En la Jornada sobre Mujer y Sinhogarismo, celebrada en Córdoba el pasado 17 de abril, una de las ponencias más combativas fue la de Luz Herrero y Laura Carrasco, de la Asociación Moradas, de Madrid, que desarrolla una singular experiencia con mujeres sin hogar, que combina actividades con grupos de mujeres en centros de acogida y rutas feministas de calle, con labores de investigación, sensibilización, formación e intervención social, desde un posicionamiento claramente feminista. A Laura y Luz le hemos pedido un artículo, que generosamente nos han mandado y os dejamos a continuación.
Asociación Moradas
Existen diferentes formas de conceptualizar la pobreza. Una de ellas es la establecida en función del los ingresos a partir de los cuales se considera que la gente es pobre. Existen dos categorías: pobreza relativa y pobreza absoluta o exclusión social. Otra de las formas de medir la exclusión social de las personas es a través de la consideración del bienestar real de la población, como es la de Amartya Sen. Esta teoría tiene en cuenta la alimentación, la salud, la enfermedad, la muerte prematura, la felicidad y la dignidad, entre otras.
Diferentes estudios han llegado a la conclusión de que las mujeres son las más afectadas por la pobreza. Por tanto, la feminización de la pobreza es un fenómeno de impacto mundial. Según el informe del PNUD de 1997, las mujeres ya son el 70% de los pobres del mundo. Esto tiene su origen en el sistema patriarcal que tiene su base en la opresión y el posicionamiento social inferior de las mujeres.
Las causas que llevan al sinhogarismo tienen un carácter multidimensional, un origen estructural y una naturaleza procesual. Así, los factores estructurales, sociales e individuales afectan a las personas sin hogar en mayor o menor medida dependiendo de la persona y la situación, que no es puntual y concreta, sino que puede fluctuar entre la zona de integración, vulnerabilidad y desafiliación.
Los sistemas de medición de personas sin hogar en los diferentes países suelen tener carencias y diferir los unos de los otros, por lo que es complicado establecer un número concreto de personas que viven en situación de exclusión social severa. FEANTSA (Federación de asociaciones que trabajan con personas sin hogar, por sus siglas en francés) ha establecido una tipología para definir a las personas sin hogar, que las divide en categorías: Sin techo, sin vivienda, vivienda insegura y vivienda inadecuada. El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha realizado en España una encuesta a las personas sin hogar usuarias de recursos sociales para personas sin hogar de alojamiento y/o restauración, en municipios de más de 20.000 personas, en 2005 y 2012. En estas estadísticas se deja fuera a gran parte de las mujeres en situación o riesgo de exclusión social: las que se hacen cargo de los hijos tanto económica como emocionalmente, cuando el padre se ha marchado, ha muerto, le han encarcelado, etc. En definitiva, cuando no está presente en el entorno familiar. Tampoco están contabilizadas como sin hogar las mujeres víctimas de maltrato de género por parte de sus parejas o exparejas, y que están en casas de familiares o amigos, a pesar de que en esa situación no tienen un hogar propio. Sin embargo, arroja datos interesantes, como que el número de mujeres va en aumento (el 19,3% del total de la población sin hogar en España son mujeres), que una de las razones de más peso para que las mujeres caigan en esta situación es la violencia contra ellas o sus hijos, que las mujeres consumen mucho menos alcohol que los hombres o que ellas tienen más hijos que ellos, entre otros datos.
Las mujeres tratan de escapar de la situación sin hogar utilizando algunas estrategias concretas, como pedir ayuda a familiares o amigos. Esta dependencia de las mujeres de los apoyos económicos y afectivos de familiares y amigos hace que las mujeres pobres e indigentes no sean tenidas en cuenta en las estadísticas, entrando así en el “sinhogarismo oculto”, característico de muchas mujeres. Entonces, no es verdad que las mujeres no estén en situación de sin hogar o que sean menos que los hombres, sino que el baremo que se ha utilizado para medir y abordar el sinhogarismo femenino no se adapta a sus situaciones de exclusión social extrema, al no tener en cuenta sus características específicas por ser mujeres. En palabras de Doherty (2001:19): “The ability of women to hide their homelessness within the supportive confines of their social networks not only demonstrates an effective coping strategy, but, importantly, also has the potential of disguising the full extent of the problem from public gaze and hence as a welfare issue”.
“La capacidad de las mujeres para ocultar su falta de vivienda dentro de los límites de apoyo de sus redes sociales, no sólo demuestra una estrategia de afrontamiento eficaz, sino, sobre todo, también tiene el potencial de encubrir el alcance total del problema de la mirada pública y, por tanto, como la consideración de una cuestión de bienestar” (traducción propia).
Como ya se ha dicho, las causas del sinhogarismo femenino tienen su origen en un sistema patriarcal y es desde ahí desde donde podemos explicarlas. El riesgo de caer en una situación de exclusión social para las mujeres está muy vinculado a su capacidad de crear y mantener una familia y un hogar. Por un lado, la estructura tradicional de la familia está cambiando y podemos hablar cada vez menos del hombre sustentador y la mujer ama de casa. Por otro lado, el mercado laboral ha otorgado a las mujeres peores puestos de trabajo y peor remunerados que a los hombres (Doherty, 2001).
Las características que afectan a las mujeres sin hogar son estructurales, múltipes y procesuales. La violencia contra las mujeres agrava sus situaciones de exclusión. Primero porque supone consecuencias para la salud física y psicológica de las mujeres; segundo, por el escaso apoyo familiar y social al que muchas veces se enfrentan estas mujeres una vez han dejado a la pareja; tercero, por la falta de recursos económicos que caracteriza a las mujeres después de vivir estas situaciones de violencia; y cuarto, por las pocas y limitadas salidas que ofrecen los gobiernos a este tipo de situaciones, teniendo muchas veces que acabar en casas de familiares o amigos, en recursos sociales no adecuados a sus situaciones o directamente en la calle (Espinar, 2002; FEANTSA, 2007).
Como factores estructurales, se destacarán el acceso al empleo mucho más precario e inestable (peores sueldos, jornadas parciales), la división sexual del trabajo (limitando el acceso a determinados trabajos por su condición de mujeres), el acceso a la vivienda (más restringido, debido a las precarias situaciones laborales), las obligaciones en las tareas del hogar y los cuidados de personas dependientes y niños y niñas(pues son las mujeres las que en mayor medida hacen estas tareas), la restricción del acceso de las mujeres a los recursos de la red asistencial para personas sin hogar (sólo en el 74% de los recursos de la red admiten mujeres, y si hablamos de recursos de alojamiento, sólo el 64% permite el acceso a mujeres) (Cabrera, 2000) y la práctica inexistencia de recursos sociales concretos para mujeres sin hogar, que tengan en cuenta sus necesidades específicas.
Para enumerar los factores sociales, se hará hincapié, una vez más, en el patriarcado, que asigna desiguales papeles para los hombres y mujeres. Así, la calle será considerada un espacio de hombres y para hombres, en las que las mujeres son más vulnerables y están más desprotegidas y en la que tendrán que luchar para hacerse un hueco. Sumado a esto, se da la doble exclusión social: la de ser sin hogar, con todos los prejuicios y estereotipos sociales que esto conlleva, así como la de ser mujeres, considerando con esto que no han sabido/podido crear y mantener un hogar y una familia. Se destacarán: el estigma social (que les pone la etiqueta de sin hogar y de mujeres), la discriminación (que se da desde la sociedad – rechazo o indiferencia – y desde las instituciones – policía, red de atención sanitaria, servicios sociales…), desafiliación social (no contar con los apoyos afectivos y emocionales suficientes agrava la situación de exclusión y dificulta los intentos de recuperación).
Luz Herrero y Laura Carrasco (Asociación Moradas)
Es importante señalar que las características personales de las mujeres sin hogar son tan variadas como mujeres, es decir, cada mujer tiene su propia personalidad. Sin embargo, sí podemos destacar algunas características generales que les afectan de manera personal, como son la inestabilidad en sus circunstancias vitales (inestabilidad social, emocional, de alojamiento, de necesidades básicas, económicas, pues la situación de calle es un foco de estrés, angustia y desorganización que provoca en las mujeres un profundo y constante malestar), la soledad (por eso tienen la necesidad de encontrar una pareja que les proporcione soporte emocional y psicológico, protección de los riesgos y peligros que caracterizan la vida en la calle y, además, disuadirá al resto de hombres de hacerles insinuaciones o propuestas de relaciones sexuales o sentimentales, así como posibles agresiones sexuales), y los factores psicológicos (como los factores estresantes encadenados (Muñoz, Vázquez y Vázquez, 2003), que son situaciones vitales traumáticas que van a provocar la caída en la exclusión – muerte de algún familiar, desahucio, separación o divorcio, pérdida del empleo, enfermedades, etc. – y donde la violencia contra las mujeres juega un papel determinante a la hora de acabar en situación de sin hogar).
Mientras que el sinhogarismo masculino es público y visible, el femenino tiende a ser privado y oculto (Thörn, 2001), pues las mujeres buscan estrategias de afrontamiento en casas de amigos y familiares o soportan inaceptables situaciones de violencia doméstica (FEANTSA, 2010). Esto provoca que el problema sea ocultado a ojos de la sociedad y, como consecuencia, las autoridades no pongan las medidas necesarias para erradicarlo. El hecho de contemplar como neutro o universal todo lo relacionado con los varones, tiene como consecuencia que “lo otro” sea considerado femenino.
Como afirma Sánchez (2007:120): “Sí, es curioso observar cómo incluso las mismas mujeres siguen transmitiendo la falsa idea de que parar la mujer es más difícil caer en una situación de exclusión social y que, por otro lado, si caen hay más mecanismos de protección. Pero, además, la bibliografía existente también brinda esta injusta perspectiva en muchos casos. Como expone María J. Escudero Carretero: `Buena parte de la bibliografía existente, como el libro de Joanne Passarro (1996), afirma que las mujeres gozan de mayores privilegios que los varones en el acceso a las ayudas públicas, cuando la realidad es justamente a la inversa y la discriminación para ellas empieza mucho antes, en la discriminación que sufren en el mercado laboral y que las excluye mayoritariamente del acceso a las ayudas de base contributiva´”.
Foto cabecera: grupo de teatro Mujereando, de Sevilla, formado por mujeres sin hogar.
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asociacionmoradas@gmail.com
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