Las personas que militan en la izquierda, y no necesariamente en partidos, han sentido un gran pesar después de ver revalidada la mayoría absoluta del PP en Galicia, a pesar de todos los escándalos de corrupción y las políticas que han impulsado a favor de la clase a quien defienden y que, en absoluto, es la clase trabajadora.
¿Quién defiende a quien desahucian? ¿a quienes están en el paro? ¿a quienes no llegan a fin de mes? ¿a las mujeres? ¿a la juventud? ¿a quienes están desesperados frente a este sistema capitalista depredador? ¿QUIÉN LES DEFIENDE? Supuestamente los partidos que se dicen de izquierdas (dejemos el PSOE en esto para otro debate). Y pongamos en el escenario gallego Sumar, Podemos y al BNG.
En el caso de Sumar y Podemos los resultados en estas elecciones han sido un completo DESASTRE, no vamos a recordar los números porque todavía escuecen, y lo hacen especialmente en quienes creen que hay una izquierda posible, sana, desequilibrante y que puede cambiar el mundo. Pensar que en estos partidos, y repartan ustedes el peso como consideren, han primado más las razones partidistas y las tripas, que la lucha por la clase trabajadota, las políticas y el corazón, es muy desalentador.
Con pesar y a la vez con esperanza, se abre de nuevo un tiempo para la reflexión colectiva de cuales son las causas llegando a concluir lo poco edificante que es la división dentro de esos partidos de izquierda. Es innegable que esa fractura interna continúa debilitando la capacidad de representar de manera efectiva los intereses de las personas trabajadoras y de tantas otras personas marginadas.
La multiplicidad de facciones dentro de nuestra propia casa política confunde y desilusiona a la población. En lugar de presentar una visión unificada y clara para un futuro más justo y equitativo, nos vemos atrapados en luchas internas que desvían la atención de los verdaderos problemas que enfrenta la sociedad.
Esta fragmentación no solo mina nuestra credibilidad, sino que también aliena a aquellos que buscan un cambio significativo. Cuando la gente ve a los partidos de izquierda divididos en facciones rivales, pierde la confianza en su capacidad para gobernar de manera coherente y efectiva.
Es hora de dejar de lado las diferencias personales y priorizar el bien común, trabajando juntos por construir una fuerza unida que pueda enfrentar los desafíos del siglo XXI. Solo así recuperarán la confianza del pueblo y avanzar hacia una sociedad más justa y solidaria.
Y con todo, es crucial reconocer la importancia de que la ciudadanía nos involucremos en los movimientos de base. Estos movimientos son la verdadera esencia de la democracia participativa y representan una fuerza poderosa para el cambio social.
Cuando más lejos de la base, más se pierde el contacto con la realidad, más nos distanciamos de las luchas y preocupaciones de las comunidades marginadas y trabajadoras, y perdemos la perspectiva sobre lo que realmente importa en la vida de la gente.
Quizás esto último sí ha sido capaz de verlo y hacerlo el BNG, y quizás por haber estado pegado al territorio ha tenido esta mejora tan significativa respecto a anteriores elecciones.
De lo ocurrido en Galicia deberíamos tomar nota en Andalucía, una tierra, la nuestra, donde la sanidad y la educación pública se están deteriorando a la misma velocidad en la que desde lo público se invierte por la sanidad y educación privada. Una tierra, la nuestra, donde nos encontramos con la misma fragmentación en la izquierda pero sin un BNG que nos de un poco de respiro.
Quizás habría podido ser posible en 2017, cuando apareció un Adelante Andalucía que pudo ilusionar para aglutinar a esa izquierda alternativa, esa pudo ser una oportunidad para crear un espacio donde permanecer más o menos cómodo, pero lamentablemente, los despachos de los partidos, esos que hoy se pelean por un despacho, la mataron.
Ojalá estas lecciones gallegas sean leídas desde Andalucía, ojalá…
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