En el paraje llamado por algunos «El Oasis· vive desde hace años una comunidad romaní, un grupo de familias del Este de Europa, que se asentaron en una parcela del Cordel de Écija, con la aquiescencia explícita de su dueño. A los rrom algunos ilustrados les llaman nómadas o comunidades itinerantes o grupos errantes, extraños eufemismos para soslayar un hecho incontestable: a nadie le gusta vagar sin rumbo, el exotismo viajero de los romà es un fraude. Las gentes se van de sus casas y de su tierra cuando los echan, se van por el flagelo del hambre, por el acoso de sus paisanos, por carecer de pasta para pagar un médico cuando le enferma un hijo.
Ellos, al día de hoy, se sienten vecinos de Córdoba, moradores del Sector Sur, clientes de Mercadona y tributarios del IVA por alimentos. Y por si quedara alguna duda de su voluntad de arraigo ahora cultivan en su oasis celestial un frondoso huerto ecológico.
El año pasado, Benjamín, un jubilado soñador y entusiasta, voluntario de Acisgru, imaginó el proyecto, le puso nombre y apellidos, se armó de valor, y con la ayuda pública del Ayuntamiento y de la Junta de Andalucía alentó a las familias a que cavaran la tierra, echaran las semillas en los surcos, buscaran el agua donde la hay y dejaran obrar a la naturaleza.
Hoy los tomates, el apio y el perejil desbordan el asentamiento y todas las tonalidades del verde empapelan de color los contornos pajizos de las chabolas.
Lo formuló agudamente el escritor Manuel Vicent “ninguna filosofía es más profunda que un tomate”. Después de lo visto no nos convencerá ningún erudito del regusto de los rrom por la itinerancia. Mucho arraigo sedentario se necesita para aguardar a que la tierra deje escapar un tomate, porque a nadie le gusta plantar para que otros recolecten.
Todos los antropólogos nos habían convencido con ligereza de que el presente es el tiempo de los gitanos, pero la metafísica del devenir del tomate refuta parcialmente su afirmación. Al menos estos romà de la orilla del río saben regar, cavar la tierra, luchar con arte contra las plagas y tienen paciencia para sentarse a las puertas de sus chabolas a ver brotar los tomates. Ninguna duda, son hortelanos de la ribera del Guadalquivir, conocen el laboreo de la tierra, las veleidades del riego, son de los nuestros, lo saben todo de los tomates.
Fuente: ACISGRU.
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