Javier Martínez Collantes.
A lo largo del confinamiento obligado por la pandemia mundial de Covid-19, que aún persiste, a pesar de las presiones socioeconómicas para dar a entender lo contrario, por el Colegio Mayor Séneca, perteneciente a la UCO y habilitado para la ocasión, han pasado algo más de un centenar de personas consideradas sin hogar, en una proporción aproximada de un 80% de hombres y un 20% de mujeres.
Parias sociales sobre los que se pensó una vez que ya se habían puesto en marcha las medidas pertinentes para tratar de proteger al grueso de la sociedad considerada ‘útil’ o ‘normalizada’. Pero al menos en Córdoba, si bien algo tarde, se los ha atendido, mientras que en otras ciudades, a pesar de contar con ayudas económicas para la emergencia por ser poblaciones de más de 20.000 habitantes, optaron por subirlos a un autobús y remitirlos como si fueran paquetes que hay que quitarse de encima hasta la capital califal, porque allí se lo estaban tomando más en serio.
Polacos, argelinos, marroquíes, lucentinos, pontaneses, subsaharianos, toledanos, malagueños, sevillanos y algún que otro cordobés de la capital han conformado esta singular Torre de Babel en la que han convivido, no sin fricciones y problemas (algunos muy serios) de convivencia en bastantes ocasiones, durante un plazo de tiempo muy concreto y sin que saliera a la luz ni un sólo caso positivo, aunque algunas personas han tenido que ser aisladas por posibles síntomas, pero no era por coronavirus.
Gente muy joven o demasiado mayor; personas ajadas ya por la adicción a la bebida, la droga y el tabaco; individuos que se han quedado sin su correspondiente trabajo en precario de golpe y porrazo; solitarios desarraigados de sus familias; demandantes de asilo político; huidos de un régimen despiadado y asesino, de la guerra o de la pobreza y el hambre extremo en sus países de origen; nómadas sin hogar, que cuando saltó la alarma les pilló en Córdoba como les podría haber sorprendido en Bilbao, Lisboa o Algeciras.
Y todos con el común denominador de no tener ni la más remota idea de lo que estaba pasando a su alrededor. De hecho, a más de uno y una se lo tuvieron que explicar muy despacio y repitiéndoles varias veces que el motivo de su acogida era un virus que se había propagado por el mundo y que estaba causando estragos en la población mundial. Una auténtica historia de ciencia-ficción para quienes están por completo desconectados de su entorno y ajenos a la realidad del día a día.
De ese centenar que comenzaron a llegar el pasado 26 de marzo, apenas quedan la mitad. El resto se ha ido yendo, bien de forma voluntaria (puede resultar extraño, pero también los hay que prefieren estar en la calle antes que bajo un techo), bien porque se ha conseguido una reconciliación familiar que les ha permitido regresar a sus casas, se les ha detectado enfermedades físicas y mentales que ya se están tratando en residencias, han juntado entre cuatro o cinco las pagas sociales que perciben para alquilar entre todos una vivienda tramitada por la trabajadora social o incluso porque han encontrado trabajo que se les ha tramitado desde el propio entramado organizado por los Servicios Sociales municipales.
Otra parte se desplazarán a las casas de acogida municipal y de Cáritas, además de buscar un hueco en la Fundación Hogar sí o en la Fundación Proyecto Hombre, y otros regresarán a pensiones y hostales de los que tuvieron que salir cuando se cerraron por la pandemia.
La mayoría se han marchado fuera de Andalucía, a Zaragoza para la recogida de la cereza, y hay una persona que ha conseguido trabajo en Almería. Para ello el equipo que los ha estado tratando y cuidando han movido cielo y tierra para elaborarles curriculums, tramitar DNIs y tarjetas sanitarias que habían perdido y poner al día otros papeles necesarios para su propia vuelta ‘a la normalidad’. De igual forma, se les ha tramitado el acceso a la tarjeta monedero y han empezado ya a trabajar en las solicitudes del mínimo vital.
El problema real se concentra en los ‘amaestrados’. Los que no tienen absolutamente nada y han catado una vida algo más dulce al margen de la calle que les ha hecho sentirse de nuevo personas con dignidad. Se ha dado el caso de que los que tenían problemas con el alcohol en todo este tiempo no han probado ni una sola gota y no han experimentado ‘mono’ alguno, pero tampoco han querido volver a salir cuando sí se podía ir, por ejemplo, a comprar tabaco por considerarse un producto de primera necesidad. Ni siquiera en las distintas fases de la desescalada han tenido la voluntad de salir del edificio.
Ven ahora el mundo exterior con miedo. Por contra, la inmensa mole de cinco plantas y 200 habitaciones, con sus jardines internos y un inmenso patio central donde poder tomar el sol y pasearse, que supone el antiguo Colegio Mayor Séneca, lo contemplan como una benigna fortaleza que los protege de una vida nada agradable ‘ahí fuera’.
No en balde, reconocido por propios y extraños, la experiencia global que se ha puesto en marcha en ese complejo «sociosanitario» en el que se ha convertido el antiguo centro educativo durante dos meses y medio ha sido más que ejemplar. «Se han vuelto a sentir personas de nuevo», señalan en conjunto las 12 personas contratadas para este servicio, entre monitores, educadores sociales, psicólogos, auxiliares de clínica y trabajadores sociales, quienes consideran que este servicio debería claramente tener una continuidad en el tiempo por el beneficio social que supone.
También desde Servicios Sociales del Ayuntamiento se ha indicado que el mayor orgullo ha sido ver cómo muchas de esas personas han vuelto a sus antiguos hogares y de cómo, en su mayoría «han vuelto a recuperar las ganas de volver la vista hacia una sociedad y un sistema en los que habían perdido la confianza porque los tenía olvidados y que ahora los puede volver a acoger».
Y el mejor ejemplo de ello son sus propias palabras. Uno de los usuarios que aún están allí es Sebastián, de 74 años, quien ha reconocido que hasta ha ganado peso y que ahora «ya no sé lo que voy a hacer si regreso a la calle» con la mirada puesta en el próximo 18 de junio.
María es otra usuaria que por razones de seguridad ha preferido no dar su apellido, pero es de las que ha valorado el contar de nuevo con una habitación, una cama, una ducha con toallas y comida. «Lujos que uno valora más cuando puedes volver a quedarte si ellos». En su caso, no obstante, ya se le ha gestionado una salida a Proyecto Hombre por razones de adicción.
Francisco Bernabé es de Sevilla y le sorprendió la crisis sanitaria en Córdoba, pero su crisis personal la viene arrastrando desde 2017, porque trabajaba en la construcción y acabó en la calle y desde entonces no ha logrado levantar cabeza ni a nivel personal ni laboral. «Esta experiencia que hemos vivido aquí no debería perderse, tiene que tener continuidad porque a uno le hace sentirse de nuevo un hombre». Como él opina Manuel Peña, de Jaén, quien ha destacado la profesionalidad de un equipo de trabajadores, que han aprendido mucho de esta vivencia única, pero cuyo aprendizaje podría acabar en el cubo de la basura.
Pero si eso es así y la sensación general es tremendamente positiva, ¿por qué no darle continuidad a esta experiencia nacida de una situación puntual y concreta, pero cuyos beneficios van mucho más allá de una pandemia y pueden servir de forma permanente a resolver la vida de muchas personas? Una experiencia que, por cierto, ha sido pionera en España y que podría convertir a la capital cordobesa en la primera ciudad del país que afronta el sinhogarismo de una manera integral y no sólo solucionando durante un tiempo el problema habitacional que arrastran.
La responsable de Servicios Sociales, Eva Timoteo (Cs), ha dejado claro, por su parte, que se trataba de un recurso con fecha de caducidad y que siempre ha estado ligado al estado de alarma, por lo que no tiene sentido su continuidad. Es más, en su opinión, parte del éxito de la experiencia está en su carácter temporal.
Frente a eso, Timoteo ha puesto como ejemplo la Casa de Acogida Municipal, que no tiene carácter temporal, donde existe prácticamente la misma atención que ha habido en el Séneca por parte de Servicios Sociales y de la Junta de Andalucía, pero donde «no da tanto fruto como en esta nueva experiencia y donde muchas personas abandonan el recurso porque no se da el mismo nivel de reinserción».
Por ese motivo, la responsable municipal ha considerado que el recurso del Colegio Mayor Séneca «habrá que valorarlo para descubrir dónde ha estado la clave del éxito». Pero eso será una vez haya transcurrido el tiempo y se pueda elaborar un análisis en frío después de que el Ayuntamiento haya realizado una «inversión importante y, por tanto, haya que valorar las necesidades que tenemos para actuar en proporción a ellas».
Eso no significa que «habrá que tener en cuenta esta experiencia y la valoraremos», en palabras de Eva Timoteo, porque «sin duda va a cambiar la intervención o la manera de trabajar con las personas sin hogar». Es más, en su opinión «será una reflexión que tendrá que ser objeto de análisis en la Red Cohabita para descubrir de qué manera podemos llegar a una nueva fórmula de intervención con esas personas, llegando a conclusiones muy positivas».
Haciendo un cálculo en frío, los contratos publicados en la Plataforma de Contratación del Estado en relación al Colegio Mayor Séneca ascienden a 76.570,65 euros, que cubren el servicio de cátering, la limpieza y la vigilancia del edificio. A eso hay que añadirles otros 100.000 euros para la contratación de esas 12 personas, que, por cierto, se requirieron de más de 140 entrevistas para cubrir esos puestos porque no todo el mundo estaba disponible para este trabajo. En total, y redondeando, unos 177.000 euros para dos meses y medio.
Por su parte, el servicio de atención integral de personas y familias sin hogar en la Casa de Acogida y Centro de Emergencia Social municipal asciende, según esa misma Plataforma, a 1.497.350,77 euros.
Ciertamente, si uno pone en la balanza ambos gastos, el coste de la casa de Acogida es mucho mayor, ya que el servicio del Séneca redondeado para todo un año equivaldría a 849.600 euros. Pero a eso se le podrían recortar incluso algunos gastos, como el de cátering, si a ese espacio, que habría que concretar con la UCO una cesión mucho mayor, se le devolviera una cocina habilitada como existía antaño. De hecho, esa posibilidad abriría el campo a nuevas experiencias como, por ejemplo, que los propios usuarios acordaran realizar entre todos el servicio de cocina, entre otras muchas cuestiones.
Y es que durante el confinamiento ya hubo en el Séneca experiencias en ese sentido, como el caso de uno de los usuarios que se dedicó a cortarle el pelo al resto usando para ello material cedido desde una peluquería de la capital o el caso también de otro que optó de forma voluntaria por arreglar algunas de las zonas verdes del interior del colegio mayor, eliminando malas hierbas y recortando los arbustos que allí hay. Sería, quizá, una fórmula más para que muchas de esas personas volvieran a sentirse útiles recuperando parte de la dignidad perdida por su situación de personas sin hogar.
Me parece una experiencia muy interesante, pues permite a las personas que viven en la calle volver a sentirse como personas. Iniciativas como esta deberían tener continuidad y me hacen pensar que el Evangelio de Cristo está vivo entre nosotros. Enhorabuena a los promotores de la idea en el Ayuntamiento y a todos los que ha colaborado en esta iniciativa.