Cuando despertó el tecnocapitalismo de la vigilancia ya no estaba allí. Un estado de desconcierto y agitación vino a sumarse al sudor glacial que le recorría el cuerpo y le producía un profundo malestar. Intentó tranquilizarse buscando en su teléfono móvil alguna explicación a lo que había ocurrido pero no fue capaz de encontrar el dispositivo ¿Dónde estaría? Angustiado salió a la calle pero en la ciudad todo parecía normal: gente paseando, tomando café, algún claxon lejano y pequeñas tertulias improvisadas en las esquinas. Normalidad.
Para aclarar sus ideas fue a sentarse a un banco algo retirado del camino principal en un parque cercano. Sin darse cuenta volvió a realizar el movimiento instintivo de meter su mano en el bolsillo de la chaqueta en busca del teléfono móvil pero éste seguía sin estar allí. Sin embargo, palpó con estupefacción lo que parecía ser un libro. Lo sacó del bolsillo y aunque pudo comprobar que sus páginas estaban escritas no aparecía por ningún lado el autor o el título. Todavía con el temor en el cuerpo miró a izquierda y derecha después de preguntarse si estaría soñando.
Entre ignorar la extrañeza de lo que estaba pasando o adentrarse en muy bien no sabía qué optó, sobre todo por curiosidad, por asomarse a esa ventana de realidad que se había presentado.
Lo que viene a continuación es una transcripción no literal de los párrafos iniciales de ese libro entremezclada con algún suceso posterior de cierta relevancia.
“[…] Si quieres comprender lo que está pasando, si te estás haciendo preguntas sobre hacia dónde se encamina la sociedad, tú mismo, qué nos depara el futuro, qué es lo importante en la vida, qué valores y principios nos deben dirigir individual y colectivamente; no te queda otra opción que hacer lo de siempre, es decir, indagar, buscar, cribar y darte tiempo para reflexionar sobre la información (datos y hechos) que manejas. A pesar de tener más información que nunca y precisamente por eso, te va resultar una tarea ardua, inevitablemente, tendrás que acudir al mundo de las ideas, al pensamiento racional, al logos. Pero, y esa es la diferencia con otros tiempos, no descartes el poder del relato, el mythos, incluso como forma de conocimiento, como forma de búsqueda de la verdad o como forma de manipulación de ésta.
Desde la tesis de Yuval Harari que nos propone que el homo sapiens se convirtió en la especie dominante gracias a las ficciones que se inventó fueron compartidas y aceptadas por todos a Javier Gomá que nos señala que la filosofía es una rama, un género de la literatura y no de la ciencia; todo nos indica que, el cénit de las ficciones ha sido alcanzado con internet y las redes sociales y en un bucle colosal de fin de fiesta motivado por ese exceso de relatos, la confusión, el caos, el desconcierto se ha instalado en el imaginario colectivo. Ya no sabemos distinguir.
No te va a ser fácil. Quizá te sirvan un par de ideas. La primera es que no debes perder de vista que la Verdad a menudo es verificable, es decir, que además de ser difícilmente localizable también muta, se cambia de acera o esconde bajo un vestido de certezas una mentira. La segunda, que con frecuencia el relato está escrito, diseñado, dirigido por una minoría que siempre coincide con quienes tienen el poder.
Te toca a ti decidir, primero, si lo que está ocurriendo es un proceso más de los diferentes devenires de la humanidad o no y, segundo, si entre la razón y la ficción existe alternativa. Si decides que el pensamiento racional a veces no es la mejor herramienta para analizar lo que sucede la lectura de la “teoría de la sospecha” de Paul Ricoeur te puede ayudar a contextualizar esta afirmación. Por otro lado, si rechazas la importancia del mythos para fijar conceptos en la sociedad, para orientar bien o mal el camino a seguir, habrás optado por la opción complicada, incluso moralmente.
Por cierto, tampoco olvides que como todos estás destinado a la muerte. Por ello deberías empezar a hacerte menos preguntas abstractas, no hacer tuyos conceptos, ideas que no siendo tuyas otros te hacen creer que lo son y buscar más respuestas concretas, más propias que te hagan más llevadera la existencia alejándote de los supuestos grandes temas que, ya te digo, son los más irrelevantes […]”.
En ese preciso instante de la lectura sonó una voz metálica procedente de algún altavoz que sus ojos no pudieron localizar que dijo: “Señor Gómez, Su turno. Puerta 6”. Y efectivamente había una puerta allí mismo. La abrió y encontró una pequeña habitación, con una gran pantalla anclada a la pared, una mesa con una copa de vino y una silla orientada hacia la pantalla.
No voy a contarles lo que vio en esa pantalla porque los sueños como los deseos al contarlos o se distorsionan o no se cumplen (sí, esto es un poco de superstición. Permítase ser un poco irracional, no es malo). Pero eso sí, en la biografía que el nieto del Sr. Gómez escribió diez años después de su muerte se recogen unas palabras escritas por él apenas un par de años después de que se despertara y el tecnocapitalismo de la vigilancia no estuviera allí. Decían así:
Todas las formas de organización humana ideadas para mejorar u orientar a la sociedad son a la vez necesarias y traicioneras. Desconfía de quienes dan las instrucciones y de quienes dictan las reglas sobre cómo actuar, sobre todo si eres tú mismo. Permanece temporalmente en ellas y dedica tu mejor energía a la construcción de fines colectivos que tú creas que pueden mejorar la vida de la gente, también la tuya. Y luego huye también de ellas (aunque luego vuelvas a esa u otras. No es necesario volver) para concederte el disfrute, la alegría y la belleza de tu individualidad, de tus propios deseos. Haz ambas cosas con ganas, incluso con ilusión pero como si no te fuera nada en ello. Nunca como un militante, un fiel seguidor o un afiliado fervoroso, sino como un advenedizo voluntarioso, un diletante abnegado, un tipo normal que pasaba por allí.
Cuentan los científicos que los dinosaurios se extinguieron hace 66 millones de años. El mundo mutó pero se originó un nuevo ecosistema que, entre otras cosas, nos trajo al homo sapiens. En tu novela el capitalismo desapareció de la faz de la tierra y después de algunas turbulencias no excesivamente dramáticas o sí, la vida siguió más o menos como siempre.
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