de Adam McKay arranca con una doctoranda de astronomía, Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), la cual descubre que un meteorito de entre 5 y 9 km, tiene una trayectoria de colisión directa con la Tierra así que informa a su inquieto profesor, el doctor Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), el cual entra en shock.
Así, podemos comprobar como esta breve secuencia tan tópica en las películas sobre el fin del mundo poco a poco va a dar un giro, ya que tras los cálculos pertinentes descubren que dicho meteorito impactará en 6 meses y 14 días y estos dos astrónomos de bajo nivel de Michigan contactan inmediatamente con el representante de la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria de la NASA, el doctor Oglethorpe (Rob Morgan), y más tarde tomarán rumbo a Washington para hablar con la ocupada y delirante presidenta de Estados Unidos, Orlean (Meryl Streep). Sin embargo, ni ella ni su hijo y jefe de gabinete Jason (Jonah Hill) se muestran preocupados ya que a nadie importa ese 99,78% de certeza de extinción masiva cuando están pendientes de esperar las elecciones del Congreso dentro de dos semanas, posponiendo el problema. Ya que nadie les presta atención, Randall y Kate deciden, como alternativa, hacer una gira mediática y acudir a The Daily Rip, programa de televisión matinal de máxima audiencia presentado por Brie (Cate Blanchett) y Jack (Tyler Perry) donde tratar de alertar a la población, pero tampoco lo consiguen ya que es más importante la frívola y superficial vida amorosa de una cantante famosa, Riley Bina (Ariana Grande), que estos “profetas del fin del mundo”.
La calmada Kate pierde los papeles en dicha entrevista y es el momento en el que aparecen las redes sociales para hacerse eco del asunto. Pero no del meteorito, sino de esta “loca”, “la mujer que dice que vamos a morir” que ahora es trending topic. Algo parecido ocurre con el destartalado Randall, que va a terminar siendo “el astrónomo más sexy del mundo”. A ella la deja el novio en un intento de hacerse famoso a su costa, y él sucumbe ante la exuberante presentadora de televisión Brie. Nadie hace nada por impedir la colisión de este “destructor de planteas” más allá de un concierto por parte de Ariana Grande con una canción que nos habla sobre la relación con su novio mediante metáforas maravillosamente jocosas sobre la destrucción que provocará el meteorito.
El tiempo corre en contra hasta que aparece el poderoso y excéntrico gurú tecnológico fundador y CEO de la empresa BASH y tercera persona más rica del mundo, Peter Isherwell (Mark Rylance), y toma el control del asunto a modo de profeta, aunque esto sea para seguir enriqueciéndose y no por el bien humano, ya que descubre que el meteorito es una fuente de ricos recursos. Los pocos países que tratan de hacer algo para desviar la trayectoria del meteorito (India, China y Rusia) fracasan en su plan heroico de salvar el plantea y ya solo queda confiar en Peter, el cual también falla, haciendo que el fin del mundo llegue y solo unos pocos -dos mil personas- se salven huyendo de la Tierra y apareciendo 22720 años después de la catástrofe en un planeta que en un primer momento parece el Edén.
Sí, se trata de una película apocalíptica, pero va más allá, ya que en esta comedia satírica de ciencia ficción no solo se nos habla del fin del mundo, sino que el objetivo principal del filme va a ser plantar una conciencia sobre el cambio climático y las repercusiones que este puede tener, donde el meteorito se trata de una metáfora sobre el calentamiento global.
Pero además, también nos vamos a encontrar en estos sketches un crudo retrato social: la corrupción y la falta de atención política, el caso omiso al rigor científico, el problema de las fake news, la manipulación de las redes sociales, la forma de aprovecharse Hollywood de las desgracias humanas o el hecho de que los medios de comunicación anestesien y manipulen las noticias importantes, entre otros aspectos.
Así, McKay se propone en esta metáfora sobre la deshumanización de la comunicación, un objetivo demasiado alto y obvio, dividiendo en opiniones a los espectadores, hecho ciertamente lógico si tenemos en cuenta la gran crítica sobre la sociedad actual que hace la obra. Aunque bien es cierto que a veces se desvía del camino y se queda en ese `podría haber sido´ no solo debido a su extensión, ya que hay algunas subtramas que se podrían haber amputado sin dañar el propósito del metraje, sino al hecho de la sobreacumulación de ideas y a su tendencia al exceso que a veces puede cansar. Y es que una cosa es estar inspirada en el hecho a criticar y otra que lo sea la forma de hacerlo, comprobando que el principal problema es la ejecución, no siendo precisamente la mejor debido a que el relato no agrega nada a lo que no sepamos por experiencia propia, usando demasiado la comedia como herramienta de castigo en lugar de como medio.
No obstante hay que señalar que se trata de una película muy diferente a las que estamos acostumbrados a ver sobre catástrofes -sobre todo en versión comedia o parodia- pero bien podría compararse, con sketch extendido y de gran presupuesto que lleva a la reflexión interna del espectador.
Lo que más llama la atención de esta sátira mordaz, como bien hemos podido comprobar, es su increíble reparto, que no solo trata de llamar la atención del público para el visionado de la obra sino engancharlo a la acción tratando de salvar ciertas escenas mediante el uso de cameos y pequeños papeles como Timothée Chalamet, Chris Evans o Ron Perlman. En este punto cabe destacar que pese a que encontremos cierta evolución en los personajes principales -recordemos que Randall, al igual que Kate, empieza de una manera y termina de otra-, también la encontramos -hasta cierto punto y en menor medida- en los secundarios como en Orlean ya que esta rápidamente se transforma cuando la opinión pública empieza a preocuparse por el inminente impacto del meteorito, encontrando por tanto una definición psicológica muy arquetípica, sobre todo en los considerados como villanos.
Bien es cierto que desde el punto de vista estadounidense la película dibuja una caricatura radical de la administración política Trump en particular y de los republicanos en general pero, aun así, podemos comprobar que No mires arriba evita adscripciones políticas al criticar a ambos bandos. Además, pese a ser escrita antes de la pandemia mundial llega dos años después de esta para mostrarnos una realidad palpable, que pese a estar etiquetada como “basada en hechos reales que no han ocurrido todavía”, expone un reflejo de la realidad actual con tono de humor donde solo hay que sustituir el meteorito por la pandemia, llegando así a Netflix en uno de los mejores momentos donde su guion, antes `irreal´ ha cobrado vida.
Antes de la pandemia, aspectos como hacer caso omiso a lo que dos científicos nos cuentan sobre el fin del mundo no se habrían tornado nada realista. Sin embargo, el filme ahora suena veraz incluso en sus momentos más ridículos, ya sea abordando el hecho de cómo nos dividen las redes sociales, las decisiones egoístas de los políticos que están al mando o el problema de los negacionistas y su desconfianza injustificada hacia la ciencia y hacia los “arribamirones”; hechos que nos han convertido poco a poco en una sociedad que prioriza lo banal sobre todo lo demás y que McKay nos muestra como pueden llevar a la extinción sino tomamos medidas serias.
Si nos centramos en el montaje de la obra de mano de Hank Corwin, montador de otras obras de McKay como La gran apuesta (2015) o El vicio del poder (2018), encontramos el uso de las pausas explicativas o incluso contemplativas continuas donde se intercalan imágenes del meteorito acercándose a la Tierra y del propio espacio para detener el relato abruptamente en innumerables ocasiones, haciendo incluso uso de los fotogramas congelados, del ralentí o de imágenes superpuestas para ello sin aparentemente una razón obvia que no sea realzar su sentido del humor o por simple estética -lo cual bien nos puede recordar a montajes como el del opening de Watchmen-, estando esto también presente en ese uso de un diseño de títulos de crédito iniciales y finales llamativos, sobre todo estos últimos, que no distan mucho de lo que estamos acostumbrados con Marvel y sus escenas postcréditos, encontrando aquí no solo una a modo de conclusión de algo que se nos había dicho antes, sino dos a modo de último gag sobre la interpretación, una vez más, de las catástrofes en las redes sociales y el hecho de grabarlo todo cuando ocurre, culminando en una secuencia final patética a la par que conmovedora que es más discreta de lo que cabría esperar.
No mires arriba encaja con lo visto en los últimos trabajos de McKay -aunque más La gran apuesta, ya que su cine se ha caracterizado por realizar una crítica al sistema, a la política y al mundo en general y bien se podría comparar con obras como Dr. Strangelove (Stanley Kubrick, 1964), Wag the Dog (Barry Levinson, 1997), Deep Impact (Mimi Leder, 1998), Idiocracy (Mike Judge, 2006) o con Contagion (Steven Soderbergh, 2011) que bien nos podría resultar imponente por su aproximación a la actual realidad. Así, el director nos presenta una obra donde no solo se plantea entre hashtags, memes y disparatados challenges virales una versión del fin del mundo desde la ciencia y el impacto del meteorito, sino también moral en un retrato de una sociedad híper-conectada, pero a la vez vacía, la sociedad de la postverdad y del nihilismo radical donde acabas poniéndote de parte del meteorito -del volcán destructor o de la pandemia mundial- y deseando la extinción del inconsciente ser humano que tiene todo y solo desea que “no olvides darle like y suscribirte”.
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