Asociación Cordobesa para la Inserción Social de Gitanos Rumanos (ACISGRU).
DE ELLOS Y NOSOTROS.
El ansia de generalidad nos entusiasma y confunde. Amamos la humanidad, pero nos molesta el vecino del tercero, el caradura que se cuela en la panadería, la mujerona que grita en el autobús…
Aborrecemos a la persona de carne y hueso, que encontramos en el aparcamiento, que grita o discute en una lengua extranjera, que juega con nuestra compasión. Aborrecemos sobre todo al pobre.
Y así con todo.
Reivindico los sagrados derechos de las minorías, alabo la singularidad de la cultura gitana, me emociono escuchando el Djelem, Djelem, pero me desagrada el carrito de los rumanos, su mano tendida en la puerta del supermercado y la iglesia, la madre adolescente con un bebé dormido en sus brazos.
«No quieren integrarse, rechazan vivir como nosotros.» Pero ¿de veras podrían hacerlo si lo quisieran?
Tal vez si no hablaran la lengua romaní, si no llevaran faldas ni carritos, si no pidieran limosna a la puerta de la iglesia, si no se casaran hasta tener un trabajo y un piso, si todos trabajaran en la aceituna y en la recogida del ajo, si no vivieran en naves abandonadas por los bancos o en chabolas con maderas derruidas, tal vez si no estuvieran todo el día en la calle, quizá si no trajeran tantos niños al mundo, a lo mejor si los hombres no bebieran cerveza, quizás si sus niños sacaran buenas notas en la escuela, si se largaran pronto a Rumanía y viéramos sus extravagantes bodas solo desde YouTube, si no delinquieran nunca, tal vez si dejaran de ser pobres, a lo mejor entonces los respetábamos o al menos los soportábamos mejor. Pero es que llevan las manos demasiado sucias, tienen demasiados niños que no van todos lo días a la escuela, revuelven demasiado en nuestros contenedores, ocupan los aparcamientos, fuman y beben cerveza, roban chatarra si tienen ocasión, viven en agujeros insanos, sus chabolas se queman en verano y se inundan en invierno, tienen furgonetas ruidosas que derrochan gasolina igual que las nuestras, son miserables y pordioseros. Quizás si no fueran gitanos rumanos, quizás si no estuvieran envueltos en las formas de la cultura romaní , si no fueran tan pobres y a la vez tan manirrotos, si no fueran tan rebeldes e indómitos, quizás así los tolerábamos mejor.
Pero ¿no hablamos del encanto del universo gitano, no apoyamos a las minorías étnicas, no somos partidarios de la diversidad cultural? Claro está que lo somos y lo seguiremos siendo, faltaría más, pero es que estos gitanos rumanos de las Naves del Calmante, esas irritantes mujeres del asentamiento de Fátima, del Oasis, las Quemadillas o la Barca aquellos rroms que están en mi barrio y en mi supermercado, las Florina y Luminitza, los Sandu o Constantine nos estropean el invento y con sus actuaciones consiguen que abominemos de la diversidad cultural.
Cambiemos por un momento de punto de vista ¿y si fuera justamente al revés? Que ninguna cultura, etnia o minoría merece siempre el aplauso unánime, que todas las tradiciones atan y encorsetan a los seres humanos, discriminan en mayor o menor grado a las mujeres, convierten a los hombres en amos implacables, y algunas de estas culturas lo hacen en grado sumo.
¿No será más bien que las tradiciones atávicas han de ser criticadas con ferocidad y sin compasión, pero no las personas concretas de carne y hueso, que están atrapadas en esas tradiciones?
Mujeres y hombres con nombre y apellido, como Florina, Lumintza, Daniela, Sandu o Constantin son los únicos merecedores de consideración, respeto, aceptación y hasta amor. Y eso aunque a veces nos perturben, irriten o joroben. Y eso aunque a menudo no los comprendamos. Son seres humanos como nosotros, tienen dignidad porque son personas, son los verdaderos portadores de los derechos fundamentales de todo ser humano. Y quizás con eso debería bastarnos.
Al menos es lo que creemos las estrafalarias gentes de ACISGRU.
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