La crisis del SArs-COV2 nos ha puesto contra las cuerdas como sociedad y a muchísimos niveles. El drama hospitalario y asistencial de miles de familias que no han podido despedirse de sus seres queridos, personas sanas que han caído en cuestión de horas, población enfrentándose a una limitación de derechos fundamentales como el movimiento y la reunión durante meses, descrédito político y bandazos propios del método científico que responde a nuevos datos, pero incomprensibles a nivel sociológico y político.
El virus no sólo ha sido un ataque biológico, sino que ha supuesto un problema enorme a nivel sociológico (mayor distancia y recelo intergeneracional, desarrollo de posiciones racistas, falta absoluta de rigor y responsabilidad, excesos legales sobre derechos fundamentales) y veremos en el medio plazo las consecuencias a nivel psicológico que esta pandemia directamente, y las medidas de contención social y aislamiento indirectamente, están por crear en nuestra sociedad. Si la OMS define la salud como un estado positivo y fisiológico de los niveles psicológico, biológico y social de un individuo, este virus y la forma de tratarlo ha atacado a los tres niveles de la salud humana.
Afortunadamente, una herramienta para poner coto a la virulencia y mortalidad de este virus y sus variantes por mutación apareció a finales del año 2020 con los desarrollos de las vacunas realizadas por varios consorcios internacionales de participación público-privada con diferentes niveles de protección y diferentes políticas de dosis. Sea como fuere, se empezaba a vislumbrar la luz al final del camino haciendo que esta infección pasase de pandemia descontrolada a nueva enfermedad estacional tratable.
Pero claro…
Una sociedad basada en el clic, con poco pensamiento crítico, nula confianza en sus políticos, recelos de las grandes compañías farmacéuticas y sometida a un rigor público como no se conocía desde las grandes guerras de Europa o los golpes de Estado, es el caldo de cultivo perfecto para dudar de una técnica que, pese a toda la indudable carga de resultados positivos que lleva desde su creación a finales del siglo XIX se ha visto envuelta en una polémica y menoscabo social con el auge de los movimientos paracientíficos y New Age derivados del movimiento hippie estadounidense. Me refiero al movimiento antivacunas.
Una vacuna es una simulación de una infección que se realiza empleando material biológico no activo de un patógeno para forzar al organismo a que desarrolle células defensivas y células de memoria frente al patógeno real para que, cuando el organismo se enfrentare al patógeno real, el efecto de la respuesta inmune y la destrucción de tejidos por la infección pase de mortal a tratable, o de tratable incluso a efecto nulo.
Este tratamiento no es una invención de hoy en día, ya incluso durante la revolución estadounidense del siglo XVIII había tratamientos en los que para conseguir inmunidad frente a la viruela, se inoculaba pus de personas muertas o afectadas a personas sanas para, de una forma bastante expeditiva, conseguir dicha inmunidad. (Recomiendo encarecidamente que vean “John Adams” de HBO, donde hablan de la vida del 2º POTUS y en varios episodios se hace referencia a esta técnica).
Como todo, las técnicas se han desarrollado y han aumentado considerablemente su capacidad de mejora de la resistencia, reduciendo riesgos y haciendo que el tratamiento sea menos invasivo. E incluso, hoy en día se hacen vacunas en las que en lugar de emplear restos del patógeno, se hace una investigación previa en la que se consigue averiguar qué secuencia de ADN o de ARN (una molécula que es como los planos de funcionamiento de la célula) generará qué estructura de la célula se va a
formar en el patógeno, esa molécula se puede cargar en un virus e “infectarnos” con él, haciendo que nuestras células acaben produciendo proteínas que sólo formarían naturalmente si estuviesen infectadas. Es como si disfrazásemos a las células para que los patógenos pasen por nuestro organismo sin infectarlas, como si se tratase de un cordobés en “Fongirola” a las 12 de la mañana… no puede poner la sombrilla.
Según Paracelso, “El veneno está en la dosis”. Esta frase nos quiere decir que no hay tratamiento inocuo. Una aspirina puede suponer problemas de coagulación, de la misma forma que un plátano verde nos puede hacer protagonistas inesperados de un anuncio de Activia, es decir, las vacunas generan, como cualquier medicamento o tratamiento, efectos secundarios.
Al final es una mezcla de una cuestión de confianza y de balancear en función del criterio personal y de la situación si se asume la vacuna como solución o no. Entremos a discutir la cuestión.
Según datos actualizados, a fecha de publicación de este artículo, la mayor parte de los ingresados en los hospitales, son personas que, teniendo la oportunidad de vacunarse, no lo han hecho por criterio propio. ¿Qué argumentos suelen manejar para esto?
1.- La vacuna no está suficientemente desarrollada y entraña riesgos.
La familia coronaviridiae es un grupo de coronavirus que ya se les conoce y que supusieron epidemias focalizadas en el extremo oriente en la forma MERS y SARS, por lo que la cartografía genética de este grupo de virus está muy estudiada desde hace más de 15 años, siendo un enemigo rápido, pero que es conocido. Pese a todas las molestias, desarrollar una vacuna en menos de un año casi es una auténtica proeza técnica comparable a la construcción de los buques trasatlánticos de principios de siglo (Sí, cabían los dos en la tabla). Por lo que, diseñar vacunas cuando conoces bien las bases moleculares del patógeno (no así su clínica, pero sí de que está hecho) hace que al final, “sólo” se tenga que tener en cuenta qué componentes de conservación y activación celular van a incluirse en la mezcla del compuesto.
2.- Las vacunas tienen demasiados efectos secundarios y no protegen del todo.
Las vacunas tienen efectos secundarios. Las vacunas no son inocuas y pueden provocar diversos tipos de malestar y en personas con patologías secundarias o patologías ocultas pueden suponer una amenaza a su estado físico. Sí. Ahora bien, son molestias o condiciones negativas transitorias, que con un adecuado tratamiento y vigilancia pueden reducir su efecto nocivo y garantizar la seguridad del paciente. Por supuesto que, en la administración de este tratamiento, han ocurrido casos de personas que muy tristemente han fallecido, y se debe de investigar porque hay que ofrecer siempre las máximas garantías del tratamiento. Sí, se corre un riesgo matemático de sufrir diversos grados de efectos secundarios, y estamos jugando con probabilidades, pero no sólo jugamos con probabilidades, dado que podemos tener acceso a diversos niveles de atención sanitaria (gracias al espectacular grupo humano de sanitarios de los que gozamos) para reducir esos efectos.
3.- La vacuna contiene chips y moléculas de control mental que subyugan a mi superyó.
El argumento 3, no es un argumento, ni una razón, ni una opinión educada, ni un punto de vista. Directamente es una fantasía irracional y delirante impropia de una sociedad llamada de la comunicación y de la información. Las personas que difunden de forma acrítica o aquiescente este contenido, contribuyen a un riesgo para la salud de todos y para la libertad de todos. La vacuna es lo que nos va a permitir recuperar nuestra vida que ha estado en suspenso todo el tiempo del confinamiento y que además, actúan casi de forma consciente como vectores de la enfermedad. Nos puede hacer mucha risa ver estos vídeos de cucharas pegadas en brazos en Twitter, pero el mensaje de fondo que transmiten es una amenaza pasivo-agresiva a la salud y a la libertad de todos. Precaución.
4.- No me pueden obligar a vacunarme.
El argumento que pone sobre la mesa el punto 4 es el más peliagudo, porque incluye un profundo debate bioético y sobre la capacidad de decisión individual. Es el más difícil de contrarrestar porque es cierto, que una persona no condenada por un delito penal o civil no está, legalmente, obligada a realizar ninguna acción por su sociedad o por el Estado más allá de sus obligaciones tributarias, ni siquiera votar es obligatorio. La forma de convencer y seducir hacia la vacunación debe de pasar por reconocer ese derecho de objeción de conciencia y ofrecer todas las alternativas positivas directas a la vacunación para sí y para los demás. Medidas como la realizada por el premiére francés de obligar a la vacunación profesional, si bien es cierto que son correctas desde un punto de vista sanitario y social, suponen un menoscabo de facto de la capacidad de decisión individual y adulta, insisto, adulta (se supone que razonada, ponderada, informada y justificada) que la población tiene garantizada.
Al final, es todo una gran cuestión de confianza, si nos fiamos de un método, si nos fiamos de un gobierno y sus medidas, si nos fiamos de nuestros sanitarios y si nos fiamos los unos de los otros. Este que escribe, por su formación, por su experiencia y tras haber reflexionado sobre la materia, decide que sí, que las vacunas, son la llave que nos permitirá recuperar la libertad que los gobiernos han suspendido por la razón de Estado de la protección de la población. Sólo por el hecho de poder volver a pasear, a abrazar a un amigo o a un familiar con la seguridad relativa de “si nos contagiamos no morimos, o incluso, puede que no nos contagiemos”, ya supone una motivación para la vacunación y además, resulta un método contrastado y basado en la colaboración entre equipos punteros de profesionales de reconocida valía, prestigio y saber hacer.
Digan sí a la vacuna, póngansela, pasen lo mejor posible las siguientes 24 horas y sean libres.
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