Hoy vamos a hablaros de Marián, a quienes muchos de vosotros conocéis. Tiene Marián un acordeón de la marca Hohner que heredó de su padre y al que le ha arrancado durante muchos años sones de todo el mundo.
Marian pertenece a un grupo privilegiado romaní, los lautari, que desde su llegada a Rumanía desde la India, allá por el siglo XIV, amenizaron con su música las cortes de príncipes y boyardos, hasta bien entrado el siglo XIX.
Esclavos como la mayoría de los rrom, sus talentos artísticos les liberaron de realizar trabajos serviles en el campo o tareas indignas en los palacios de los nobles. Sujetos por los lazos de la esclavitud a las cortes principescas, a los lautari se les daba alimento y techo a cambio de sus canciones. Al suprimirse la esclavitud a mediados del siglo XIX, la mayoría de estos músicos se establecieron en zonas rurales y buscaron empleo en bodas, funerales y en todas las celebraciones rumanas tradicionales.
Marián, como la mayoría de los lautari de Teleorman, no ha pisado nunca el conservatorio ni posee ningún título que acredite que sabe tocar. Además la improvisación es una parte importante de la música lăutărească. Cada vez que un lautari toca una melodía, la reinterpreta, razón por la que esta música ha sido comparada con el jazz.
Marián llegó a Córdoba hace bastantes años y empezó a tocar su acordeón por calles y plazas. Lo habréis visto a menudo, sentado en un banco del Puente Romano, con la espalda muy recta, mientras estrujaba y dilataba los fuelles del instrumento y hacía vibrar el aire, hasta transfigurarlo en una melodía. Marián se sentía feliz de obtener cada año una licencia municipal, que le daba alegría a su vida y alimentos a su familia.
Este año Marián no podrá seguir tocando su acordeón en el Puente Romano ni en ningún otro lugar de la ciudad porque la normativa municipal se lo ha impedido. Obtuvo la licencia para tocar su acordeón por varios años, pero estaba obligado a renovar a tiempo el pago de las tasas, y como él no sabe de plazos ni vencimientos dejaba en manos ajenas la renovación del permiso.
Azares indescriptibles han impedido, por una cuestión de dos días y causas ajenas a sus voluntad, que Marian pague a tiempo las tasas municipales de los músicos callejeros. Y la ley es inflexible con los carentes de recursos materiales, porque el sistema económico que crea a los pobres no les permite luego errores ni rectificaciones.
No deja de ser paradójico que los grupos políticos que alardean en sus relatos de ser adalides de la libertad asfixien con reglamentaciones severas a quienes riegan de música las calles de Córdoba. Está muy claro, la libertad que ellos invocan sólo vale para que los señores del dinero y las finanzas amasen sus fortunas, sin cortapisas ni frenos en paraísos desregulados. Ahora Marian y su compañera enferma tendrán que esperar meses y meses hasta que alguna migaja de la ayuda social se cuele por la rendija de su chabola. ¿Y qué hará mientras esa ayuda llega, si es que llega algún día?
Hay que arrojar de las calles a pobres y harapientos, hay que conseguir que los ciudadanos de primera no sean despertados ni molestados de sus apacibles sueños. Que calle la música callejera, que los acordeones dejen de sonar.
Y como el hambre no sabe de plazos ni reglamentos y como todas las puertas a las que hemos llamado estaban cerradas, pedimos a nuestros pacientes colaboradores, que ayuden a Marian, si lo ven conveniente.
Puedes hacernos un Bizum en este número de teléfono 627313971 o un ingreso en la cuenta de ACISGRU ES71 0237 6016 4091 7002 8794.
Y ojalá que algún día podamos volver a ver a Marian, tocando el acordeón, en uno de los bancos de Puente Romano.
Gracias, muchas gracias, amigos.
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