Afirmaba Josep Ramoneda en el prólogo de La política en tiempos de indignación de Daniel Innerarity, que «la Indignación no es una política en sí misma» esto es, el enfado o la impugnación no es per se una ideología o una forma de cambio, sino una reacción natural de la sociedad a un hecho de injusticia manifiesta.
La huida del Rey emérito ha generado en varios sectores de la sociedad cuanto menos desconcierto, en una gran parte de ella ha generado indignación, las presuntas corruptelas que rodean a la casa real y en concreto a Juan Carlos, en un momento de crisis sanitaria, económica y social, que se encadena con la anterior de la que apena han trascurrido poco más de 10 años han hecho pensar a muchas y a muchos para qué sirve un Rey.
La derecha, los poderes fácticos, las estructuras profundas del Estado (Deep state) y su mayor valedor en los años de democracia, el PSOE, están tratando de reconfigurar un relato que, por un lado, haga culpables a los de siempre, a Unidas Podemos; por otro lado, restándole importancia a las acciones de Juan Carlos y en última instancia, desligando a este de la institución monárquica para garantizar su continuidad.
Nada nuevo, la historia de los borbones y el entorno de la casa real en España ha rimado siempre al ritmo de una canción que algún rapero podría entonar y la que Talleyrand podría poner letra con su famosa frase: «Es costumbre monárquica robar, pero los borbones exageran». Ya algunos de sus antecesores tuvieron que huir del país por diversos casos de corrupción, pero sin irnos muy atrás, el propio Urdangarín (el yerno bueno) entró en la cárcel tras destaparse un mastodóntico caso de corrupción y desfalco, probablemente por sentirse con la impunidad de compartir mesa con la sangre regia.
Más allá de los robos, que ya deberían explicar la caída de una institución cuyo cabeza de familia ha amasado, según la revista Forbes, una fortuna de miles de millones de euros durante su reinado, podríamos, entre tanta indignación, pararnos a pensar el por qué de la anomalía democrática de la institución monárquica y comenzar a discutir -como nos diría Julio Anguita- sobre la alternativa republicana que queremos, luchando desde el presente las construcciones del futuro. Ya que deberíamos entender algo muy relevante ante esta situación:
El proyecto republicano no puede basarse o al menos no sólo, en la negación de la monarquía, es más, no deberíamos leer la caída de la monarquía como la llegada de algo mejor, de igual forma que la caída del capitalismo, como decía Walter Benjamin, no tiene por qué traer consigo el socialismo, sino que puede traer otra cosa, incluso peor, por difícil que pueda parecer. Estamos hablando del cambio de la forma del Estado, no de un cambio de gobierno, tampoco de la sustitución de un Rey por un presidente de República, sino de la construcción de un estado salvaguarda de los derechos civiles y sociales capaz de generar espacios de participación y dotar a la población de recursos materiales para una vida digna de ser vivida.
No se trata sólo del anquilosamiento de la institución monárquica, de ser propia de épocas pasadas, sino que como decía el jurista Pérez Royo, la monarquía en España es el «tapón que impide cualquier avance democrático» lo cual tiene que ver con su propio pasado reciente. Juan Carlos nunca juró la Constitución del 78 por haber jurado los Principios y Leyes Fundamentales del Régimen franquista, cuando Franco le nombra su sucesor, además en diversas declaraciones como nos cuenta José Luis Villacañas en su libro Historia del Poder político en España, se declara heredero de la Tradición Histórica que representó el Caudillo.
Se ha hecho mucho a través de los altavoces mediáticos para dotar de legitimidad la figura de Juan Carlos I y por qué no decirlo, lo han conseguido, gran parte de la población ha pensado y sigue pensando que «el Rey trajo la democracia» afirmación demencial atendiendo a los hechos históricos, pero muy útil a la hora de crear un relato político adecuado a los poderes franquistas que se blanquearon durante la Transición y aquellos poderes económicos rentistas dependientes del BOE a los que sí parece que Juan Carlos juró lealtad y viceversa; cómo olvidar los regalos de empresarios al emérito, como el yate al que con ingenio llamó Bribón.
En vistas a esta carencia de legitimidad democrática, por ser heredero de un dictador que accede al poder tras un golpe de Estado a un Régimen democrático como la II República, en vistas a la anomalía democrática de que el jefe de Estado de un país sea constitucionalmente inviolable e «irresponsable» ante la ley, sumado a los presuntos casos de corrupción que sobrevuelan a la familia real, ¿Por qué no empezar a debatir sobre la III República?
Las luchas del presente pueden convertirse en las construcciones del futuro, se trata de construir en plural, a partir de debates profundos y sosegados, sin olvidar que es de política de lo que estamos hablando.
Deberíamos definir cómo queremos que sea esa república en base consensos, a puntos concretos con los que la mayor parte de la sociedad se sienta identificada. Para ello es imprescindible construir mayorías, esas mayorías no serán posibles de construir sólo con aquellas fuerzas que se encuentren a la izquierda del PSOE, aunque no construiría nada sin ellas, tampoco bastaría con todas esas fuerzas junto con el PSOE ya sé lo que están pensando: ¿cómo construir una república con el partido que más a defendido a la monarquía? Bien, esas mayorías deben ser construidas desde abajo, no podemos generar otros equilibrios con los mismos contrapesos, debemos empujar la balanza, transformando esa indignación de la que hablábamos al principio en una vía de transformación.
La política no es no es una enemiga, el enemigo es el capitalismo, las estructuras pensadas por la Ilustración, como diría Carlos Fernández Liria, no están mal pensadas, más bien todo lo contrario, nosotras debemos ser garantes del Estado de Derecho que durante el período de la Monarquía parlamentaria no ha sido efectivo, empezando por el propio Rey, los empresarios y los políticos corruptos que han campado a sus anchas por este país nuestro, además, llenándoseles la boca con la constitución y las leyes que incumplían sistemáticamente. Por esto, la economía en la III República deberá estar supeditada al interés general y no al revés, de esta forma, por ejemplo, las trabajadoras y trabajadores no tendrán que elegir entre morir de hambre o de COVID-19.
Una República federal y plurinacional, que entienda de una vez por todas la complejidad histórica del encaje de los diversos territorios que componen el Estado, con un proyecto de consenso y de solidaridad entre las ciudadanías.
Con un compromiso real con el medio ambiente, esto es, una determinación real en el cambio del modelo productivo de nuestro país, apostando por las energías renovables tan despreciadas en la actualidad. Una República ecologista, con todo lo que esto lleva asociado consigo.
Por supuesto, la III República será feminista o no será, todos los consensos logrados por el feminismo y aquellos que quedan por conseguir, deberán ser la piedra angular sobre la que pivote el sistema, situando en el centro los cuidados, que establezca como prioridad la desaparición de la lacra que supone la violencia machista en todas sus formas.
Los servicios públicos deben ser parte fundamental, si algo hemos aprendido de la pandemia es que en última instancia son los que nos salvan. La enseñanza pública, la sanidad pública y demás servicios esenciales deberán ser garantía de una vida digna de ser vivida.
Finalmente «ciudadanía» debe llevar consigo la indisoluble unión de garantía todos los derechos que la conforman, civiles, políticos y sociales, este último tiene que ver con la obligación por parte del Estado de garantizar que todo ciudadano y ciudadana tenga todas sus necesidades materiales cubiertas, pues esa es la única forma de libertad posible.
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