¿Te imaginas vivir en un país donde el presidente de Gobierno electo tuviera su mandato caducado desde el 4 de diciembre de 2018, se negara a facilitar cualquier vía que permitiese convocar nuevas elecciones y pese a ello siguiera manejando los Presupuestos Generales, o manteniendo iniciativas legislativas y todas sus competencias?
¿Te imaginas residir en una ciudad donde hay 12 concejales en un Ayuntamiento con mayoría conservadora -aunque las últimas elecciones dieron otro composición que no se ha podido plasmar en el pleno- y en la que 4 representantes municipales tienen el mandato caducado pero no se van, impidiendo de esta manera la llegada de los nuevos electos y sin alterarse por ello sigan adjudicando contratos, convocando oposiciones o decidiendo las inversiones en infraestructuras?
A que no, ¿verdad? Sería limpiarse el trasero públicamente utilizando de papel higiénico un ejemplar (eso sí hoja suave, a ser posible cebolla) de la Constitución Española de 1978.
Pues querido amigo, querida amiga, no hace falta que dejes volar tu imaginación: esto ocurre hoy, domingo 18 de diciembre de 2022, en nuestro país. El Consejo General del Poder Judicial, máximo órgano de gobierno del Poder Judicial en España lleva con la fecha de caducidad prescrita más de 4 años. Si fuera una partida de yogures las autoridades sanitarias la hubieran retirado hace mucho tiempo por peligro para nuestra salud colectiva.
Y como guinda del pastel, 4 (es decir un tercio) de los 12 miembros que componen el Tribunal Constitucional tienen el mismo «problemilla». Lo cual no les impide pronunciarse, aunque carezcan de autoridad ética para ello, en asuntos cruciales para el sistema democrático de nuestra nación.
Es importante que no perdamos de vista esta situación porque centra el quid de la cuestión: las señorías mencionadas, sabiendo perfectamente que su mandato no tiene vigencia y que podrían haber dado un paso al lado y apartarse voluntariamente de sus cargos, no lo han hecho.
Por el contrario intentan estar en el caldo y las tajadas, mantienen una actitud de verdadera oposición frontal a un Gobierno de España que, les guste más o menos, sí es legítimo,tiene su mandato en vigor – terminaría el 10 de diciembre del próximo año- y ha sido votado constitucionalmente por quien tiene la competencia (no, no es el rey Felipe VI como proclaman algunos descerebrados de Vox), el Parlamento español, único depositario de la voluntad popular expresada en las últimas elecciones generales de noviembre de 2019.
Y al igual que sabemos que los Reyes Magos son los padres y lo demás un cuento, también sabemos que en el caso hispano pedirle a gran parte de la Judicatura neutralidad y que no enseñe su patita conservadora o ultra también es otro.
Por la Historia conocemos que si hubo un lugar donde la transición del Franquismo a la Democracia se hizo a cuenta gotas y con las mismas mimbres ese fue el Poder Judicial. Una muestra como botón: del franquista Tribunal de Orden Público (que desde 1963 hasta enero del 77 condenó a miles de demócratas antifranquistas) 10 de sus 16 miembros con plaza de titular pasaron, cuando se disolvió, a la Audiencia Nacional o al Tribunal Supremo. Pelillos a la mar que aquí no ha pasado nada.
Y ese Conservadurismo en lugar de atenuarse con el sistema constitucional vigente se ha ido acentuando con los años.
Hasta llegar a la situación que estamos viviendo. Es lógico al analizar las jugadas y los movimientos de ajedrez político-legal en su contexto tener la sensación de que estamos ante un caso de libro de guerra jurídica o golpe blando.
Cualquier observador puede concluir que se intentan utilizar las leyes para acabar con un gobierno que no gusta. Queda feo sacar los tanques y es menos estridente intentar el dichoso «lawfare».
En muchos comportamientos, iniciativas y manifestaciones es muy difícil distinguir cuando habla un juez o cuando lo hace un político del franquista VOX, del cada vez más nostálgico del Antiguo Régimen PP o de la excrecencia de Ciudadanos.
Funcionan como lo que toda la vida se ha llamado «una correa de transmisión». Porque lo de «tontos útiles» no es creíble, serán de todo menos tontos.
Lo de utilizar a la Justicia en España para fines políticos no es nuevo. Que le pregunten a Antonio Rodrigo Torrijos (injustamente acusado hace 11 años -lo que le hizo dimitir- y 4 veces encausado, siendo declarado inocente en cada una de ellas) y a sus compañeros de IU en el Ayuntamiento de Sevilla qué significó sufrir en sus carnes los embates de los sumarios de la jueza Alaya y como tuvieron que gastar todas las energías en defender la inocencia mientras que las falsas acusaciones de corrupción propiciaron un clima político municipal que se tradujo en la llegada a la alcaldía hispalense de Juan Ignacio Zoido. Del PP y antiguo decano de los jueces sevillanos.
«La vida te da sorpresas» diría el borracho de la canción «Pedro Navajas». Eso sí, nadie de los que acusaron y difamaron o de los medios de difusión «voz de su amo» que machacaron día a día con portadas y titulares truculentos han puesto sobre la mesa la mínima petición de disculpa.
Aunque sea falsa tipo «Lo siento mucho.Me he equivocado. No volverá a ocurrir» (aunque en el caso del monarca corrupto la frase que más le pegue sea la de «¿Por qué no te callas?»)
En nuestro país las Derechas económicas y políticas portan en los genes una enfermedad. Es el síndrome del «dueño del cortijo». Consideran que ocupar el Gobierno (el Poder ya lo tienen) les viene por derecho divino y herencia inamovible, por lo cual es ilegítimo que otros lleguen a él.
Y un pecado imperdonable, si por casualidad lo hacen, no plegarse al cien por cien a sus deseos e intenten sacar los pies del plato del papel de capataz o manijero presto a obedecer sus órdenes, único permitido. Y no hace falta que pongan sobre la mesa ninguna medida revolucionaria o radical. Basta con que no digan «amén» a todas las órdenes.
Y en estos días estamos asistiendo, tanto en sede parlamentaria como judicial a la puesta en escena de toda la parafernalia que conduzca a crear un clima similar al que lograron crear en la Sevilla de 2011.
Se ha escrito mucho estas horas sobre «Golpes de estado». Incluso algún que otro malinformado «opinador» -por supuesto adicto al «pensamiento único» de los que copan,reproduciéndose como conejos, todas las cadenas- ha querido sacar pecho recordando que «fue un señor de derechas llamado Suárez quien se enfrentó al golpe del 23F» (cada vez con menos luces y mas sombras sobre el papel de Juan Carlos I en el mismo).
Olvidando en el argumentario que lo hizo desde la renuncia al Franquismo y tras autodefinirse como «Centrista» y que el 23F mientras él, Gutiérrez Mellado, Rodriguez Sahagún (UCD), Felipe González, Alfonso Guerra (PSOE) y Santiago Carrillo (PCE) , fueron sacados del hemiciclo por los golpistas y distribuidos por distintas estancias del Parlamento como rehenes, al entonces líder de AP, Manuel Fraga, que sí representaba a la Derecha en la fotografía política del instante, lo dejaron en el sillón de su escaño (es verdad que a las 8h 50 m de la mañana siguiente, cuando la intentona periclitaba protagonizó un incidente bastante teatral). Lo que es una muestra más que simbólica de la consideración que Tejero tenía a cada fuerza política.
Creo que aún no estamos ante un golpe clásico, aunque se utilice el término. Pero si ante un retorcimiento de las normas de convivencia para propiciar un escenario que se adecúe a los deseos de los Feijóos, Ayusos o Abascales.
Pareciera que los muñidores del Conservadurismo patrio escuchan de oídas la primera línea del estribillo de «Cantares» de Serrat. La del «golpe a golpe». Pero muy prosaicos y nada poéticos no siguen con el » verso a verso» que la continua.
Por griterío, interrupciones, o insultos a los rivales («echar a Sánchez y a toda la gentuza que está con él», Ayuso dixit) le están dando vigencia y la razón al poema de Machado. El de «…Españolito que vienes /al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas, ha de helarte el corazón».
Sabiendo que por las venas del poeta del 98 corrían gotas de sangre jacobina, tolerancia, Institución Libre de Enseñanza y República, es fácil deducir por donde llegaba la helada.
Y para llevar a buen puerto la felonía una excusa con apariencias de legalidad viene que ni pintada. Por eso es tan triste ver a los órganos judiciales, como garantes de la norma, con toda la pinta de importarle lo más mínimo aquello de mantener la apariencia de una absoluta y escrupulosa independencia.
Analizando el panorama de las últimas horas no puedo evitar la imagen de una escultura. Se trata de una obra del escultor danés Jens Galschiot titulada «La supervivencia del más gordo».
En la misma un hombre soporta sobre sus hombres el peso de una Justicia obesa y con unos minúsculos platillos como balanza.
Pareciera que estas Navidades en nuestro país se quisiera hacer una «performance» de la misma. Eso sí, con los demócratas de porteadores para que volvamos a decir «Si, bwana».
Fuente: Colectivo Prometeo.
Imagen de portada con licencia Creative Commons de Wikimedia Commons.
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