Hace algo más de un año que la familia de Daniela y Pepe el jubilado fueron arrojados por orden judicial de la nave abandonada, que ellos habían transformado en casa. Allí dejaron las gallinas, el huerto y los palomos y durante un tiempo vivieron bajo un puente, para escándalo de las autoridades civiles y religiosas de la ciudad.
Restaurada la legítima posesión a la cadena financiera e inmobiliaria, que ostentaba la propiedad de la nave, el tercer poder del Estado pudo dormir tranquilo. Al fin y al cabo las familias romaníes querían un techo, un huerto, unas gallinas, esas minúsculas cosas que suelen querer los pordioseros. El consorcio financiero, sin embargo, administraba valores intangibles, se movía en el nivel de abstracción y generalidad de los poderosos, luchaba por intereses más elevados. Pronto aquel lugar paupérrimo se transformaría en un espacio urbanístico racional, en el sitio ocupado por las gallinas habría espacios verdes y zonas ajardinadas. La urbanización lanzaría la economía del lugar y nadie se acordaría más del huerto de Daniela.
Ha pasado algo más de un año y los amos del lugar han debido olvidarse de la nave cuya posesión reclamaba. Recuperada la tenencia no tienen prisa por concluir sus ambiciosos planes; quizás porque lo importante, lo sustancial era fijar límites a los usurpadores, señalar documentalmente sus derechos sobre las cosas y sobre las personas.
En este vídeo podéis ver cómo está hoy la nave de la familia de Daniela. El huerto es ya una foto triste para el recuerdo.
Vía ACISGRU.
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