Bajo el impacto de la agresión criminal de Rusia a Ucrania, se han desatado las emociones y se ha oscurecido la racionalidad. Si ya íbamos mal con el arranque de la invasión, de la guerra, peor vamos cuando la emotividad prima sobre el análisis, mejor dicho, cuando sólo la emotividad se impone en los medios de comunicación masivos como el condimento principal del parte de guerra diario.
Permítanme pues, aunque a estas alturas tenga que ser muy provisional, un ejercicio tentativo de análisis racional, que he querido centrar en las principales ganancias y pérdidas de la guerra de Ucrania: qué, quiénes salen perdiendo y qué y quiénes salen ganando con el conflicto. Porque, por lamentable que resulte, siempre hay quienes sacan beneficios del desastre y probablemente ahí radiquen sus principales causas.
Pérdidas
1.- Obviamente, el pueblo de Ucrania es el primero que más pierde en esta guerra, con la muerte de decenas de miles de sus ciudadanos, milicias y soldados, y las heridas de muchos más; con el éxodo obligado de millones de personas; y con la destrucción de infraestructuras básicas y del país todo, en suma. Nada más terrible que el horror de una guerra, que es en sí misma el horror por antonomasia. A Rusia sólo cabe dedicar las ya tristemente famosas palabras de Julio Anguita: «¡Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen!».
2.- Pero en esta guerra también pierden los soldados rusos que, bajo un sistema de reclutamiento obligatorio, son enviados al frente y acaban muertos o heridos, por miles, en batalla. Como así mismo pierde el pueblo ruso, que sufrirá – que está sufriendo ya – una convulsión económica en su propio país.
3.- La supervivencia del planeta es quizás la más importante de las pérdidas, al menos en potencia. Vemos como un día sí y otro también, o se pone en alerta el sistema de misiles nucleares de Rusia, o EEUU y Polonia hablan del envío de aviones militares a Ucrania – provocando la entrada de la OTAN en conflicto -, con el peligro de desatar, si quiera por accidente, una reacción en cadena que acabe con la vida en Europa y posiblemente en todo el planeta. Es increíble la frivolidad de los gobernantes de turno jugando a escalar el conflicto hacia un horizonte de destrucción total que nunca antes en la historia de la humanidad ha estado más cerca.
4.- Por extensión, Europa es, además de Ucrania, la otra pagafantas de la guerra. Las grandes potencias, sabedoras de su mutuo potencial destructivo, jamás se enfrentan de forma directa entre ellas, en sus mutuos territorios, sino que lo hacen a través de territorios interpuestos. Europa tendrá que asumir millones de refugiados, enormes gastos de emergencia para paliar la crisis económica que toda guerra desata, una inflación galopante, la escasez energética y de suministros básicos, etc., etc. Europa perderá además cualquier posibilidad de independencia y autonomía, obligada a alinearse sin fisuras con EEUU, un país – no olvidemos – con larga práctica en invasiones y promoción de guerras.
5.- Otra de las grandes perdedoras de la guerra de Ucrania será la globalización comercial, el libre intercambio de mercancías a nivel mundial. Una globalización que una vez EEUU fue consciente que había beneficiado a corto plazo a sus élites económicas (mediante deslocalizaciones y reducción de costes laborales), pero a largo plazo había fortalecido la posición económica de China, dando alas a un nuevo imperio que le disputaba la hegemonía, ya estaba sentenciada de muerte. La guerra de Ucrania es el hachazo definitivo al comercio internacional, a la globalización tal como se ha conocido hasta ahora. A partir de aquí todo apunta a que la compra/venta de mercancías y las finanzas tendrán dos circuitos incompatibles, excluyentes, entre los que tendrán que optar: USA y sus aliados, por un lado; Rusia-China por otro. Pronto veremos como a la guerra de Ucrania le siguen graves conflictos en el mar de China, como parte de ese mismo proceso. Los problemas de abastecimiento que originaron la pandemia serán un juego de niños comparado con lo que se avecina al respecto y todas las cadenas de valor, producción y finanzas se redifinirán pronto y con urgencia.
6.- Los trabajadores y trabajadoras de todo el mundo serán otros perdedores de la guerra, ya que lo anterior, además de acentuar la inflación y la pérdida de poder adquisitivo por la mayoría, se traducirá en una nueva oleada de ajustes salariales, reducción del gasto público, recortes sociales, etc., no sólo por las consecuencias propias del conflicto, sino también y de un modo muy importante por la reorientación del gasto hacia el armamento. Sin ir más lejos, que los trabajadores y los pensionistas españoles se vayan preparando con el anunciado Pacto de Rentas; ya les aseguro que nada bueno traerá y que la equidad en el reparto de costes será pura publicidad, y en la práctica pagaremos los de siempre.
7.- La democracia, la libertad y la justicia también estarán entre los principales perdedores. Los terrenos bélicos son sumamente fértiles para las extremas derechas nacionalistas e identitarias, de las banderas y banderías, campos que veremos reforzarse en cuanto los medios de comunicación ayuden un poco más aún a su lavado y oscurezcan o tergiversen el turbio pasado que vincula a Putin con los representantes de esas fuerzas políticas, como Salvini, Le Pen, Abascal…, para – en nuestro país – señalar a… exactamente, han acertado ustedes, a Podemos y fuerzas políticas afines. ¿Acaso no son claras las afinidades de los militantes nacionalismos identitarios que mantienen Putin y las extremas derechas?
Por lo pronto, el gobierno del país ha obligado a cerrar medios en Rusia y a exiliarse a numerosos periodistas; se han prohibido medios de comunicación en Europa, sin ningún procedimiento jurídico ni garantía de por medio; y se ha destrozado de facto la libertad de prensa en Occidente, al convertir los medios en parte beligerante activa, donde prima el discurso belicista y se margina, denigra y ataca a los que no asumen esa posición.
Y en materia de justicia, hemos visto aparecer en todo su esplendor el doble rasero: puertas abiertas y acogida a los ucranianos, a la par que siguen cerradas a cal y canto a quienes invocan refugio procedentes de otras latitudes, guerras, etc. Un doble rasero de claro tinte xenófobo que abunda y retroalimenta el que ya pregona la extrema derecha. Y un doble rasero en el propio tratamiento informativo de la guerra, que en el caso de Ucrania no tiene parangón – ni en cantidad ni en orientación – con el dado a las invasiones de Irak o Afganistán, por poner sólo dos ejemplos.
Ganancias
Pero no sólo hay pérdidas en las guerras. Por desgracia, como decíamos, también hay ganancias y quizás su entendimiento ayude a despejar algo esa niebla de la guerra. Veamos:
1.- Gana el imperialismo, los imperialismos . Gana el dormido imperialismo ruso, por un lado, en una suerte de reedición neozarista, que fija unos límites a los países circundantes y los subordina al diktat de Moscú. Y gana también el imperio americano, que retoma la iniciativa; que rompe vínculos comerciales de Europa con Rusia y – tiempo al tiempo – China; que destroza cualquier posibilidad de Europa como entidad autónoma, la cual queda también aherrojada, vía OTAN – otra resucitada -, al militarismo y el imperio americano.
2.- Gana la industria armamentística (el complejo militar-industrial-financiero) y ganan las empresas energéticas (por cierto, las americanas entre las que más, al pasar en apenas unas semanas de exportar combustible a Europa en cantidades pequeñas, a ser uno de los principales suministradores en la actualidad y al precio exorbitante que tiene hoy). Al relanzamiento del gasto militar que toda guerra comporta hay que unir la deriva militarista de quienes se sienten amenazados o simplemente aprovechan la ocasión. Toda Europa, con Alemania a la cabeza, ha anunciado ya importantes incrementos de gasto militar (una Europa que debiera tentarse las ropas con la sola idea de que Alemania, que provocó las dos Guerras Mundiales hasta la fecha, se convierta además de en un potencia económica, que ya lo es, en una potencia militar; aunque nadie parece querer reparar en ello)
3.- Gana el belicismo como discurso público hegemónico, según se percibe en todos los medios de comunicación masiva. Pero lo «mejor» está aún por llegar – no tardará -: un escenario permanente de nueva Guerra Fría sin ninguna connotación ideológica, sino meramente geoestratégica, donde todos los países y todas las fuerzas sociales y políticas serán obligadas a decantarse a un lado u otro de la trinchera, sin medias tintas ni neutralidades que valgan, y con las consiguientes consecuencias según la posición que se adopte o se deje de adoptar.
4.- Y en definitiva, ganan las oligarquías. Aunque asistamos, como resultado de la guerra, a una reordenación de la economía global y del propio interior de cada uno de los bloques, la resultante será que, con independencia de que puedan perder unos sectores – los comerciales, los productivos, los agrícolas…-, y ganar otros – los financieros, los armamentistas, los energéticos… -, decía que la resultante será siempre el incremento del poder de las oligarquías.
Como muestra un botón: de las sanciones económicas contra Rusia se dejan al margen los paraísos fiscales, cuando todo apunta a que son el refugio real de los grandes capitales rusos. Lo que sucede es que perseguir tales estercoleros fiscales – cosa relativamente fácil y para la que bastaría un acuerdo político occidental, por más que requiriera de alguna fase de transición para que aflorasen los capitales -; decía, que lo que pasa es que perseguir tales refugios de dinero oscuro significa atacar uno de los pilares actuales del capitalismo, donde además se da la mano con la mafia, la corrupción, el lavado de dinero negro, la evasión fiscal y un sinfín de delitos. Y ya les aseguro que eso no va a ocurrir, porque detrás están no sólo los oligarcas rusos sino también los demás oligarcas, los nuestros, y sus enormes beneficios fuera de radar y control.
Pero también podríamos citar otras muestras de esta hipocresía, como la exclusión de las sanciones económicas contra Rusia del tráfico de diamantes, del comercio de artículos de lujo y – atención – del propio gas ruso, que llega a facturar algunos días más de 600 millones de euros, dinero que contribuye a retroalimentar el gasto ruso en la guerra (algo que seguirá ocurriendo, porque Alemania no va a permitir que se corte ese gas y su economía se derrumbe, aunque sólo fuera coyunturalmente).
Epílogo
A partir de aquí, que cada cual saque sus conclusiones. Yo, por mi parte, pienso que o damos una oportunidad a la paz y se realiza una fuerte apuesta de nuestros gobernantes y de las fuerzas sociales y políticas por la mediación y la diplomacia, o vamos a una situación muy mala, mucho peor de la que venimos. Es evidente que una solución diplomática para Ucrania no devolverá este país a la situación de partida – una situación que, no olvidemos, era de guerra civil en el Este -; una solución que tendrá servidumbres hirientes. Pero o eso o un horizonte de penalidades y posible destrucción total de la humanidad.
Conviene que todos trabajemos duro, desde ya, en esa dirección y dejemos de denigrar a quienes se alinean en el bando de la paz, el único que nos puede alejar de la barbarie. Una salida que en lo inmediato suponga el fin de la guerra en Ucrania, pero que también ayude a más largo plazo a la construcción de un nuevo orden internacional más justo y equilibrado, orientado al respeto de los Derechos Humanos.
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