Llama la atención como las imágenes del Horror en la frontera de Melilla -difundidas gracias al riesgo asumido por la sección de Nador de la Asociación de Derechos Humanos Marroquí– que, por su crudeza, deberían haber despertado conciencias, removido estómagos, provocado indignación colectiva…salvo honrosas excepciones han sido relegadas a un segundo plano donde lo anecdótico se ha impuesto a cualquier intento de denuncia.
Por la forma de tratar la masacre estamos ante un clara muestra de silencio informativo consciente (poner sordina, contar lo mínimo imprescindible y siempre de forma acrítica, como si el desenlace final no tuviera otras alternativas, hasta equipararlo con una catástrofe natural e irremediable y no una decisión política de consecuencias trágicas) y, ya se sabe, que hay silencios que matan.
Si además comparamos la forma de enfocar la noticia en los medios de difusión y la equiparamos a cómo estos mismos medios han presentado otra tragedia reciente, la guerra en Ucrania, los ríos de tinta, horas de emisión o tertulias dedicadas al conflicto y al apoyo unánime a la apertura de fronteras para recibir refugiados, podemos constatar por nosotros mismos que nada es gratuito.
Una y otra vez se empecinan en pensar por nosotros y en señalar a nuestro pensamiento lo que debe ser el camino correcto.
La insensibilidad ante los muertos de piel negra, el mirar a otro lado y lavarse las manos esconde una buena dosis latente de racismo y desprecio al pobre.
Llueve sobre mojado y por desgracia en terreno abonado para que el odio «al diferente» dé frutos y sea rentable electoralmente.
En el primer debate en Canal Sur para las pasadas elecciones andaluzas, me llamó la atención que nadie respondiese a la candidata franquista de Vox cuando, con un desparpajo supino (y a sabiendas de que mentía) presentó un panorama idílico de la emigración española a Europa en los años sesenta del siglo pasado.
Vendió un ejemplo de movimiento ordenado y con papeles, olvidando conscientemente -como recoge en sus trabajos el profesor de la Universidad Complutense Carlos Sanz Díaz -que «El estigma social contra el inmigrante español existía igual que el de ahora…[según la visión del pueblo alemán] eran potencialmente más conflictivos y que acosaban a las mujeres alemanas, porque se tenían muchos prejuicios en bases a ideas preconcebidas y tópicos como el de la sangre latina. Se esgrimía, además, que su presencia aumentaba la delincuencia y la inseguridad«.
Nada nuevo bajo el sol. Aunque algunos rían la gracia del «prohibido la entrada a perros e inmigrantes» pensando en que es de ahora. Y no, ya la conocían el siglo pasado en las zonas industriales de la Europa desarrollada. Que se lo pregunten a quienes tuvieron que emigrar a Suiza. Basta con leer algún artículo sobre el tema de un periódico tan revolucionario como el ABC «De cuando en los bares suizos colgaba un «prohibido perros e inmigrantes»
Y para su otra mentira-mito, la de una «emigración controlada a través del Instituto Nacional de Emigración» nada mejor que los datos.
Como recogía en 2019 Ana Isabel Fernández Asperilla, directora del Centro de Documentación de Migraciones, «la mitad de los españoles que emigraron durante el Franquismo lo hicieron de forma irregular«. Utilizaban el pase de «turista» para buscarse la vida. Tampoco nada novedoso.
Y la inmigración clandestina, en la que por supuesto hay mafias que trafican con personas y se enriquecen a su costa es la cara visible de la explotación a todo un continente como África (con la connivencia de sus dirigentes) al que se le cierran las puertas y el futuro a las personas mientras se esquilman sus recursos, nos pone sobre la mesa unas cifras de muertes que no queremos ver.
Basta con mirar los informes de la Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía. En el del 22 de marzo de 2021, Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial, que recogía los datos del 2020, daba la cifra récord de 1717 personas fallecidas, intentando llegar a las costas españolas.
La cifra más alta desde que había registros. Ese número quedó empequeñecido por la del informe de 2022 con 2126 muertes, un 24% más. Pero es evidente que como sociedad generamos concha de galápago, lo que nos permite adormecer la conciencia y darnos la vuelta en la cama sin desvelarnos.
Por ello, las declaraciones de Sánchez «agradeciendo el trabajo de la policía y gobierno marroquí» cuando las decenas de cadáveres aún están calientes, entran directamente en el campo de la ignominia.
La interpretación grouchiana del marxismo, esa de tener unos principios pero sin importar cambiarlos por otros cuando no gustan, no encaja en nuestra visión.
Y no tiene futuro cualquier proyecto político desde la Izquierda que no lleve en su frontispicio la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la Asamblea General de la ONU en París en 1948. Tampoco deben tener recorrido la tibieza o la falsa equidistancia. En situaciones como la que tratamos nuestros planteamientos deben ser diáfanos, claros, sin titubeos.
Habrá que preguntarse algo nimio: ¿ha servido a los intereses de España traicionar a nuestros hermanos saharauis, o debemos empezar a acostumbrarnos, a partir de ahora, a tragar regalos envenenados como el de la matanza en la frontera?
¿Hay una política exterior definida o un parcheo a la rueda de las actuaciones de nuestro vecino del norte de África?
¿Los flujos migratorios son un «sálvese quien pueda» para que el país afectado se las averigüe o habrá alguna vez una política común de la Unión Europea, esa que pone límites a las personas pero nunca al capital?.
Porque se olvida muy pronto que, a lo largo de la Historia, el ser humano -con esa absurda pretensión que tiene de intentar comer todos los días y aspirar a una vida mejor- si no encuentra la solución en su lugar de nacimiento, siempre va a «buscarse las habichuelas” allá donde intuye que hay posibilidades.
Siendo no creyente, como he dejado claro en tantos escritos, no me duelen prendas en reconocer que ojalá hubiera escuchado de dirigentes políticos a los que considero próximos una denuncia tan contundente como la realizada por Santiago Agrelo Martínez, arzobispo emérito de Tánger «No preguntes cuantos son los que murieron…» (1)
Pero claro, tampoco podemos olvidar el país que habitamos. Y asumir (no es lo mismo que comprender) el «por qué » de los silencios, ese correr la cortina y mirar en otra dirección. Un ejemplo: los resultados de las últimas autonómicas en El Ejido dieron un 47.56% de los votos al PP y un 29.76% a Vox. Sumemos y luego releamos en sus programas las propuestas sobre inmigración. Y después podemos plantear cómo se verían afectados sus negocios sin la mano de obra barata que aportan los inmigrantes. Los quieren sudando bajo los plásticos del invernadero pero fuera de las calles los fines de semana.
Mirar hacia otro lado no es nuevo como actitud (in)cívica en amplias capas de la población. Se ha hecho durante décadas y, por ello, hay tantas trabas a la memoria histórica para que saquen a la luz los datos reales. Porque en un sistema de explotación cruel y canalla siempre hay espabilados que hacen caja y luego piden impunidad y olvido. Ojea la situación que describieron Antonio Maestre en su libro «Franquismo S.A.» (donde se refleja el enriquecimiento de las grandes familias del franquismo a costa de la explotación en condiciones de semiesclavitud de centenares de miles de republicanos presos) o Isaías Lafuente, en «Esclavos por la Patria» donde también estudiaba los tejemanejes de la Dictadura en ese campo. Este último, en una entrevista, a la pregunta de que si no era excesivo utilizar la palabra «esclavos» tuvo una respuesta antológica: «No, responde a la realidad… El salario venía a ser de unas 13 pesetas diarias … el trabajador, el preso, se llevaba 50 céntimos…Es como si a una persona que cobra 1000 euros le dejas ahora con 35 euros. A mí me parece que técnicamente estamos hablando de esclavitud«.
Pues no olvidemos las miles de denuncias sobre las condiciones reales de trabajo de esos «sin papeles» que llegan en avalancha y el grado de desesperación y la situación que deben tener en su país de origen para que este lado les parezca un paraíso a pesar de las mismas.
Pero si nos deshumanizamos hasta llegar a la insensibilidad absoluta cada vez tendremos más encima la losa de una sociedad insolidaria, egoísta, incapaz de ver más allá de su ombligo y por lo tanto a punto de caramelo para experiencias totalitarias.
Porque aunque nos parezca imposible, todo puede llegar a ser posible en un país que en su Historia ha sido capaz una vez y otra de sustituir a las mulas que tiraban del carruaje en el que iban sus explotadores y entre vítores pelearse por ser ellos quienes hicieran el papel de bestia de carga (no hace falta irse muy lejos de nuestra ciudad, tal como recoge el libro dirigido por García Parody «Visitas reales a Córdoba» el 25 de octubre de 1823, treinta y dos «Voluntarios Realistas» hicieron gozosos de mulos para pasear al infame Fernando VII).
Por eso tenemos que luchar una y otra vez contra el olvido y el silencio. Aún a costa de ser conscientes de predicar en un desierto con muchos compatriotas dándose golpes de pecho y rasgándose las vestiduras si consideran que no se está suficientemente firme ante una bandera pero sin oídos para los gritos de un semejante pero de otra raza, color e idioma que pide ayuda mientras es masacrado.
Los silencios matan. Es cuestión de no empuñar ese arma.
REFLEXIÓN – GRITO DE SANTIAGO AGRELO, exobispo de Tánger:
No preguntes cuántos son los que murieron, tampoco cuántos han sido los heridos. “Centenares”, dicen. Cien arriba, cien abajo, ¿a quién importa?
No preguntes cómo murieron. No preguntes si esas muertes fueron evitables. No preguntes por responsabilidades en ese crimen contra unos jóvenes africanos sin derechos y sin pan.
No preguntes.
La culpa es de los muertos. Los violentos son los muertos. Los responsables son los muertos. Las autoridades de los pueblos sólo pueden felicitarse de haber conseguido que los violentos estén muertos, que los sin derechos estén muertos, que los sin pan estén muertos.
Y se felicitan, y se aplauden, y se animan a continuar matando a jóvenes africanos sin derechos y sin pan.
Y el periodismo calla: no denuncia; ni siquiera informa.
Y la conciencia calla: como si Alá bendijese a quienes matan pobres; como si a Dios no importasen los pobres que asesinamos; como si los dueños del poder que nos oprime fuesen también los dueños de nuestros derechos, de nuestro pan, de nuestras vidas.
Yo no puedo decir que los responsables de esas muertes son los Gobiernos de España y Marruecos; yo no puedo decir que los Gobiernos de España y Marruecos tienen las manos manchadas de sangre; yo no puedo decir que los Gobiernos de España y Marruecos llenan de víctimas un frío, cruel, prolongado e inicuo corredor de la muerte. No lo puedo decir, pero lo puedo pensar, y es lo que pienso.
Adoradores del dinero a un lado y otro de la frontera. Adoradores del poder a un lado y otro de la frontera. Adoradores de la mentira a un lado y otro de la frontera. Violadores de pobres a un lado y otro de la frontera. Herodes y Pilato se han puesto de acuerdo para matar a Jesús. A un lado y otro de la frontera Herodes y Pilato se han puesto de acuerdo para matar a ese “Dios para Dios”, que son los pobres.
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