Al arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, y al joven migrante Mamadou la vida los llevó por senderos marcados por la búsqueda de los derechos humanos. El primero por defenderlos, el segundo por buscarlos desesperadamente.
Santiago Agrelo llegó a Marruecos hace doce años sin saber lo que le esperaba en el país vecino: «choqué de frente con la migración, que era algo nuevo para mí». Con el tiempo y desde la lucidez que da la realidad llegó a decir que «no es lo mismo leer el Evangelio en una catedral que en una patera. Y yo intento leerlo en la patera para siempre».
Mamadou nació en Congo hace veinte años. Al poco de nacer, su madre falleció cuando aún era un niño debido a una enfermedad cardiovascular. Antes de morir lo confió a su familia materna. Un ataque de los paramilitares acabó con la vida de su tía y de su abuelo.
Santiago Agrelo en sus doce años de arzobispo en Tánger recuerda los testimonios de los migrantes con los que el destino le ha unido: “Si alguien lee esto (se refiere a testimonios como el de Mamadou) puede sentir admiración por los migrantes, y pena y enorme vergüenza de cómo nos comportamos con ellos».
Mamadou a punto estuvo de ser secuestrado para ser utilizado como soldado en las guerrillas que desgraciadamente operan en muchos territorios africanos. Logró escapar iniciando su periplo hacia el Magreb. Mientras tanto, monseñor Agrelo comprendía el porqué muchos jóvenes migrantes saltaban la valla o se aventuraban en la travesía de una patera. Es más, llegó a denunciar las represiones y expulsiones de la que son víctimas los migrantes, sobre todo desde el pasado verano, debido al avance de las negociaciones de España y la Unión Europea con Marruecos y cuyo objetivo es impedir que los migrantes se acerquen al norte de Marruecos. A la vez que Mamadou emprendía el duro viaje hacia el norte, Santiago Agrelo recogía heridos del monte por los golpes recibidos de las fuerzas de seguridad o por las heridas sufridas al intentar saltar la valla.
En su travesía Mamadou fue atrapado por la policía y, tras ser robado y torturado, lo dejaron marchar. Tuvo que realizar duros trabajos durante meses para poder ahorrar y así reemprender su camino. Tras más de un año de travesía llegó a Tánger donde estuvo varios meses escondido en la montaña. Ante esta montaña, monseñor Agrelo sentía una gran impotencia por la vulnerabilidad, la indefensión y la violencia que sufren los migrantes. Mamadou pudo al fin embarcar en una patera y llegar a la Península.
Monseñor Agrelo comentaba en una entrevista concedida a un periódico nacional, con motivo de su jubilación, que hasta que se trasladó a Marruecos, siempre había votado a partidos conservadores porque le garantizaba tranquilidad y normalidad. Hasta que llegó a un lugar donde «los pobres están abandonados por la normalidad», percatándose de que «la normalidad no es aceptable». Él piensa que muchos cristianos no lo entienden porque no han tenido delante «al hijo, hermano, amigo que tiene hambre y está tirado».
Muchos Mamadou no llegan a la península y están muriendo a causa de un mundo injusto y asesino que les niega el derecho a la vida. Como diría monseñor Agrelo «nos hemos empeñado en pisotear un derecho fundamental, el derecho de las personas a buscarse un espacio vital en el que poder vivir con dignidad».
Quizás los ojos de Santiago Agrelo y Mamadou se cruzaron alguna vez. No hubiera sido posible si monseñor hubiese estado atareado inmatriculando mezquitas, iglesias y catedrales. No hubiera sido posible si monseñor hubiese estado en grandes actos religiosos en lugar de haber optado por el “corazón de la patera”, el de miles de africanos que han cruzado el mar. Monseñor no fue recibido por autoridades con crucifijos de plata en sus despachos. Monseñor se tuvo que enfrentar en más de una ocasión a la policía para evitar males mayores a los migrantes. Santiago Agredo y Mamadou me han enseñado que por muchas placas que retiren con el nombre de los derechos humanos para cambiarlas por nombres de fascistas, la humanidad siempre se abrirá camino. ¡Gracias por la VIDA!
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