Ayer leí a un joven escritor decir que se siente de esa generación de los 70 y 80 en la que con un sueldo una familia podía vivir. Un trabajador podía irse a una gran ciudad y con un salario, como obrero, sacar adelante una familia en un barrio de la periferia de cualquier capital.
Eso hoy ya no es posible. Ese trabajador posiblemente debería compartir piso con otros trabajadores extraños, hoy no podría establecer un proyecto de vida con su pareja antes de los 30 años.
Hace más de 20 años la letra pequeña que firmamos para recibir acríticamente al euro nos decía que los sueldos no iban a subir al ritmo del coste de la vida; que si querías tu piso, sus muebles o tu coche no ibas a pagar ya prestamos al 15% de interés. Sin embargo no quisimos ver que esa vivienda de 10 millones de pesetas ahora te iba a costar 200.000 euros y además ibas a tener el dinero casi gratis para poder endeudarte durante varias décadas. El negocio estaba servido para bancos, constructoras, Planes Generales de Urbanismo e ingresos públicos vías tasas, impuestos locales y licencias de obra.
Antes quien no podía comprarse una vivienda la alquilaba, y hasta elegía barrio dentro de la ciudad para vivir. Tras la crisis financiera de 2007, reestructuraciones bancarias, ajustes económicos y Administraciones por cuyas moquetas han ido pasado gestores que van del PP, al PSOE a los herederos del 15 M el problema sigue ahí, sin resolverse, agravado. Vivir de alquiler era un refugio para muchísima gente hasta que el mercado vió en él un nuevo negocio ante la mirada impasible de quien debía anteponer el art 47 de la Constitución a su mercantilización, a costa de algo tan básico como querer un hogar propio. Porque compartir piso no es tener un hogar, y se está arrebatando eso a miles de personas que además trabajan demasiadas horas son sueldos escasos.
Ahora es el alquiler el que se está volviendo inaccesible. Los centros de las ciudades se llenan de pisos turísticos con barrios que parecen enormes hoteles entre decorados históricos sin vida vecinal, y con demasiadas franquicias de ropa y bares cada vez más impersonales, con menos centros de salud y escuelas porque disminuyen las familias y apenas se ven niños.
Y con este panorama se interioriza esta precarización de la vida, que para eso el «empoderamiento», la «resiliencia» e «identidades varias y diversas» nos ayudan a fingir y decirle al mundo lo felices que somos a través de las redes sociales o viendo Neflitx… si ahora también puedes pagarlo. Julio Anguita hablaba de lo necesario que era tejer un contrapoder. Qué lejos queda esa propuesta.
Estos días Portugal ha anunciado medidas para proteger el derecho a la vivienda. Queda esperanza. Hasta ver sus frutos uno recuerda aquellas políticas de vivienda en Marinaleda o las planteadas en su día por Ezker Batua y su Consejero Javier Madrazo en la Consejería de Vivienda del País Vasco .
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