Acaban de dar las 10 de la mañana. En el restaurante donde me ha citado veo entrar con puntualidad inglesa al personaje que voy a entrevistar: varón, de mediana edad, mediana estatura y talla. Solo sus relajados abdominales y un armonioso salpicado de canas entre una masa capilar en franca retirada parece apuntar el inicio del declive. Llega a la mesa donde estoy sentado y, tras saludarnos con informal cordialidad, comienza la entrevista.
Pregunta: Teniendo en cuenta su naturaleza, ¿no es extraño que me haya citado a pleno día?
Respuesta: (Sonrisa) Eso solo obedece a tópicos folclóricos. Mejor centrarnos en lo verdaderamente relevante.
Pregunta: Qué le ha hecho confesar su condición de “vampiro” cuando, en apariencia, si me permite decirlo así, parece una persona de lo más corriente.
Respuesta: Es que los vampiros somos personas normales y corrientes, como todo el mundo. Lo que sucede es que una buena parte de ellos, aunque lo saben, prefieren ignorarlo; y aún son más los que ni siquiera se lo cuestionan. La verdad es que somos muy pocos los que admitimos nuestra condición.
Pregunta: Cuándo y cómo fue, en tal caso, su toma de conciencia al respecto.
Respuesta: Se podría decir que al final de la adolescencia, ese tiempo en el que uno empieza a definirse con cierta claridad. Me fui dando cuenta que mi sentido empático, en general, no respondía a los cánones que supuestamente definen al ser humano como tal.
Pregunta: Podría detallar algo más su respuesta.
Respuesta: Esta bien (se toma unos segundos)… En el ideario del ser humano, al margen de sus consustanciales errores, se debe priorizar el reconocimiento de la igualdad, la justicia e incluso la solidaridad entre todos los seres sin distinción. Pues bien, evidentemente no es ese mi caso. Mi prioridad soy yo mismo por encima de cualquier otra consideración, y para mi bienestar, tal y como lo concibo, necesito que la vida de otros, sus energías, su “sangre”, esté a mi servicio, alimentando mi vida.
Pregunta: Podría ponerme algunos ejemplos de esa “vampirización” en la vida cotidiana.
Respuesta: Si, claro, la podemos manifestar de muchas maneras. Hoy día, sin ir más lejos, y a consecuencia de ésta última crisis económica, nos han servido en bandeja a nuestras víctimas. Aprovechado el flujo sanguíneo de la oferta y la demanda succionamos a placer a los trabajadores o personas que tenemos a nuestro servicio. Su vulnerabilidad es una invitación que no podemos rechazar.
Pregunta: ¿Quiere decir que los vampiros no podríais subsistir por vosotros mismos?
Respuesta: Es evidente, nuestra robusta salud explica la anemia de los otros; es una condición “sine qua non”.
Pregunta: Pero eso, en sí mismo, es una perversidad, ¿no le parece?
Respuesta: Perversidad (reflexiona)… tan solo es una calificación moral con la que teoriza el común de los humanos, cuestión que nosotros ni podemos ni queremos permitirnos.
Pregunta: Según deduzco, entonces, los vampiros gozáis de un elevado estatus y bienestar social y económico, y, por tanto, de un gran poder.
Respuesta: Podría decirse que los que hemos conseguido desarrollar a plenitud nuestra capacidad parasitaria, sí. Pero no puedes hacerte una idea de la cantidad de vampiros que no consiguen encontrar, en sus obsesivos revoloteos, un buen caudal sanguíneo donde inyectar sus afilados incisivos, y se limitan a ir dando las chupaditas que pueden para ir tirando en esos hábitats claramente más desfavorables o exangües.
Pregunta: El vampiro, pues, ¿se puede encontrar mimetizado en cualquier lugar?
Respuesta: Por supuesto, donde hay humanos hay vampiros, igual que donde hay ganado hay garrapatas. Lo que sucede es que más difícil pasar desapercibido cuando un solo vampiro es capaz de empalidecer a una gran cantidad de semblantes. Igual que a la garrapata saciada le resulta más difícil ocultarse.
Pregunta: ¿Qué indicios nos pueden alertar, entonces, de estar en presencia de un vampiro?
Respuesta: Lo primero es asegurarse de que uno no lo es. Recuerde que el vampiro no se ve así mismo en el espejo. Y créame, hay tantos que desconocen su propia naturaleza… Pero solo tienes que prestar la suficiente atención. Los que desangran el planeta para succionar el mayor torrente sanguíneo posible… ahí encontrarás los vampiros. Pueblos y “señores de la guerra” a los que se les venden armas y de cuyos apocalípticos enfrentamientos se desentienden mientras se siguen alimentando con su sangre derramada… ahí encontrarás los vampiros. Refugiados o emigrantes de la miseria ahogándose en el profundo mar de la desidia, las fronteras y el rechazo; mientras que, a los que consiguieron llegar, no se duda en escrutar sus famélicos cuellos en busca de las marcadas venas… ahí encontrarás los vampiros. Al fin y al cabo sus pieles podrán ser de distinto color, pero su sangre es igualmente roja. En todas estas situaciones (hace una pausa)… donde las vidas de unos son el suero de los otros… ahí encontrarás los vampiros.
La entrevista se termina, he de confesar, con la perplejidad atrapada en mi entrecejo. Lo último que hizo antes de marcharse fue indicarme donde tenía una manchita roja entre mis dientes. “¡Ah!… –repliqué- debe ser de la tostada con tomate que he desayunado antes de venir”. “Sí, eso debe ser –contestó-. Es curioso que yo pensara lo mismo la primera vez que me la vi”.
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