La ONU, en 1975, eligió el 8 de marzo para declararlo como el día Internacional de la Mujer. El motivo por el que se eligió esa fecha y no otra fue la confluencia, entre finales del siglo XIX y principios del XX, de acontecimientos en los que las mujeres trabajadoras fueron protagonistas como víctimas de la salvaje explotación laboral que sufrían y también como activistas por la defensa de sus derechos. Ya en 1910 la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague designó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Desde entonces, las mujeres no han dejado de salir a la calle para reivindicar la igualdad de derechos con los hombres, el derecho al voto, al trabajo con salarios iguales, a ocupar cargos públicos, a estudiar y acceder a las universidades, a no sufrir discriminación por el hecho de ser mujeres.
Este 8 de marzo debemos salir a la calle a seguir reivindicando todos los derechos que todavía no se han conseguido y a denunciar todas las situaciones de explotación que siguen sufriendo las mujeres en cualquier parte del mundo. Y es que no estamos para celebraciones. No podemos estar para celebraciones cuando hay miles de niñas a las que se mutila cruelmente por ser eso, niñas. No estamos para celebraciones cuando miles de mujeres son esclavizadas, torturadas y asesinadas por ser mujeres, cuando miles de mujeres mueren a consecuencia de abortos clandestinos, cuando miles de mujeres son violadas con total impunidad, cuando miles de mujeres viven eternamente ocultas tras las cortinas de un patriarcado que les niega la consideración y la dignidad de seres humanos. Cuando a miles y miles de mujeres se las explota, discrimina y desprecia por el hecho de ser mujeres, de haber nacido siendo las hembras del género humano.
Debemos salir a la calle no a celebrar sino a reivindicar esos derechos que en las sociedades del primer mundo creíamos ya conseguidos y consolidados y que vemos como la reacción conservadora y ultraderechista, siguiendo las directrices de las organizaciones religiosas de todo signo, están intentando echar abajo.
Y también debemos salir a defender el laicismo del Estado y de las instituciones, laicismo que apueste decididamente por una enseñanza pública, laica e igualitaria que no la deje en manos del poder religioso que promueve el patriarcado, sino que eduque en igualdad, para el pleno desarrollo de las personas alejado de los estereotipos basados en el sexo.
Sólo un Estado laico libre de injerencias religiosas puede garantizar que podamos continuar avanzando hacia una igualdad real y efectiva, en España y en el mundo.
Todas las religiones son muy conscientes de que el feminismo es una amenaza a sus intereses y al mantenimiento de sus estructuras de poder, por eso en estos momentos emplean todos sus esfuerzos en influir en los organismos internacionales y locales paralizando legislaciones y medidas que puedan hacer de las mujeres seres libres y con derechos, e intentando imponer sus doctrinas profundamente misóginas a todas las sociedades.
Como laicistas no podemos sino asumir la salvaguarda y garantía de los valores basados en los Derechos Humanos, desde la libertad de conciencia, a la igualdad de todas las personas sin distinción de su origen, sexo, capacidad. Como laicistas no podemos ser otra cosa que feministas.
Europa Laica estará de nuevo este 8 de marzo en las calles reivindicando y exigiendo los derechos de las mujeres y el final de la desigualdad estructural a la que están sometidas.
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