Un narrador omnisciente testigo nos presenta a Mary Daisy Dinkle, una niña de 8 años que vive en Monte Waverley (Australia), considerado el pueblo más limpio en 1972. Mary vive en un entorno familiar desestructurado con un padre que vive por y para su trabajo y donde su madre alcohólica le recuerda constantemente que ella fue un accidente. Amante de los Noblets y de la leche condesada con azúcar solo se rodea de su mascota -un gallo llamado Ethel-, de su anciano vecino Len Hislop -el cual se encuentra en silla de ruedas porque fue herido por pirañas en la guerra de Vietnam y tiene agorafobia- y de su amor platónico Damien Popodopoulos -su otro vecino tartamudo de origen griego-. Es así como esta niña solitaria que sufre bullying constante en el colegio por tener una marca de nacimiento del color de la caca decide tener un amigo sí o sí y para ello un día, mientras su madre está “tomando prestados” sobres en la oficina de correos, Mary elige un nombre al azar de la lista telefónica de Nueva York y le escribe una carta a escondidas a Max Jerry Horovitz. Así, con una pregunta tan complicada para responder a una niña sobre de dónde vienen los niños, ya que su madre le ha dicho que en Australia vienen en el fondo de las jarras de cerveza y quiere saber si en Estados Unidos vienen en las latas de refresco. Max es un hombre con orígenes judíos de 43 años y 160 kilos y metro ochenta que vive solo en Nueva York, inventa recetas extrañas, juega a la lotería y sufre síndrome de Asperger -aunque aún no lo sepa-. A partir de ese momento, comienza una relación epistolar que va a suponer más de 20 años de amistad.
El australiano Adam Elliot nos presenta en esta increíble obra audiovisual, la cual tardó 5 años en completarse y contó con 8,3 millones de dólares australianos de presupuesto, a su alter ego Mary basándose para ello -tal y como aparece en los títulos de crédito iniciales- en la relación por correspondencia que tuvo con Max durante 20 años, también de Nueva York. Hay que señalar que, más que tratarse de una inspiración, Elliot cuenta que plasma en imágenes la historia del Max real, sin cambiar prácticamente nada ya que su amigo, también con orígenes judíos, tenía Asperberg y acudía, al igual que el personaje, a sesiones de Comilones Anónimos debido a su obesidad. Así Elliot nos presenta en esta obra de culto hacia lo imperfecto, la vida y las penurias de dos personajes rechazados y desamparados mediante una relación de amistad donde cada uno nutre al otro y crecen -sobre todo Mary-, sin estar físicamente juntos.
Este director y productor -recordemos su compañía Adam Elliot Pictures– de animación bajo la técnica de stop-motion suele realizar cortometrajes con una temática estético-narrativa similar como pueden ser Uncle (1996), Cousin (1998) y Brother (1999) -que constituyen una trilogía-; y Harvie Krumpel (2003), por el que consiguió el Oscar al Mejor Cortometraje de Animación. En sus obras podemos ver a unos personajes marginados, siendo Mary and Max su primer y único largometraje hasta la fecha. Su característica técnica de animación, conocida como claymotion, se trata de un estilo muy artesanal que podemos ver en obras como Chicken Run (Nick Park y Peter Lord, 2000), Wallace & Gromit: The Curse of the Were-Rabbit (Nick Park y Steve Box, 2005) y Shaun the Sheep Movie (Richard Starzak y Mark Burton, 2015) -las cuales formar parte de la compañía Aardman Animations– y que, pese a ser todo un acierto artístico, técnicamente limita las expresiones de los rostros, al igual que el movimiento. Hecho que toma el director en favor para hablar de la incomunicación y de la dificultad para expresarse con la que cuentan estos personajes. Además, también encontramos en él una interesante característica para contar la historia mediante el uso de narradores omniscientes que, si bien, es un recurso que podemos encontrar como fácil y recurrente en muchas obras, en esta no solo sirve para remarcarnos la incomunicación, la soledad y el silencio de los personajes sino también para describir a los personajes por completo, introduciéndonos a veces en sus propias mentes. No es hasta que empiezan a mandarse cartas Mary y Max cuando descubrimos sus verdaderas voces -en off de nuevo-, ya que hasta entonces era el narrador el que se hacía cargo de la narración. De hecho, cabe señalar que no es hasta mitad del filme cuando encontramos un diálogo en estilo directo -voz on- entre Mary y Damien cuando esta va a la Universidad.
Una vez más, remarcando el estilo artístico cabe hablar del uso de color tan interesante que presenta Elliot en el filme ya que, tratándose de una decisión técnica que funciona a nivel narrativo usa unas tonalidades desaturadas que nos presenta dos universos distintos. Por un lado tenemos el universo en tono blanco y negro de Max que remarca su tristeza y monotonía -además del aspecto caótico de la ciudad y su suciedad-, siendo los únicos elementos de color que encontramos aquellos que van ligados a Mary -como el pompón que le teje o sus dibujos-, comprobando así que hasta los objetos van a estar dotados de un gran simbolismo en esta obra. Por otro lado, nos encontramos con el universo en tonos sepia de Mary, lo cual nos señala que mientras ella puede tomar pequeñas decisiones para darle color a su vida -recordemos las escenas de su matrimonio con Damien donde sí existe el color-, Max ya no va a poder conseguir eso y su vida es irreversible pues tiene unas tristezas encarnizadas. Este uso del color además, está relacionado a la evolución psicológica de los personajes, encontrando como poco a poco ambos universos se van tiñendo de vida hasta la explosión final donde -sin hacer mucho spoiler- podemos ver como el techo de Max se encuentra a color, cubierto por todas las cartas que Mary le ha enviado durante todos estos años y que él se ha dedicado a planchar y plastificar.
Mary and Max, ganadora del Oso de Cristal en el Festival de Berlín de 2009 es una obra íntima y reflexiva que, de manera inocente pero sin tapujos nos habla mediante un retrato social de temas tan importantes como las adicciones, la soledad como refugio, la muerte, el amor, la autoestima, el suicidio, la codependencia, los amigos invisibles, el fanatismo religioso, la obesidad, la gente sin recursos o el bullying, pero sobre todo de problemas y patologías psicológicas como la agorafobia, la depresión, la ansiedad social, los ataques de ansiedad y, más importante, el Síndrome de Asperger, al que Max llama “aspie”. No es hasta más de la mitad de la película cuando, tanto Max como el espectador, conocen dicho diagnóstico en una de sus peores crisis, lo cual explica no solo su falta de empatía con los demás sino su dificultad para comunicarse y ayuda a Mary a entenderlo por completo, la cual decide estudiar las enfermedades mentales y hace una tesis sobre ello. El síndrome de Asperger -hoy 18 de febrero es su día internacional desde 2007- se trata de un trastorno neurobiológico generalizado y de desarrollo que forma parte de los Trastornos del Espectro Autista, siendo diagnosticado en 1943 por el físico Hans Asperger. En Mary and Max no solo es el propio personaje el que nos va explicando qué 5 barreras para la comunicación implica tener dicho trastorno sino que, es el propio Max el que indica que no padece ninguna enfermedad ya que no se siente discapacitado ni defectuoso que necesite ser curado, sino que le gusta ser un “aspie” al considerarlo como parte de su personalidad con la que ha aprendido a vivir pese a que a veces la gente piense que es un insensible y un grosero o lo trate como un deficiente mental y piense que por ello no tenía amigos hasta que conoció a Mary.
Conocemos sus desesperadas ganas de comunicarse: lo vemos en la larga extensión que tienen las cartas que redactan, y en la gran cantidad de posdatas que Mary y Max escriben al momento de finalizar la escritura. Ambos parecen necesitar que el encuentro con la carta y con el amigo lejano se prolongue lo más posible, porque en tanto haya posdatas y más cosas para decir, la sensación de estar junto a alguien dura, y la soledad y el silencio de la rutina que viene después del punto final se demora interminablemente. Como toque final cabe incidir, ahora no en la incomunicación, sino en las ganas de comunicarse de los personajes lo cual podemos ver en su innumerables posdatas y en la extensión de las cartas que se envían. Por ello, simulando dicha cartas finalizo así:
P.D. La obra está ambientada en 1976 y utiliza una banda sonora con canciones que ayudan al espectador a catalizar toda la amalgama de sensaciones y que son tan reseñables como Perpetuum Mobile (Penguin Cafe Orchestra), Whatever Will Be, Will Be (Pink Martini), The Humming Chorus (de la ópera Madame Butterfly de Giacomo Puccini e interpretada por Nana Mouskouri), Typewriter (Leroy Anderson) o el toque final con Swinging Safari (Bert Kaempfert).
P.P.D. Este relato honesto y sincero nos explica cómo viven y sienten las personas con síndrome de Asperger mediante una tragicomedia que, pese a tratar temas tan serios, no lo hace desde el puro dramatismo sino que lo esquiva con el uso del humor mediante gags por lo que hace que el espectador se ría a carcajadas a la vez que le toca el corazón al tratar temas tan controvertidos con tanta delicadeza. Y es que Elliot consigue una gran simbología no solo, como hemos señalado, con el uso del color, sino con la fotografía y la representación de los objetos y paisajes ya que incluso en la famosa Estatua de la Libertad el director toma la libertad de cambiarle el rostro y mostrarla imperfecta, solitaria, y triste.
P.P.P.D. La obra, pese a ser estrenada en el Festival de Cine de Sundance no fue un éxito en taquilla debido a su escasa distribución.
P.P.P.P.D. Cabe recordar que cada persona tiene sus verrugas, que todos somos imperfectos y que pese a que no podamos elegir nuestras verrugas, “son parte de nosotros y tenemos que vivir con ellas. Sin embargo, podemos elegir a nuestros amigos”. Y al igual que Max se alegra de haber elegido a Mary, yo me alegro de haber descubierto esta joyita de película.
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