La melancolía, esa retrospectiva mirada cargada de añoranza, nos suele invitar a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero es un sentimiento que suele aflorar edulcorado, ya que la memoria indulta generosamente los hechos más oscuros del pasado evocado al tiempo que idealiza los mejores momentos vividos. Justo eso parece estar sucediéndole a la derecha española, que se ha puesto melancólica. Contagiada también por ese resurgir neopatriotico excluyente y endogámico que últimamente está aflorando en distintos lugares de Europa y América; lo que explica que se vuelvan a escuchar algunas voces que ya creíamos casi extintas, con ese tono perturbador, diría yo, casi de ultratumba, que en muchos casos suena más a amenaza que a propuesta política.
Que vuelvan los pantalones de campana, las hombreras u otras modas no hace daño a nadie; en todo caso al gusto estético de cada cual. Pero que se vuelva a utilizar la noción de patria o patriota como arma arrojadiza con la que decapitar ideológicamente al que no piensa como yo o no responde a las decimonónicas tradiciones de una cultura impuesta por el anterior régimen es como practicarle una lobotomía al sano cerebro que toda democracia debiera tener.
Hace tiempo leí un par de libros escritos en clave de humor: “El florido pensil” y “La morena de la copla”. En el primero se repasaba el sistema educativo del franquismo y, en el segundo, a través de las letras de las canciones más populares y políticamente correctas de esa época, se analiza el tipo de moral y costumbres imperantes en la dictadura. Como Marife de Triana cantando “lo que le hace falta es una mujer que lave, que quise y sepa coser”; o Manolo Escobar prohibiéndote ir a los toros en minifalda. Mensajes que definían cual era el papel de la mujer. Mensajes en los que no cabe la violencia de género porque “la maté porque era mía”. Fotogramas de un tiempo en blanco y negro o en tono sepia que ya creíamos condenados a la cajita de lata del olvido y que ahora tratan algunos de restaurar con la intención de que vuelvan a reflejar nuestra realidad. De seguir así, no tardaremos en ver el nuevo noticiario digital del auténtico español: el “No-do.es”
Alfredo Landa que estás en los cielos, ¿acaso volveremos a verte entre los nuevos santos inocentes?… ¿intentarás nuevamente secuestrar a esa flaca vaquilla que finalmente muere entre las dos Españas?… ¿interpretarás una vez más al macho ibérico desbocado persiguiendo suecas?… Si Carlos Cano levantara la cabeza y volviera a alzar su voz, tal vez lo haría para cantarnos su “Tango de las madres locas”: “…cada vez que dicen patria, pienso en el pueblo y me pongo a temblar, en las miserias que vienen…”, en las que nunca debieran regresar.
Pero la verdad es que sí, que dan miedo, y más si eres mujer. Sobre todo cuando se les ves sacando pecho sin pudor. Ese pecho velludo de macho que aflora por el cuello de la camisa para proclamar que ha vuelto el auténtico hombre: el mismo que desempolva su vetusta escopeta nacional y nos invita a todos a armarnos; el mismo que quiere curarnos, con la ayuda de la iglesia, de nuestra pecaminosa homosexualidad; o el mismo que suele confundir el “honor” con un derrame de testosterona.
Y mi España, esa “España camisa blanca de mi esperanza” que canta Ana Belén y que quieren cambiar por la que “tu bordaste en rojo ayer”, vuelve a sonar a pandereta, a oler a naftalina, a rancio, a saber como la nana de Miguel Hernández: a “cebolla y hambre”.
Como echo de menos en estos momentos a Miguel Gila, con esa mirada tan humana como satírica. Él, que era capaz de reírse del miedo mostrando lo esperpéntico de sus bravuconadas. Ya me lo imagino descolgando su teléfono: ¿Los señores de la reconquista?… que se pongan… que digo yo que ¿cómo coloco sobre mi televisor de plasma el toro de Osborne y la gitanilla? Aunque también es verdad que no puedo olvidarme de aquellos versos de Antonio Machado, que uno espera que el tiempo nunca vuelva a darle la razón, cuando escribe: “una de las dos Españas a de helarte el corazón”.
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