“Si consideramos bueno un Dios criminal, nos preparamos para considerar buenos a élites políticas criminales. Adorar psicópatas nos lleva a obedecer psicópatas”. Daniel Danilik
Estamos al inicio del nuevo año 2025 y las redes se inundan de mensajes deseando felicidad, paz y amor. En este contexto aprovecho para comentar lo que, en mi opinión, es el mayor acto de barbarie que está cometiendo la especie humana ante los ojos de todo el mundo, el genocidio contra el pueblo palestino.
Resulta obvio que, para el gobierno y el pueblo de Israel, el respeto y cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos no está entre sus objetivos. Por ello, resulta pertinente preguntarse si acaso la guía moral de sus actos tendríamos que buscarla en los libros de sus mitos fundacionales como la Torá, donde encontramos un pueblo genocida instigado por un Dios psicópata.
Podríamos pensar que, ni siquiera para una mentalidad religiosa, matar niños puede ser una acción moralmente justificable, aunque sea Dios quien lo cometa. Sin embargo, la realidad se impone mostrándonos que siglos después de los infanticidios que aparecen en la Biblia, cometidos por Dios y sus seguidores, se puede seguir asesinando miles de inocentes criaturas sin que los ejecutores se inmuten y los “civilizados” observadores hagan nada al respecto.
La Biblia es el libro de mayor éxito de ventas con diferencia respecto a todos los demás. Se calculan entre 3.500 a 5.000 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. A pesar de su prolijidad y de ser un objeto de culto sagrado, ya que millones de personas creen que la Biblia es la palabra de Dios, parece razonable suponer que no todos los que lo compran lo leen y la mayoría de sus lecturas se hacen de manera sesgada y acrítica, de manera que, en realidad, desconocen o no reparan en lo que en él se cuenta y solo perdura lo que apologetas interesados nos contaron de niños. Cuando el niño es pequeño, aproximadamente hasta los seis años, interioriza de forma inconsciente lo que sucede en el entorno familiar; sin tener la capacidad intelectual de cuestionarlo, simplemente incorpora esa información, sea positiva o negativa, formando patrones de conducta que les afectan y condicionan como adultos.
Esto en psicología se conoce como “repetición de patrones familiares de comportamiento”.
Quizás en este mecanismo de aprendizaje, esté parte de la explicación de que un texto rebosante de crueldad, manipulación y ausencia total de ética mantenga su prestigio y sea guía de conducta para millones de personas.
Un libro en el que los protagonistas, al contrario de la imagen divulgada, no son nada ejemplarizantes ya que, en esencia se limitan a un ser todopoderoso, caprichoso y cruel para el que su mayor deseo es ser adorado y obedecido ciegamente. Especialmente por los elegidos para liderar al pueblo de Israel, que actúan servilmente sin reparar en lo arbitrario e insustancial de sus motivaciones y en las graves consecuencias para las víctimas de lo ordenado. Un libro en el que, si analizamos la personalidad y los hechos protagonizados por quien se supone que lo ha inspirado, Dios, presenta rasgos suficientes para ser diagnosticado de psicópata, tal como lo expone detalladamente el psiquiatra Daniel Danilik, en su libro de recomendable lectura, “Dios es un psicópata”.
Como dice Daniel Danilik “Adorar psicópatas nos lleva a obedecer psicópatas”. Frase de plena actualidad ante el genocidio perpetrado contra el pueblo palestino por parte de Israel, que no solo adora al Dios bíblico, sino que se considera el pueblo elegido para ocupar la “Tierra Prometida”. Una masacre que, para vergüenza del “mundo civilizado”, está siendo contemplada con indiferencia e incluso complicidad por parte de la Comunidad Internacional.
Por ello, es necesario conocer lo que se cuenta en la Biblia despojándola de la “sacralidad” con la que está investida y leerla como texto literario sin connotaciones religiosas. Una lectura que nos permita desenmascarar a personajes bíblicos, como Dios y Moisés, para ponerlos en el lugar que se merecen. Un Dios, al que se le atribuyen cualidades como ser eterno, todopoderoso, conocedor de todo y, lo más destacable para la cuestión que nos ocupa, su supuesta “bondad infinita”, lo que no le impide ser, según la Biblia, autor material de dos genocidios, el diluvio, que además de ser el mayor genocidio narrado en la literatura universal, es el mayor de los infanticidios, pues Dios mata ahogando a todos los niños existentes sobre la Tierra, ya que en el arca de Noé solo había ocho personas adultas; y el aniquilamiento de los primogénitos egipcios, que fueron ejecutados directamente por Dios.
Para otros genocidios se valió del pueblo de Israel, destacando los perpetrados contra los amalecitas, madianitas y cananeos, pueblos hermanos y, al igual que en la actualidad ocurre con los palestinos, su crimen era estar ocupando la tierra que Dios les había prometido.
Para finalizar esta breve sinopsis bíblica, haré referencia al otro destacado personaje del libro omnipresente en nuestra infancia, por los relatos escolares y películas como “Los 10 mandamientos” exhibida hasta la saciedad en fechas señaladas. Me refiero a Moisés, al que su madre depositó en una cesta en el Nilo para salvarlo del infanticidio ordenado por el faraón y que fue “salvado de las aguas” por la hija de éste.
Según la Biblia, en sus enfrentamientos con los pueblos que encontraba en el camino hacia la “Tierra Prometida”, Dios dictó a Moisés normas bien diferenciadas entre la guerra y el genocidio. Las reglas de la guerra se debían aplicar a cualquiera de los pueblos o de las ciudades que “estén lejos, que no sean cananeas”, por el contrario, el genocidio, recaía sobre quienes vivían en Canaán, región que en la actualidad comprende Israel, parte del Líbano y Palestina. Para estos pueblos las ordenes de Dios fueron: “ninguna persona dejarás con vida, sino que las destruirás completamente”.
En la guerra debe proponerse la paz. En el genocidio, por el contrario, no debe proponerse ni aceptarse la paz. En caso de guerra, debe matarse únicamente a los varones adultos enemigos, y el resto de la población y de los bienes se conservan como botín. Contrariamente, en el genocidio debe matarse a toda la población y, en ocasiones, también al ganado, que luego no debe ser consumido. Para los hebreos dirigidos (manipulados) por Dios, la conquista de Canaán, Amalec y Madián no se trató de una guerra, sino de un genocidio.
Como podemos observar, la historia imita el mito y lo repite con la misma crueldad.
Un aspecto menos divulgado del libertador Moisés, es lo acontecido cuando se convirtió en prófugo por matar a un soldado egipcio en defensa de un esclavo hebreo. Es decir, que el nieto adoptivo del faraón convertido en príncipe egipcio mata a un simple soldado y tiene que huir del país. Se necesita ser muy crédulo para dar crédito a tamaña patraña.
En su huida aparece por la tierra de Madián, es acogido por el sacerdote Jetro, se casa con Séfora, la mayor de sus siete hijas con la que tiene dos hijos y durante cuarenta años vive apaciblemente como un pastor madianita más. Hasta que Dios, mediante la zarza que ardía sin consumirse le encarga que vaya a ver al faraón y le exija que libere a los hebreos. Y nos lo encontramos que, de fugitivo se presenta ante el faraón con exigencias y amenazas de terribles plagas. En la décima, ante la tozudez del faraón, Dios asesinó a todos los primogénitos. Un Dios maquiavélico, del que nos cuentan que al tiempo que enviaba a Moisés a negociar con el faraón, utilizaba su omnipoder para endurecer su corazón y no ceder a las peticiones que le hacía.
A pesar de lo disparatado de toda esta historia, lo que se lleva la palma es el último encarguito que Dios le hizo a Moisés, cuando se encontraba a punto de entrar en la Tierra Prometida.
Dios le ordenó exterminar a todos los pobladores de Madián, es decir, a la que durante cuarenta años había sido su familia. ¿La causa? Que décadas atrás, una princesa madianita había tenido relaciones sexuales con un príncipe hebreo y a pesar de que ambos fueron asesinados en el momento del acto por un sacerdote, Dios estaba preocupado porque eso podría haber llevado a los hebreos a adorar a otros dioses. En fin, ¿bondad infinita? O maldad sin límites.
Lo peligroso de seguir las “enseñanzas” de estos textos, es que, al identificarse con Dios o con sus grandes profetas, sienten el permiso e, incluso, el deber de obrar como ellos. Si Moisés puede ordenar matar a los niños y a las madres de la nación madianita (su familia), y ser considerado “el más grande de los profetas” y “el hombre más manso del mundo” (es decir, merecedor del primer premio Nobel de la Paz), ellos también podrán hacerlo. Y en ello están.
0 comentarios
Trackbacks/Pingbacks