Weimar
Desde hace un tiempo vengo observando que un cada vez más nutrido grupo de las personas que hacemos público nuestro pensamiento político, entre las que me incluyo, utilizamos en nuestras reflexiones la palabra “Weimar”.
Ya se sabe, con ella hacemos alusión a la situación política generada en los años veinte del siglo pasado en la actual República Federal Alemana, donde tras el final de la Primera Guerra Mundial y hasta principios de los años 30 se instaló la llamada “República de Weimar”.
El experimentó terminó al poco de acceder al poder Hitler en 1933. La llegada al mismo y su nombramiento por Hindenburg en el nefasto enero del 33 se cimentó, por una parte, en el apoyo electoral, 37.27% -13.7 millones- del voto durante las elecciones de julio de 1932 (conviene recordar que en las últimas “libres” celebradas en noviembre del 32, retrocedieron al 33% perdiendo dos millones de votantes) y por otra en el silencio cómplice de organizaciones derechistas, nacionalistas, anti Versalles …que sin ser nazis, blanquearon su llegada al poder concediéndoles una patente de honorabilidad y respetabilidad que nunca tuvieron.
Cuando en el análisis político de la situación que vivimos en España se conjura el nombre de Weimar, no debe entenderse de forma literal, sino como metáfora de la similitud en el blanqueo que medios de difusión y partidos como el PP hacen día sí y otro también de las descerebradas propuestas de Vox con su rancio machismo, españolismo de brillantina y corretaje, franquismo sin disimulo y ultracatolicismo, solo para conseguir el apoyo que les permita gobernar en Madrid, Murcia, tantos y tantos ayuntamientos y ahora Castilla y León.
En nuestro terruño, el papel de Von Papen que facilitó la llegada al poder, es más coral y lo realizan sin complejos los dirigentes nacionales y autonómicos del von PePen. Eso explica una parte de su ascenso. Donde esté el chalé de Pablo Iglesias que se quite la “burda y perceptible” manipulación y los visados falsos -según los propios jueces que la miran bien- de Monasterio o la virginidad laboral de Abascal.
No estamos, por supuesto, en el panorama político que permitió la llegada de las camisas pardas y negras al Reichstag, pero como una crisis similar a la del crac del 29 se cruce en nuestro camino, tampoco las tendremos todas con nosotros. Puede que en La Castellana veamos desfilar a los adalides de la nueva España, no al paso de la oca con uniformes de las SS diseñados por Hugo Boss pero si al de trote cochinero (de macrogranja por supuesto). Y con el “fachaleco” verde de caza como uniforme obligatorio.
Porque antes de empezar a perder los nervios conviene repasar los datos: los apoyos a la derecha en las últimas de Castilla y León son los mismos que en 2019 pero barajados de distinta manera. Ahora el “Trifachito” (Vox+PP+Ciudadanos) ha sumado 645.732 votos y en las pasadas fueron 715.379, 69.647 votos más. Es decir, de los 206.580 votos perdidos por PP+C’s, Vox ha rescatado 136.892. No se ha producido, ni mucho menos, un trasvase bestial de voto desde otras posiciones hacia la derecha. Simplemente ésta, como acostumbra, ha barajado de distinta manera y, como decíamos nosotros del 15M, para ella el electorado de Vox entra en la categoría de “Son los nuestros”.
Problema para la sociedad: que los ahora blanqueados ya no disimulan ni su franquismo, ni el porte de señoritos con y sin caballo, porque los “comunicadores” de turno o les ríen las gracias o directamente pasan la lengua por el trasero y encima dicen que están degustando un manjar que haría las delicias de Ferrán Adriá. Y de seguir esta tendencia, al no estar los dueños de los medios de control ideológico por la labor del machaque reiterado a medio plazo pueden engullir al PP. El donut de Ciudadanos ya se lo han comido.
Estemos atentos por tanto al próximo cambio de chaqueta de Toni Cantó pues ya sabemos que marca tendencia y señalará mejor que unas cabañuelas por donde soplarán los vientos políticos.
Caín
Menos mal que cuando cantamos voz el alto y puño cerrado “La Internacional” nos recordamos a nosotros mismos que no creemos ni en dioses, reyes o tribunos. Porque si fuéramos creyentes el santo patrón de las Izquierdas (plurales y metiendo en ellas a todas las acepciones, sensibilidades y matices que se muevan) nos venía impuesto de oficio.
Y por lo mucho que lo emulamos y seguimos a rajatabla su forma de actuar, el personaje de la escultura a la que terminamos dirigiendo nuestras fobias está claro: Caín
Es verdad que lo mismo practicamos con una quijada de asno, con un cuchillo cachicuerno o con la lengua bífida del descrédito. El caso es anular al hasta ayer compañero pues parece ser que no hay algo que nos ponga más que una subdivisión. Premio cuando llegamos a fraccionar el movimiento a la búsqueda del mínimo común denominador más mínimo y enclenque. Por eso es tan valorado poder saludar con un “Camarada y sin embargo amigo…”
Debe ser el estigma del movimiento obrero que empezamos a trocear con la división marxistas- bakuninistas en la AIT en el XIX y, como al final se le coge gusto, mantenemos la inercia.
Y en esa estamos. Fraccionando hasta que la célula se haga invisible. Aunque luego nos encante teorizar sobre luchas y barricadas. Y por muchas vueltas que demos al casco histórico o a las barriadas periféricas no encontremos rastro de ellas aunque fuese para llevar un café y unos dulces a los combatientes.
…Y la izquierda
Lo mismo que Jorge Manrique se preguntaba lo de
“¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?”
otra vez en el 2022 recién iniciado toca preguntarse
“¿Qué se hizo de la(s) Izquierda(s)?
el 15M y el no hay pan para tanto chorizo
¿ dónde están?..”
No se nos escapa que estamos en una situación de reflujo, sin impulso social (calle) ni político. Las recetas para salir de la misma son variopintas. Queridísimos compañeros ponen todos los huevos en la cesta de la lucha continua. Otros también muy queridos parecen encantados de haberse conocido en su papel institucional.
Y seguramente ni lo hecho en las instituciones es tanto, ni la torpeza de los representantes es tan calva. Lo que sí percibo (seguramente de forma equivocada) es, cada vez más, falta de empatía, una capacidad de escucha y pereza para buscar una mínima unidad cuando intercambiamos opiniones.
Puede que tantas intentonas fallidas debiliten la moral del más optimista pero me sigo considerando de la vieja escuela, esa que tenía clara la teoría de las dos orillas (explotadores y explotados) y se negaba a considerar enemiga a la persona que comparte espacio en la trinchera de la resistencia. Porque cuando hay reflujo toca resistir.
Seguramente hoy podrían decirnos sin equivocarse que somos “la Izquierda noqueada”. Pero más de una vez lo hemos estado y no hemos caído a la lona. Al contrario, hemos seguido intercambiando golpes y recuperado energías.
La lucha institucional no vale de mucho si detrás no hay un apoyo social. Y para conseguir el apoyo no pueden ni deben flanquearse determinadas líneas rojas.
Pero puede que nos estemos acercando a un tiempo de excepcionalidad por la deriva autoritaria que empieza a anidar en muchas mentes de la vieja Europa, España cañí incluida.
Y tal vez sea momento para detenernos unos segundos, respirar hondo e intentar forjar, da igual el número de intentonas previas, una lucha colectiva el torno a un “programa, programa, programa” que, aunque de mínimos, sea honesto y ponga en los objetivos realidades de mejora.
Porque, de seguir en la deriva, la derecha al igual que baraja los votos pueda terminar barajando también el título que dio pie a estas frases.
Y cuando despertemos de nuestro cainismo encontremos una sociedad sin sitio para la Izquierda porque le ha caído encima, con el silencio cómplice y mirar para otro lado de amplias capas, un canciller que aunque no se llame Adolfo se excita cuando sus fieles recuperen el grito medieval de guerra: “Santiago y cierra España”.
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