Javier Arias Trejo
En el inicio del verano de 2015 una idea fresca de confluencia desde abajo flotaba en el aire. La iniciativa comenzaba a tomar cuerpo bajo la etiqueta “Ahora en Común”. Personas relevantes vinculadas con movimientos sociales, intelectuales de calle forjadas en asambleas quincemayistas e incluso reputados periodistas se sumaron a un manifiesto que en pocos días alcanzaba decenas de miles de firmas. Como ya sabemos aquello no cuajó y en las elecciones de finales de 2015 cada cual decidió ir por su lado. Unos meses después, ya en el 2016, se volvió a plantear la cuestión y, ahora sí, las cúpulas de las grandes marcas electorales que aspiraban a convertirse en fuerzas transformadoras de la sociedad llegaron a un acuerdo para la confluencia. En esta ocasión la marca escogida tomó el nombre de “Unidos Podemos”. Tanto en el verano de 2015 como en la primavera de 2016 se cometieron errores, aunque también se produjo un aprendizaje y comenzó a fraguarse un convencimiento compartido de que solo la confluencia política de la gente corriente puede ayudarnos a construir un futuro sostenible dentro de la sociedad en la que vivimos.
Estamos ya en la primavera de 2018. Han pasado dos años desde aquel hito y la crisis mutante sigue teniendo sus ojos clavados sobre nosotras en forma de graves amenazas para nuestra salud, para nuestro horizonte laboral, nuestro patrimonio común, nuestra educación, nuestras pensiones, para nuestra convivencia… . Una tercera oportunidad se abre ante nosotras para que, en un proceso de aprendizaje colectivo siempre inacabado, trencemos juntas una comunidad socio-política amplia capaz de hacernos recuperar la confianza como pueblo que aspira a ser dueño de su destino sin dejar nunca a la gente anónima tirada en la cuneta.
Si los resultados de las elecciones locales de 2015 nos dejaron alguna lección esa fue la de que ninguna fuerza política es suficientemente fuerte como para ocupar, en la actualidad, una posición de control hegemónico en el tablero del poder institucional. La pérdida de apoyo social sufrida por el PP debido a su corrupción estructural es más que evidente, pero la alternativa de gobierno no parece ni mucho menos clara. Por otra parte también es posible extraer la conclusión de que las candidaturas municipalistas de carácter transformador obtuvieron sus mejores resultados en aquellos lugares donde las siglas políticas tradicionales cedían protagonismo a proyectos compartidos, bajo nuevas marcas que permitieran el acople de identidades múltiples. Los ejemplos de Barcelona, Madrid, A Coruña o Zaragoza, entre otros, fueron muy claros. Estos proyectos consiguen incorporar a grandes masas ciudadanas desencantadas (otros lo llaman “desbordamiento democrático”) cuando trascienden el tradicional eje “izquierda-derecha” para apelar a nuevas categorías de interpretación de la realidad, a nuevos relatos que ponen el foco sobre el eje de separación arriba-abajo, bajo el paraguas de “lo común” o “de los comunes”. Y es lógico que así sea, por diversas razones.
El sistema capitalista, en su deriva actual, muestra con toda su crudeza que su lógica interna dispara la desigualdad hasta llevarla al paroxismo en cada vez más lugares del mundo. Los hechos demuestran que su principal combustible de funcionamiento, por no decir el único, es la fractura de la sociedad en minorías cleptocráticas acaparadoras de todo tipo de derechos y privilegios derivados de la acumulación de rentas frente a amplias mayorías condenadas a deslizarse indefinidamente por la pendiente de la precariedad, la inseguridad vital y la explotación laboral. Una profunda desconfianza hacia la política institucional avanza imparable debido a su incapacidad para revertir ese estado de cosas. El problema ya no está tanto en decidir entre hipotéticas izquierdas ampliamente desprestigiadas por su propia impotencia política o derechas nacionalistas igualmente impotentes ante el capital transnacional, sino en construir alternativas ante el hecho objetivo de que disponer de un empleo ya no garantiza a nadie el dejar de ser pobre, ante la deuda creciente al servicio de oscuros entes financieros, ante la desprotección de nuestros derechos básicos o frente a la degradación de nuestro patrimonio natural y de nuestra salud, entre otros. En este contexto cobra más sentido el dejar de trazar líneas divisorias que nos remiten a una hipotética distribución de la sociedad en mitades iguales (izquerda/derecha), ya que la separación real, para nada simétrica, está situada entre la protección de lo común (abajo) y la apropiación por desposesión que ejercen las élites (arriba).
Toca empujar pues a favor de proyectos confluyentes a todas las que estamos convencidas de que es posible alcanzar consensos que nos aúnen desde unas premisas de inclusividad y respeto a la diversidad. Es necesario adoptar una visión no hegemónica o de imposición unilateral de marca, ni de dominio sumiso de unas familias políticas sobre otras. Encuentros con formaciones diversas como Ganemos, Pacma, Equo, Recortes Cero, “Mareas”, IU, Podemos, partidos regionalistas transformadores, plataformas municipalistas, feministas, ecologistas, republicanistas, sindicalismos comprometidos, comunidades antidesahucios, movimientos sociales, asociaciones vecinales y una interminable lista de agentes de cambio son indispensables. Siempre desde la humildad y la no atribución de méritos colectivos como propios. Es el momento de hacer el “bloque de los comunes”, siguiendo las enseñanzas del municipalismo transformador, en donde la transversalidad y la defensa de los intereses de la gente corriente asuman un papel protagonista. Los partidos políticos tradicionales van a tener una oportunidad de oro para mostrar toda su generosidad e inteligencia en la búsqueda de una Córdoba en Común.
* Licenciado en Psicología por la Universidad de Sevilla. Autor del blog http://alterglobalizacion.com. Miembro de Ganemos Córdoba.
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