Encarnación Almansa Pérez.
Venezuela acaba de superar uno de los más peligrosos ataques de su historia. Sumida en la oscuridad durante días, los venezolanos se han enfrentado de manera ejemplar a la falta de agua, de suministro eléctrico y, en definitiva, a la paralización en cuestión de segundos de los principales factores para el funcionamiento de la mayoría del país. Una situación de estas características, con la imposibilidad de conservar alimentos, pagar con tarjeta de crédito o, especialmente, mantener activos hospitales y fuerzas de seguridad, se ha mostrado como un avance de lo que se prevee como la guerra del futuro. Está claro que los bloqueos requieren demasiado tiempo para vencer a una población mayoritariamente convencida de que no quiere caer en manos del imperio estadounidense, lo cual se demostró ya anteriormente en países que han sufrido esta violencia de lesa humanidad, como Cuba, Corea del Norte o Irak (finalmente devastada por vía militar). La maquinaria arrasadora que pretende saquear los recursos de países ricos en materias primas, necesarias para el despilfarro del sistema, no puede esperar tanto, aunque siga empleando este método para socavar la voluntad antes de la definitiva violación.
Podríamos decir que el capitalismo, tras la caída del bloque del llamado “socialismo real”, ha ido extendiendo sus tentáculos a prácticamente todo el globo. En la actualidad no existe ningún rincón del planeta en el cual no haga presencia su economía. Es cierto que nunca llegó a desarrollarse una economía socialista, pero sí pudimos encontrar gérmenes de la misma en la URSS, a través un intento de extensión progresiva de la planificación desde campo industrial al resto de los sectores económicos. Esto no fue posible por la necesidad de mantener una política defensiva que deformaba desde el principio cualquier intento de planificación, así como por limitaciones ideológicas y teóricas con las que el marxismo continua debatiendo, tales como la economía en la época de transición al comunismo o la teoría del valor. De esta manera, el capitalismo -que también vivió frustraciones y fracasos en su origen- se erige hoy como único referente en el planeta, aun cuando no haya superado ninguna de sus limitaciones (ni ideológicas ni teóricas) y nos muestre únicamente un reguero de destrucción natural, social y de pensamiento como prueba de su triunfo.
En la actualidad, el principal arma del capitalismo es que se desarrolla más allá de lo que podríamos denominar como “internacional”, puesto que cuenta con elementos esenciales para su funcionamiento que se encuentran fuera del mapa político, dentro de lo que podríamos considerar como el terreno de lo “supranacional”. Entre estos elementos se encuentra, fundamentalmente, el capital, el cual no se encuentra sujeto a ninguna frontera y cuya limitación territorial -a través de bloqueos o aranceles- es únicamente un instrumento para boicotear el capital competidor. Se trata de un flujo planetario sin una única lógica global, cuyo movimiento es impredecible relativamente incluso para los que poseen mayor control del mismo, y que permanece desconocido para la inmensa mayoría de la población mundial, la cual sufre no obstante las consecuencias de sus vaivenes. De esta manera, podemos encontrar incluso que el país más endeudado del planeta pueda convertir su propia deuda en la deuda de los habitantes de sus países vasallos y sus neo-colonias. Pues no podemos olvidar que parte de nuestro trabajo diario acaba, indirectamente, en el pago de la inconmensurable deuda de los EEUU, a la manera como las regiones invadidas por el Imperio Romano pagaban sus impuestos a los que contaban con el estatuto de ciudadanos romanos.
Pero los mecanismos de represión del imperio capitalista también podemos decir que, progresivamente, van adquiriendo carácter supranacional. Véase el aumento de ataques cibernéticos, entre los que podemos contar el reciente al núcleo energético de Venezuela. Es el sabotaje “de cuarta generación”, deslocalizado, sin autores materiales claros y, al contrario del antiguo sabotaje como arma de los débiles, una nueva arma de los ricos contra los pobres. Las telecomunicaciones se presentan, igualmente, como el futuro objetivo militar a proteger, teniendo en cuenta que incluso los cables submarinos de comunicación que unen países están ya siendo motivo de debate por su vulnerabilidad. Un solo ataque a los mismos puede dejar incomunicadas grandes regiones durante un lapso considerable de tiempo como para desestabilizar el territorio, mientras tanto, por otras vías. Por no hablar del posible ataque a satélites de comunicaciones, cuya sustitución sería, obviamente, muy complicada.
El nuevo modelo de ejército privado también puede ser considerado como una nueva estrategia supranacional. Mercenarios del mundo se reúnen en diferentes escenarios que han de ser desestabilizados, infiltrados en revoluciones de colores -y, por qué no, guarimbas-, para después pasar al campo puramente militar en el caso de guerra civil. Son ejércitos en la sombra que actúan a las órdenes de alguna potencia, pero también de grandes empresas con intereses en los países agredidos. Academi, tristemente conocida como Blackwater por sus acciones en Irak, puede ser contratada igualmente para una emboscada que para una sesión de tortura. G4S, creada por un empresario danés, es el que cuenta con el mayor número de empleados en el mundo, y ha ejercido su cometido tanto como agencia de seguridad en las Olimpiadas de Londres en 2012 como en los puestos fronterizos de Gaza. Defion Internacional recluta contratistas latinoamericanos y ha enviado a más de 3.000 de ellos a Bagdad. Además de encargarse de las cloacas de la geoestrategia, mueven más de 100.000 millones de dólares en el mundo.
Pero el principal elemento represor supranacional dentro del capitalismo es, sin duda, su dominación ideológica. Se trata de un largo proceso de represión que ha vulnerado gravemente nuestra voluntad, nuestro pensamiento y nuestras emociones a través de elementos mucho más sutiles que los de la mera prohibición: la desmitificación a través del cine y la televisión de los grandes valores universales, por medio de protagonistas “antihéroes” que son modelo para niños y adolescentes, inmaduros, triviales, sin capacidad de sacrificio y actuando únicamente por intereses muy particulares; la consideración de cualquier utopía como irrealizable, cayendo no obstante en la utopía de que este sistema puede ser eterno por ser el mejor de los posibles; la incapacidad para el esfuerzo intelectual, por medio de la simplificación de cualquier contenido a un mínimo de caracteres o a la sucesión rápida de imágenes que eliminan incluso las respiraciones entre frases de los youtubers para que no nos aburramos; el olvido, sin duda intencionado, de los grandes logros de los intentos revolucionarios del siglo XX, de los cuales únicamente queda el mantra de que fueron totalitarios, escondiendo que ya en ellos se logró de forma natural la integración de nacionalidades y la igualdad no únicamente formal de la mujer. Todo ello va provocando una filtración invisible en nuestras emociones, de manera que ya nos encontramos encadenados al capitalismo no únicamente por nuestras convicciones, sino también por elementos mucho más difíciles de controlar: la insatisfacción por la alienación en el trabajo que ha de ser satisfecha a través del consumo, del viajar a bajo costo, de ser felices los fines de semana a cualquier precio; el miedo a ser diferentes, a imaginar escenarios más humanos; la convicción de que estamos solos y que nuestra pertenencia a una comunidad no puede ir más allá de la afición a un equipo de fútbol.
Mientras tanto, el internacionalismo que nació de la identificación con una clase proletaria se ve reducido a una colaboración de resistencia, especialmente económica, para encajar los embites del imperio. Ya no son “los pueblos del mundo” los que se ayudan a través de la movilización masiva y el levantamiento, alimentados por el deseo de luchar juntos contra el imperiarismo capitalista. Ahora, los gobiernos rebeldes luchan por sobrevivir en organismos internacionales del mismo sistema capitalista, exigiendo el cumplimiento de las leyes internacionales también del sistema. Y las nuevas potencias emergentes se enfrentan a la antigua hegemonía estadounidense a través de su propio lenguaje económico, tratando de abrirse camino por medio de la compra de deuda, de las fluctuaciones en el valor de las monedas, de la oferta y la demanda de las materias primas, de la producción a bajo coste.
No obstante, el sentimiento de clase puede decirse que fue un elemento supranacional anterior a los que ahora nos presenta el sistema. El hermanamiento internacional fue mucho más allá del mero sentimiento patrio, ahora tan necesario frente a las agresiones como las que sufre Venezuela. Por ello, la actual emergencia nacional no puede dejar de teñirse de internacionalismo e, incluso, de algo de ese supranacionalismo que ahora nos ha arrebatado el capitalismo. La defensa de Venezuela es la defensa de la dignidad más allá de sus fronteras, de la idea de que, o socialismo, o barbarie.
Foto de cabecera: Caracas, desde Palo Verde el pasado 12 de marzo. @llegolahoraya.
* Encarnación Almansa Pérez es miembro del Frente Antiimperialista Internacionalista y de la Asociación Aletheia de Córdoba.
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