En el mundo maravilloso de Alicia la malvada Reina de Corazones ordenaba cortar las cabezas de cualquiera de los asistentes a sus juicios. A la menor insinuación, declaración o respuesta, testigos, guardias, público y encausados eran sentenciados de viva voz a la decapitación.
En ese mundo al revés que vio Alicia ”a través del espejo” ella conoció otros pormenores de la justicia: que alguien podía estar cumpliendo condena en la cárcel, aunque su juicio todavía no hubiera comenzado y aunque su crimen ni siquiera se hubiera cometido. Y la Reina de Corazones lo tenía muy claro, aunque ya estuviera en prisión, si el crimen no llegaba nunca a cometerse muchísimo mejor, argumento sibilino que convenció a Alicia y la dejó sin palabras.
En la Sala de Vistas de un juzgado de lo penal, un día cualquiera, a una hora indeterminada, pongamos que hablo de nuestra ciudad, son encausados un grupo de familias romaníes que recorrieron cuatro mil kilómetros desde Olt o Teleorman al sur de Rumanía hasta Córdoba, para instalarse en una nave industrial abandonada, naufragio de la penúltima crisis. La causa del litigio, la solicitud de desalojo inmediato de los ocupantes de la nave por la vía penal, con las herramientas legales proporcionadas por el delito de usurpación.
Ya dentro de la sala revivimos una sesión del tribunal, similar al de Alicia en el país de las Maravillas, ese juicio caótico que terminó definitivamente con los sueños de la muchacha y la devolvió a la cotidianeidad del jardín de su casa, despertando en el regazo de su hermana, más sabia y más triste.
En nuestro mundo al revés de la globalización hiperliberal y consumista también hay una reina de Corazones y otros funcionarios de la ley, que barajan piezas de papel y se las pasan aleatoriamente de unas manos a otras. A los pies de la tarima, los encausados fijan los ojos en el Tribunal, sin entender la lógica de sus gestos y movimientos, sintiendo seguramente que su destino depende de la buena o mala mano de quienes reparten el juego. Para la Reina de Corazones y sus funcionarios aquello es un inocente pasatiempo, las mujeres y hombres romà saben lo que se juegan: allí se debate si en el inmediato futuro sus hijos dormirán bajo un techo o bajo las estrellas. Pese a la aleatoriedad y frivolidad de las formas del tribunal, las familias rrom siguen confiando en Dios o en la buena suerte.
Todo el interrogatorio, todos los gestos y palabras, pregonan lo que Alicia aprendió en ese juicio: primero se toma la decisión, luego se escoge el razonamiento, para finalmente fundamentar aquello que desde el principio ya se había decidido.
En el mundo al revés, todos eran decapitados, en nuestro mundo la justicia es mucho más selectiva, sólo decapita a los vulnerables y excluidos de la maquinaria de consumo, a los que se muestran ante los tribunales incapaces de entender el carácter sagrado de la ley, la que regula la propiedad, la posesión, el uso y el disfrute.
Y en este juicio en concreto la reina de Corazones parece estar muy interesada en que los encausados contesten una sola pregunta, cuya respuesta ella ya conoce “¿entró usted en la nave, sin autorización de su dueño, se instaló en ella y permaneció durante un tiempo en ese lugar?”
La reina sólo quiere que le respondan a esa cuestión para alumbrar una sentencia, cuya condena está dictada antes de juicio, cuyo escarmiento sobrevendrá aunque el delito no se hubiera llegado a cometer, igual que ocurría en el mundo de Alicia.
¿Acaso el verdadero delito no es dejar a seis menores sin cobijo, desprotegidos de la lluvia, el frío o la calor, lejos de su país, sin recurso alguno para solicitar o adquirir la posesión, el uso o disfrute, de un habitáculo protector?
¿Acaso los delincuentes no somos quienes toleramos, impertérritos, que tres familias sean expulsadas de la nave sin alternativa habitacional, que se les imponga además una multa de seis meses a cuatro euros días, por perturbar la posesión de un espacio descascarillado, que en su actual estado de abandono nunca será usado por sus dueños? ¿No será el verdadero delito, un delito de lesa humanidad, esta criminalización en masa de la pobreza frente a la impunidad absoluta de los desmanes de los poderosos?
En el mundo de Alicia la Reina de Corazones siempre empezaba y acababa sus juicios con una sentencia “in voce” que comprendía al encausado, a los testigos o a cualquiera de los presentes. “Que le corten la cabeza”, era la fórmula usada.
En nuestro tribunal, la fórmula varía ligeramente, pues ahora la reina de Corazones no nos condena a todos nosotros, se limita a decirles a los encausados:
– “Que los desalojen, les pongan una multa, les amenacen con la prisión y los devuelvan a su país”.
– Pero, señoría, son ciudadanos europeos, devolverlos a su país no es posible.
– Tiene usted razón, estaba distraída, eso es imposible; en ese caso, “que les corten la cabeza”.
0 comentarios