Entró esta mañana Alex Castellano por la puerta de la sacristía algo inquieto. Pensaba que antes de la fiesta gitana rumana tendríamos una misa, un rezo o una oración y me da que este hombre hace tiempo que ni se santigua ni visita una iglesia ni reza una oración. No es ningún despropósito que esperara el rezo y la misa, antes del banquete y del baile, porque la gente suele ir a las iglesias cristianas a rezar, a santiguarse y a celebrar la Eucaristía, pero esta mañana la cosa no ocurrió así.
En el salón habíamos dispuesto una mesa dilatada con platos para unos cincuenta comensales y alrededor de la mesa se sentaban hombres y mujeres romaníes, procedentes de casi todos los asentamientos chabolistas de la ciudad, algunos con sus mejores galas y otros en traje de faena.
Comida y bebida rumana: infinitas variedades del embutido, como la cabanossi, esa salchicha seca y ahumada, hecha con cerdo y ternera ligeramente ahumada o el salam de Sibiu, hecho con carne y grasa de cerdo y algunos condimentos. En cada plato había al menos tres variedades de queso, como el queso urda, el telemea y el queso de kashkaval, y también tomates y pepinos y otras menudencias para disimular. En el centro mismo de la mesa habían montado cuatro enormes fuentes de ensaladilla de carne, decorada con simulaciones de flores y motivos textiles, que casi nadie tocó. Son las cosas que tienen estos romà y que no hay quien las entienda, invertir tres horas en preparar un plato laborioso que saben que nadie va a comer.
Al fondo del salón estaba Marián, ese músico lautari que toda Córdoba conoce porque toca en el Puente Romano, y que esta vez había venido, además de con su habitual acordeón, con dos instrumentistas más que tocaban la pandereta y el tambor.
Sin ellos la fiesta no hubiera sido la misma. Porque la música de Marián desató la piernas de todos, hasta de los patitos más torpes como yo. Pero sobre todo la música de Marián hizo que la reina del baile y la interpretación, la Lola Flores de los rumanos, como la bautizó Cristina, bailara su danza absoluta. Y cuando hay un instinto de belleza todo lo que uno hace siguiendo ese instinto será hermoso. Y todos los ojos de la sala estaban en Florica Grecu, que ya nos viene enseñando que la belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica.
Querido Alex, amigo que ya eres de los nuestros, hoy la cosa no iba de rezos ni liturgias, sino de bellezas inusitadas, de encuentros abiertos y alegrías que traspasan fronteras. Pero siéndote sincera he decirte también que algunos de nosotros, muy pocos, pensábamos que en aquella reunión, en medio de la música de Marián y del baile de Florica, Dios estaba escondido. Oculto, encubierto, sin dejarse ver… porque, como nos enseñó Pascal, toda religión que no afirme que Dios está escondido, miente.
Feliz Navidad.
0 comentarios