Antonio Pintor Álvarez. Miembro de EQUO y Córdoba Laica
He ejercido mi actividad profesional como médico durante 35 años. En este periodo de tiempo he visto como algunas enfermedades relativamente prevalentes fueron disminuyendo hasta casi su desaparición. Me estoy refiriendo a casos como la tuberculosis, brucelosis, sarampión, tosferina, etc. Si como responsable de la salud de una población, los hijos de aquellos que vivieron cuando estas enfermedades hacían estragos, hoy se viesen afectados por ellas, bien por incompetencia, por negligencia o por falta de medios, consideraría que el sistema sanitario en general y yo como responsable del mismo en ese territorio habríamos fracasado. Un fracaso estrepitoso e imperdonable.
Pues bien, esa sensación de fracaso en el ámbito de la educación es lo que nos produce algunos acontecimientos políticos en nuestro país. Si bien el Informe Internacional para la Evaluación de Estudiantes, más conocido como “informe PISA” por sus siglas en inglés, en el que se analizan las competencias en tres áreas (lectura, matemáticas y ciencias naturales) lleva años situándonos por debajo de la media de los países estudiados, no son estos los aspectos más preocupantes del posible fracaso del sistema educativo. Es en aspectos que no son evaluados y que están relacionados con las humanidades, disciplinas que estudian el comportamiento, la condición y el desempeño del ser humano, en definitiva aquellas que nos hacen ser mejores personas a través del conocimiento de las culturas clásicas (¡Cuánto tendríamos que aprender de los griegos clásicos!), de la filosofía, antropología, sociología, ética, arte, etc. Materias cuyo objetivo está en desarrollar el pensamiento y la creatividad, e intentar que los seres humanos mejoremos en las relaciones entre nosotros y en la búsqueda de una sociedad más justa y solidaria en la que se respeten los Derechos Humanos a través del conocimiento y la ética.
¿Qué nos induce a pensar en ese supuesto fracaso? El hecho de que en una sociedad como la española, después de una guerra civil y una posguerra donde la pobreza, la miseria y la falta de libertades impuesta por una de las dictaduras más crueles del pasado siglo, finalmente se instala una democracia y observamos que tras cuarenta años de la misma surge un “Neofranquismo” apoyado, no solo por los poderes fácticos (Iglesia, Ejercito, Banca y empresariado) todos ellos muy contaminados por el franquismo, sino por hijos o nietos de los que sufrieron la dictadura, es un espectáculo lamentable. Comprobar la facilidad con la que se abanderan causas partiendo de falsedades como catedrales, nunca mejor dicho. Así como el retorno a ese pasado, que creíamos superado, como solución a los problemas actuales resulta deprimente.
Respecto a las mentiras como catedrales me refiero a una declaración que he leído en prensa en la que el representante de esta corriente neofranquista ha dicho que “La Catedral de Córdoba siempre será de los cordobeses y no de los que nos quieren echar”. Es difícil decir más disparates y falsedades en una frase. Veamos, lo primero es que vuelve a amputar el nombre del monumento emblemático de la ciudad, como antaño hiciera su obispo, quitando del mismo la denominación por la que es conocido y valorado en todo el mundo, Córdoba incluida, que es su arquitectura como Mezquita. A continuación este señor dice que “siempre será de los cordobeses”, seguramente su obispo no le ha informado que ya no pertenece a los cordobeses sino a él, que precisamente no lo es, cuya relevancia social es consecuencia de representar a una organización multinacional que tiene su base logística y de poder en un Estado extranjero, al que está subordinado y le debe obediencia. No se necesitan muchas neuronas funcionantes para comprender que en la actualidad la propiedad de la Mezquita-Catedral, desgraciadamente, no está en manos de los cordobeses. Precisamente por ello se ha creado un movimiento ciudadano, representado por la “Plataforma Mezquita-Catedral de todos”, que tiene entre sus objetivos, aparte de “respetar el uso religioso por la iglesia”, que la propiedad vuelva a ser de los cordobeses y no de un obispo forastero y súbdito del Vaticano. Con respecto a “y no de los que nos quieren echar”, quienes vivimos en Córdoba y somos cordobeses no nos consta que nadie quiera echar a no sabemos a quién ni de dónde, por lo que seguramente esté tan mal informado como sobre la propiedad de la Mezquita-Catedral. Es posible que la intención sea crear entre sus fieles seguidores un enemigo imaginario sobre el que generar odio y al que se le ira poniendo cara según sus intereses del momento. Es la imagen del trilero de feria que te distrae con el cubilete vacío para quedarse con el premio. Un disparate total, pero peligroso.
Pero ¿realmente ha fracasado la educación? Eso dependerá de los objetivos que consideremos deseables. Desde la perspectiva de formar personas con capacidad crítica de pensamiento y con una ética humanista, empática y solidaria, situaciones como la comentada, nos hacen sospechar en algún tipo de fracaso.
Sin embargo si lo deseable fuese disponer de una población ignorante de su historia, acrítica y dispuesta a aceptar las mentiras por muy burdas que sean, receptiva a una narrativa nostálgica del “cualquier tiempo pasado fue mejor”, entonces el éxito ha sido completo.
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