Cati Rojas, activista de ACISGRU.
Es objeto de melancolía para aquellos, que caminan por esta gran ciudad, o viajan por el campo, cuando ven las calles, los caminos y los portales llenos de pordioseras del sexo femenino, seguidas por tres, cuatro o seis niños, todos ellos cubiertos de harapos y molestando a cada pasajero al pedirle limosna.
Lo decían Jonathan Swift en el siglo XVIII cuando escribió “Una modesta proposición” para evitar que los niños de la gente pobre de Irlanda se convierta en una carga para sus padres o para el país. En un irónico texto del más puro humor negro, el autor golpeaba a la sociedad de su época, proponiendo como alternativa a la mendicidad con niños el canibalismo infantil, “que los niños pobres irlandeses (“…una molestia para el público…”) sean alimentados hasta la edad de un año y entonces sean vendidos a los ricos, para que puedan comérselos con gran placer en bodas y bautismos.”
Trescientos años después volvemos a hacernos la misma pregunta de Swift, incluyendo en ella a otros colectivos, que también constituyen hoy una tremenda molestia para el público, ¿qué hacemos con los mendigos, con los sin techo, con los excluidos y chabolistas?
Al igual que en la Irlanda de Swift, en la España del siglo XXI el daño principal de la miseria y la exclusión es la tremenda incomodidad que ocasiona a los vecinos, porque la miseria y la exclusión suelen ir acompañadas de suciedad, de mal olor y dañinas palabras. Lo leíamos hace unos días en la prensa local al hablar del desalojo de los sin techo de la Plaza del Alpargate: No es cómodo para los usuarios de la Biblioteca Central encontrárselos descansando al fresco del aire acondicionado, o utilizando los aseos. No es agradable ir con los niños al parque y encontrar a personas de las que no sabes si te puedes fiar. Suciedad, olores, falta de higiene (…) aquí tenemos una realidad, una realidad incómoda.
El Ayuntamiento lo entendió enseguida y aplicó un plan de choque inmediato, que evitara molestias e incomodidades a los vecinos de la plaza de los Padres de Gracia, de modo que una flotilla de Sadeco, acompañada por la policía local, barrió la plaza, la desinfectó y la dejó impoluta, con el aplauso fervoroso de los colegas de Vox, maestros en el arte de la asepsia.
Barrió la plaza, la limpió y la dejó impoluta, pero ¿qué hacer con los mendigos, con los excluidos y chabolistas?
La realidad nos ha enseñado que la respuesta de Jonathan Swift, hoy como ayer, sigue siendo válida. Una vez limpios y aseptizados los lugares de la miseria, no hay otra salida que esperar la muerte de los miserables, dejar tranquilamente que se mueran, eso sí, garantizando por vía documental que su muerte ha sido del todo natural.
Es lo que ha ocurrido en esa misma plaza, días después de la limpieza municipal, con el hombre sin nombre y apellidos de 53 años, fallecido junto a la iglesia del Rescatado y con la acreditación forense de una muerte “naturalísima”. Lo mismo que el aparcacoches de 37 años, encontrado en la Plaza de los Patos, después de haber muerto también “naturalmente” durante la noche.
Si el rompecabezas principal de los sin techo, los que viven en chabolas y los excluidos es la incomodidad vecinal por la falta de higiene y limpieza de los miserables, no hay que preocuparse demasiado, promovamos su desalojo masivo de plazas y asentamientos, limpiemos las calles y los lugares en que se asientan, y esperemos sin compasión ni inútiles remordimientos que se produzca su ineludible muerte.
La autopsia casi siempre confirmará que se ha tratado de una muerte natural, de una inevitable muerte.
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