Miguel Santiago Losada. Profesor y escritor.
Hace un año escribía que nuestros diputados en el Parlamento andaluz y en el Congreso deberían estar unidos para defender los intereses de Córdoba. Les planteaba un plan de recuperación para Córdoba dada la débil realidad socioeconómica que sumerge a esta provincia en una profunda depresión. Hoy, en vísperas electorales, quiero ir más allá de las meras fronteras locales.
Se aproximan dos citas electorales de mucha importancia, cuyos resultados marcaran diferentes tendencias: un giro a la derecha más ultraconservadora, un gobierno más o menos centrado en el mantenimiento y cumplimiento de lo establecido, o un gobierno que apueste decididamente por los derechos humanos de todas las personas que viven en el Estado español, sin olvidar sus obligaciones humanitarias con las regiones más empobrecidas del planeta.
Si gana la primera tendencia ultraconservadora, mucho me temo que los derechos sociales alcanzados durante la democracia sufrirán un fuerte retroceso. La apuesta por los servicios públicos, que garantizan una sanidad y una educación en igualdad para todas las personas y la atención a las necesidades de las personas mayores, basada principalmente en medidas para un cuidado que les aporte seguridad y dignidad, así como tener pensiones dignas pueden verse seriamente amenazados. El avance del feminismo, ecologismo y laicismo puede sufrir un revés ante esta corriente filofacista. Los derechos adquiridos por las mujeres, la ley de la violencia de género o la del aborto, leyes como la del matrimonio entre personas del mismo género, la separación Iglesia-Estado que elimine el nacionalcatolicismo, los planes energéticos basados en las energías alternativas y un largo etcétera podrían acabar en la papelera. Un gobierno de este cariz que basa su política en eslóganes antiguos de la “Una, Grande y Libre”, solo sabe enarbolar banderas excluyentes, que dejan fuera a los más empobrecidos, a los que piensan diferente, y a los que vienen de otros mundos muertos de hambre y miserias. Es el tipo de gobierno que niega el derecho a la memoria de las víctimas de una de las dictaduras más atroces del siglo XX.
En el segundo caso, tendremos un gobierno de baja intensidad para los derechos humanos, manteniendo los mismos privilegios y sin apenas cambios. Un gobierno del que no se podrá esperar que disminuya el porcentaje de personas que padecen el empobrecimiento social, que luche por el grave problema de los desahucios de miles de personas, que avance en el sector de las energéticas renovables, y que aplique un aumento de impuestos a las empresas e individuos que más poder adquisitivo poseen, para establecer un reparto más justo y equitativo de la riqueza, que nos haga avanzar en el Estado social, democrático y de derecho. Asuntos como la memoria histórica, las inmatriculaciones, el Estado federal seguirían estando en el cajón del olvido.
La tercera posibilidad es la que más favorecería a los derechos humanos, fortaleciendo los avances democráticos para conseguir una sociedad más justa e igualitaria para todas las personas de toda etnia, pueblo o nación. Apostaría porque al final de la legislatura de este posible gobierno pudiese haber una evaluación que me recordarse aquel pasaje del evangelio, precursor de los derechos humanos, que decía: tuve hambre… y me distéis de comer, tuve sed… y me distéis de beber, enfermo y en la cárcel… y me visitasteis, desnudo y me vestisteis, migrante… y me acogisteis. Una evaluación no basada en obras caritativas, sino en políticas sociales y justas que traigan la verdadera igualdad, haciendo a una sociedad más libre, justa e igualitaria.
Para alcanzar esta tercera opción, lo primero que hace falta son partidos políticos dispuestos a anteponer los derechos de las personas a sus propios intereses, partidos políticos con personas que piensan en los demás y se dejan la piel por sus conciudadanos, apartando la mirada del sillón que los perpetúa en el cargo y los aleja de la realidad. Partidos sin miedos ni complejos por cumplir su programa electoral. En definitiva, una política en la línea de lo que decía Confucio: “En un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza”.
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