Javier Lucena
Decía Juan Marsé hace ya bastante – cito de memoria – que cultura es poder bajar al parque a fumarse un cigarrillo tranquilamente y luego acercarse al bar a tomar una caña en la barra, mientras se charla con los parroquianos. Confieso que si recuerdo esas declaraciones suyas al cabo de tanto tiempo es porque entonces me dejaron más dudas que certezas y no entendía en aquel entonces qué podía tener que ver la cultura con aquello que decía Marsé. Son esas palabras que nos interpelan y nos quedamos rumiándolas hasta comprenderlas. Y así fue como luego, más tarde – uno es así de torpe y lento – terminé por entenderlas y apreciar cada vez más su honda verdad. Allí donde no es posible un entorno amable y sociable, no cabe la cultura. Podrá haber sucedáneos, petrificadas piezas folclóricas, esculturas decimonónicas instaladas en pleno siglo XXI de aguadoras y regadoras, palacios vacíos o museificados, momias de todo tipo, pero no cultura, que es y no puede ser otra cosa que un ser vivo, relacional.
En cualquier caso, la cultura suele tener siempre en los discursos públicos una valencia positiva, muy positiva. Pero en realidad, la cultura es uno más de los campos de batalla en que se dirimen los diversos conflictos que atraviesan nuestras sociedades: conflictos de clase, de género, generacionales, identitarios… Tendríamos que preguntarnos, pues, qué conflictos atraviesan nuestra cultura. Si, por ejemplo, las Caballerizas Reales sirven a los señoritos del caballo y grandes grupos hosteleros o si se convierten en un gran centro de dinamización y activismo cultural de los creadores cordobeses y de artistas invitados. Si el patrimonio es sólo un bien para exhibir turísticamente o es también una fuente de estudio, conocimiento y documentación, pero sobre todo de encuentro ciudadano.
Porque mucho me temo que el turismo es hoy el vehículo por el que el capitalismo neoliberal ha penetrado en la cultura y en las ciudades. El derecho a la ciudad desaparece bajo el impacto de un turismo desbocado que escapa a casi toda regulación, una burbuja alimentada por el papanatismo de la promoción institucional, que sólo persigue un objetivo: “crecer, crecer, crecer..” La cantidad por encima de la calidad, lo masivo e invasivo sobre lo acompañante y respetuoso. El gran evento, la magna exposición, el magno acto callejero pensado para atraer turismo y no para el crecimiento cultural de nuestra ciudadanía. Los títulos – Patrimonio de la Humanidad – como condena, como amenaza y no como garantía de preservación (véase la Fiesta de los Patios) Si piensan que exagero, las propias fuentes del sector hablan de que entre 2011 y 2018 se ha pasado en Córdoba de 6 a 2.271 viviendas turísticas, el 90% en la capital…y subiendo. Y las plazas hoteleras han crecido en los últimos diez años un 40%… y creciendo también.
La gentrificación no es sino un anglicismo para describir un proceso de desposesión – otro más, como el de los desahucios -, un proceso por el cual clases de alto poder adquisitivo desplazan a las humildes poblaciones populares originales de los barrios afectados. La turisficación es un proceso similar, pero en vez de sustituir a unas clases por otras, sustituye vecinos y vecinas por turistas. Cuando la vivienda y el espacio público devienen mercancía especulativa, es lo que termina por pasar. Malas condiciones para la vida cotidiana, para el descanso y el difrute de la calle, encarecimiento de los productos de primera necesidad, desaparición del mercado de cercanía, alquileres estratosféricos… que terminan en desposesión. El parque, la plaza en calma, el banco tranquilo donde echar un cigarro o descansar, el bar para charlar con los parroquianos… la cultura, que decía Juan Marsé, se esfumó. Y si el vecindario se levanta contra el atropello, si reclama participación y democracia en la ordenación turística, se le criminaliza con el neolenguaje, acusándolo de turismofobia.
Pero es que esos turistas que vienen buscando la autenticidad de la Córdoba histórica, pueden terminar por encontrar piedras, patrimonio fantasmagórico… encontrarse con Córdoba pero no con los cordobeses, una experiencia reducida a un cruce de turistas con turistas. Un escenario más donde mostrar y mostrarse para hacerse un selfie y colgarlo en la red, para sostener ese estatus turístico de la nueva clase media cosmopolita. El turismo como itinerario entre fantasmagorías que pueblan un paraíso…. el paraíso fiscal en el que maltributan las multinacionales que mueven el negocio: el B&B y sus 54.000 euros y 21 trabajadores declarados en España, mientras mueve sus sumas millonarias de negocio a Irlanda y otros agujeros de la evasión fiscal, según el urbanista Carlos Hernández Pezzi.
El derecho a la ciudad, el derecho a la cultura, pisoteados por una minoría especulativa que deja tras de sí migajas… Por esa y otras muchas razones, algunos queremos tanto a Juan Marsé. ¿Y usted?
Ilustración: GOVAL.
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