Mientras escribo estas líneas Israel está bombardeando el campo de refugiados de Yabalia en Gaza, refugio para 110.000 personas que saben bien lo que la palabra éxodo significa. Un campo de refugiados, otro día más personas inocentes, adultos y niños inocentes.
¿Cómo es posible que la sed de venganza llegue tan lejos? El 7 de octubre nos quedará grabado en la memoria por el horror y dolor de los atroces ataques de Hamás. MI condena incondicional. Ninguna víctima civil tiene justificación. Ninguna. Ni en Israel, ni en Gaza, en Siria, Ucrania o Yemen. Ninguna.
Pero hoy solo me hago la pregunta hasta dónde quiere llegar Israel en su sed de venganza. Ya no queda ni un ápice de pudor al reconocer sin tapujos la autoría israelí de ataques indiscriminados que constituyen flagrantes crímenes de guerra. ¿Dónde se ha quedado el Derecho Internacional? ¿Enterrado bajo los escombros de Gaza? El Gobierne de Israel acaba de comunicar que las fuerzas armadas han matado al comandante de Hamás Ibrahim Biari, objetivo del ataque. ¿Para ello no hubiese valido una acción selectiva del Mossad, uno de los Servicios de Inteligencia más sofisticados del mundo, y sus tentáculos policiales y militares? Los “daños colaterales”, en lenguaje bélico, son 195 civiles muertos, y centenares de heridos y desaparecidos. No son “daños colaterales, no son números, son personas, que solo buscaban vivir en paz. ¿Para dar en la diana «comandantes de Hamás» el ejército israelí tiene que aplastar y arrasar a todo un campamento de refugiados? ¿A todo un pueblo? ¿De verdad?
Obviamente, hay una agenda oculta detrás para el gobierno ultraderechista con Netanyahu como Primer Ministro. Ya ni oculta, sin disimulo.
Tan pública que la intencionalidad forma parte de los «principios básicos oficiales del 37º Gobierno de Israel», como su primer principio: “El pueblo judío tiene un derecho exclusivo e inalienable sobre todas las partes de la Tierra de Israel. El Gobierno promoverá y desarrollará la colonización de todas las partes de la Tierra de Israel: en Galilea, el Néguev, el Golán, Judea y Samaria”.
Más explícito, y escalando en el fanatismo, lo acaba de expresar el Ministro de patrimonio israelí del partido ultraderechista Poder Judío: “El norte de Gaza es más bonito que nunca. (…) Volar y aplastar todo. Es un regalo para los ojos”, según difundió eldiario.es.
Netanyahu no dejó lugar a duda de la intencionalidad política del gobierno extremista de Israel en su discurso este sábado, con su cita de la biblia hebrea:
“Ahora vayan y atáquenlos y destruyan absolutamente todo lo que tengan y no los perdonen, pero mátenlos, tanto a hombres como a mujeres, infantes y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y burros”. (Samuel 15:3), cita con la que Netanyahu llama sin tapujos a la «guerra santa de aniquilación», una llamada al genocidio, apelando a cada israelí judío a participar en un crimen contra la humanidad.
Sin más preguntas, Señoría. No se trata ya desde hace días de defender. Se trata de atacar, atacar y matar, sin discriminación alguna. Una llamada al genocidio, una llamada a un crimen contra la humanidad.
A las pruebas me remito: 18 000 toneladas de explosivos desde el 7 de octubre, cerca de 50 toneladas por kilómetro de territorio de Gaza. Casi tantas muertes civiles en un mes escaso que en 20 meses de guerra de Ucrania, 10.000 muertos. Más niños muertos en un mes que en todas las guerras en el mundo en un año. Un niño muerto cada 10 minutos, cada 10 minutos.
Gaza convertida en «cementerio de niños», según UNICEF. Y la sed y el hambre, utilizados como armas de guerra contra civiles inocentes, también matan, y los traumas psicológicos también matan, a veces de forma muy silenciosa, muy lenta, con agonía desoladora durante toda una vida humana.
Invito al Mossad y a los mortíferos equipos militares especializados a localizar a todos los comandantes de Hamás, únicos responsables de las masacres del 7 de octubre. Pero no a costa de otras vidas humanas. Seguramente tengan que buscar a los responsables en Qatar, base operativa de Hamás, no en Gaza, soliciten su extradición. El Mossad no tuvo reparos en infiltrarse (contra todo derecho internacional) en Argentina, en la misión secreta Garibaldi, y secuestrar al cabecilla nazi Eichmann para matarlo en Israel. Busquen a los comandantes de Hamás, con su sofisticada maquinaria tecnológica y militar, y dejen a la población gazatí vivir en paz, pero, sobre todo, VIVIR.
Pero saciar una sed de venganza infinita desde el 7 de octubre ya no es lo que busca el gobierno extremista de Israel. Busca ¨la solución final», provocar el éxodo (hacía Egipto) de la población de Gaza, y si no puede ser el éxodo, sin contemplaciones el exterminio de un pueblo. La «solución final», ¿les suena familiar? Les invito a hacer un ejercicio de memoria histórica. Déjà vu. Desde hace décadas Israel no se conforma con la tierra asignada para la creación del Estado de Israel, con la Palestina histórica perdiendo la mitad de su territorio, y el gobierno de Israel tampoco se conforma con el 78% de la superficie total de la Palestina histórica que ocupa actualmente. Ha hecho de la ocupación y del éxodo de los palestinos no solamente política sino razón de Estado sirviendo a un único fin: ocupar y apropiarse del 100% del territorio. El Gran Israel, sueño ancestral. Y declarar tierras palestinas, ocupadas y sin ocupar, finalmente y definitivamente suyas. Solo mía. Libre de palestinos. La segunda Nakba para Palestina. Palestino que, azotado por hambre, sed y pánico, no quiere dejar su tierra, su sagrada tierra, será palestino muerto. Si no me creen les invito a volver a leer la cita de Netanyahu, o familiarizarse con la doctrina Dahiya, si no la conocen. Negro sobre blanco.
¿En nombre de quién?
¿En nombre de los 9,4 millones de israelíes? Según una encuesta del Institute for Liberty and Responsibility (Reichman University) el 76% de la ciudadanía israelí no está conforme con la actuación del gobierno de Israel en respuesta a los ataques de Hamás. Muchos israelíes, aun siendo clara minoría y exponiéndose a duras represalias, están alzando la voz contra esta barbarie, incluso israelíes familiares de víctimas de los brutales ataques de Hamás liderando protestas. «No en mi nombre».
¿En nombre de quién? ¿En nombre de los judíos?
¿En nombre de los 7 millones de judíos israelíes, tres cuartas partes de la población total de Israel? Cada vez hay más judíos que alzan la voz en Israel contra la política belicista de su gobierno en Gaza, y en Cisjordania, incluyendo judíos ortodoxos y rabinos, líderes espirituales de la comunidad judía.
¿O en nombre de los más de 15 millones de judíos en el mundo, 8,5 millones fuera de Israel?
Las protestas dentro de la comunidad de judíos van en aumento en muchas partes del mundo, especialmente en EEUU, con más de 6 millones de judíos. Según una encuesta reciente del Jewish Electoral Institute un 22% de los judíos estadounidenses califica la política de Israel una política de apartheid, un 22% caracteriza la situación actual de genocidio del pueblo palestino, y un 60% está a favor de la creación de un Estado palestino. Una valoración mucho más humanista y progresista que la política de su país. Solo una quinta parte de la comunidad judía de Estados Unidos comparte el sueño de un Gran Israel. Estos datos dejan muy claro que Israel tampoco actúa en nombre de la comunidad judía mundial. Hemos sido testigo de gritos desgarradores de la comunidad judía en EEUU, «No en mi nombre».
Esta estrategia bélica y genocida de Israel está haciendo un incalculable daño a la comunidad judía, a un pueblo tan perseguido, un pueblo tan sufrido, a lo largo de los siglos. Pero el éxodo de los palestinos no hará olvidar el éxodo de millones de judíos desde tiempos ancestrales. Ni vengará el holocausto. Porque no eran los palestinos sus autores, sino alemanes, mis compatriotas. Ni hará olvidar el holocausto. Sino refresca su memoria con un nuevo holocausto.
Más Varsovia NO, más campos de concentración bélica-genocida NO, más Dresde NO.
Gaza se asemeja cada día más a una simbiosis entre Varsovia, Auschwitz y Dresde.
La primera definición de holocausto según el Oxford Dictionary es «Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad». Curiosamente la RAE es mucho más vaga en su definición, habría que preguntarse el por qué. «1. Gran matanza de seres humanos». Pero la cuarta definición de la RAE da una nueva perspectiva al uso documentado por Amnistía Internacional de fósforo blanco contra población civil de Gaza: «4. Entre los israelitas especialmente, sacrifico religioso en que se quemaba la víctima completamente.» (RAE). Les invito a investigar el espeluznante impacto del uso de fósforo blanco sobre la piel humana (palestina).
El intento de exterminio de un pueblo no puede borrar del mapa su derecho a existir, y sus derechos territoriales, civiles y políticos (un Estado palestino), ni ayuda a cerrar heridas de traumas colectivos del pasado. El ojo por ojo solo trae más sufrimiento y más trauma colectivo, y ahonda en traumas no superados.
La maldición del complejo de culpa de Alemania
Mi país, Alemania, está en la diana de este trauma colectivo, como autor material del holocausto. El bendito-maldito sentimiento de culpa colectiva de los alemanes, que yo he compartidos desde mi infancia, sin ni siquiera entenderlo hasta años más tarde, y asimilarlo a conciencia, no permite observar y juzgar el gigantesco drama que están sufriendo los palestinos en su justa medida.
No se trata de defender a judíos, ni de actuar en su nombre, no es en su nombre. Negarle al pueblo palestino el derecho a territorio y derechos políticos, o el derecho a existir también es antisemitismo. Se trata de sionismo en su estado puro, una guerra política-nacionalista-imperialista, por territorio, para los judíos. Muy muy lamentablemente Hamás se lo ha puesto en bandeja a Israel con sus dantescos ataques contra civiles israelíes y extranjeros y el secuestro de rehenes.
Invito a Olaf Scholz, canciller alemán, y a Annalena Baerbock (Ministra alemana de Relaciones Exteriores y líder de los Verdes) a que pregunten a cada alemán, a cada israelí, a cada judío, si esta escalada y espiral de violencia (con el 20% de las armas suministradas por Alemania) que ha cambiado drásticamente su vida, quizás para siempre, es en su nombre, y, si así fuera, si están dispuestos a asumir, también para sus hijos y nietos, todas las consecuencias por venir, geoestratégicas, sociopolíticas, pero también emocionales. Ser cómplice de otro de los capítulos más negros de la historia. Consecuencias que también la comunidad judía, en Israel y en el mundo, pagará muy caro. Y quizás toda Europa, el mundo en su conjunto.
¿Quo vadis, Europa?
Igualmente, invito a cada ciudadano alemán a hacerse la misma pregunta. Y a cada español. (Recordemos que España ha suministrado armas por valor de 12 millones de euros a Israel en los últimos años y Madrid acaba de otorgar la Medalla de Honor a Israel).Ningún país europeo ha tenido el coraje político y humanista de hacer tambalear o romper relaciones diplomáticas con Israel en estas circunstancias. No hay condena unánime, ni exigencia unánime de un alto el fuego inmediato ni exigencia unánime y contundente del cumplimiento incondicional del Derecho Internacional, ni siquiera de pausa humanitaria. Europa, que al finalizar la Segunda Guerra Mundial se comprometió en consenso abrumador de andar por los senderos de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional. ¿Quo vadis, Europa?
Si me preguntan a mi, ciudadana alemana, si mi país, o si Europa, actúa en mi nombre, mi respuesta es un grito: ¡NO en mi nombre!
Crímenes de guerra y crímenes humanitarios nunca en mi nombre. Siendo alemana, entiendo, y vivo en propia carne, el dilema moral ante los brutales acontecimientos, con una mochila muy pesada, cargada de memoria histórica. Pero he tenido que resolver el dilema del sentimiento de culpa, más que sentimiento es un complejo de culpa, para no convertirme en cómplice moral de la barbarie. No puedo. Y por primera vez en mi vida siento vergüenza de ser alemana. Siempre he sentido orgullo de país, Alemania, mi país, un país que se ha levantado de los escombros de Dresde, de las cenizas como un ave fénix, un pueblo que se ha mirado al espejo después de haber causado la guerra más cruenta de toda la humanidad, el holocausto más dantesco y 6 millones de judíos asesinados por la Alemania nazi. Alemania, un país que no ha tenido miedo de llamar las cosas por su nombre y juzgar a los responsables nazis, y se ha atrevido a un ejemplar ejercicio de memoria histórica. Una república federal, sueño de muchos, con una transición democrática, sin fisuras y sin olvidos, hacia una democracia plena. Un país de acogida que con Angela Merkel abrió las puertas de par en par a inmigrantes y refugiados cuando otros cerraban sus puertas a cal y canto.
Un país con esta historia, y con estas actuaciones ejemplares no puede ser espectador pasivo y cómplice de un asedio mortal y de matanza indiscriminada de población civil. Por supuesto entiendo la psicología detrás de la defensa de Israel, pero no puedo compartirla. Tampoco puedo juzgar a ningún alemán, ninguna alemana, por sentir de otra forma, nuestra mochila colectiva es una mochila muy cargada, muy pesada. Pero al vivir fuera de mi país, en España, quizás la mochila se me ha hecho menos pesada, y ya no me arrastra. Seguramente la distancia geográfica me ha ayudado a tomar distancia de la maldición del eterno complejo de culpa de los alemanes.
Ser pro-Palestina no significa ser anti-judío. Defender el pueblo de Palestina y defender un Estado palestino no significa estar en contra de los judíos o ser antisemita. No se trata de antisemitismo. Además, no olvidemos que los árabes son tan pueblo semita como los judíos. Intentar acallar las protestas pro-Palestina en Alemania rompe con esta maravillosa defensa a ultranza de la libertad de expresión que caracteriza a Alemania. La actuación de la policía alemana tendrá que ser selectiva. Por supuesto entiendo que un grito contra judíos no tiene cabida en Alemania. Ni puede tenerlo en ningún país del mundo. Pero el mismo derecho lo tiene cualquier árabe, sea palestino o no.
Alemania, país que ha aprendido de su historia asumiendo su responsabilidad colectiva, no puede ser cómplice de otro genocidio, de otro holocausto, 2,2 millones de palestinos en una ratonera corriendo el riesgo de morir de sed, de hambre, o de ser mutilados o ser quemados vivos en la cárcel al aire libre más grande del mundo. Una cárcel, cada día más, convertida en campo de concentración, en campo de exterminio.
Desconozco si Israel no ha aprendido de su propia historia, desconozco si los israelíes no han podido superar el trauma colectivo del holocausto. Intento entenderlo. Pero no concibo entenderlo. Porque no hay justificación. El tiempo de lectura de estas líneas probablemente ha significado la muerte de un niño palestino. Recuerden, uno cada diez minutos. No lo olviden.
Pido a Israel, y pido a mi país, Alemania, que, una vez más, aprenda de su propia historia. Y que tengan el coraje de soltar mochilas pesadas, tan pesadas, sin olvidar, pero con capacidad de altura de mira política y humanista. No hacerlo significa abandonar los senderos del Derecho Internacional definitivamente y volver a las sendas de la ley del fuerte de Darwin, para toda la humanidad. Quizás sin vuelta atrás.
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