Si han visto la genial película de Woody Allen, Sombras y Niebla, quizás compartan conmigo que es aplicable a nosotros, las gentes de Córdoba en los tiempos duros de coronovirus.
En un poblado incierto, una noche de niebla, Max Kleinman (W.Allen), un judío mediocre y desorientado, es despertado por un grupo de vecinos, asociados en una patrulla ciudadana, que han ideado un plan para capturar a un asesino ubicuo que mata de noche sin freno. En un estado casi onírico Max Kleinman recorre durante toda la noche las calles neblinosas de la ciudad, tratando de saber cuál es su papel en ese plan, que la propia patrulla ciudadana ignora. Los distintos grupos influyentes se afanan en llevar a buen término un particular proyecto de captura que ni ellos mismos conocen, ocupan su tiempo en disputas y discusiones, mientras el asesino campa a sus anchas por las calles del poblado. Estos grupos influyentes sólo se unen cuando creen entender que el indefenso Kleinman puede ser el asesino que todos van buscando. Derrotado y sin agarraderos, Kleinman acude a un prestigioso mago para que con sus trucos atrape al verdadero culpable, y realmente el mago consigue atraparlo. Sólo que cuando llega la policía al lugar para hacerse cargo del criminal, este ya ha conseguido liberarse de las cadenas ilusorias del mago y podrá continuar su carrera, sin freno alguno por parte de los representantes del orden.
El buen cine siempre consigue alumbrar ciertas sombras, porque nosotros, como el protagonista del film de Allen, estamos hoy viviendo en una ciudad brumosa, con poca luz y muchas oscuridades.
Los efectos sociales de la pandemia son como el peligroso asesino del film, que anda suelto y a quien nadie es capaz de frenar: el paro, la falta de ingresos, la carencias desesperadas de los que nada tienen, la angustia de las personas que viven sus vidas en la sombra. Y allí están esas patrullas ciudadanas, elegidas para proteger a los ciudadanos, que representan los grupos políticos de nuestro Ayuntamiento, que como los patrulleros del film no tienen ningún plan para remediar los males sociales, pero que se presentan ante la comunidad como si lo tuviesen. Discuten entre ellos, aparentan estar preocupados por los efectos de la pandemia, pero detrás de sus carreras alocadas no hay nada, sólo la inoperancia y la escenificación absurda de su incapacidad. Algunos ciudadanos bienintencionados, como el protagonista de Sombras y Niebla, han propuesto a las grupos municipales una fórmula sencilla, que podría paliar el dolor de los desfavorecidos, una renta social municipal para proteger sus vidas indefensas de las oscuridades de la miseria.
Y el otro día nuestros representantes locales escenificaron en el Pleno municipal la representación vacía de su unidad, al proclamar juntos su voluntad conjunta de estudiar el remedio propuesto por el inocente ciudadano.
Y nos contaron al unísono que crearían una comisión de trabajo para detectar qué vecinos estaban realmente en peligro, quiénes necesitaban la protección de las patrullas, a cuántos era previsible que les alcanzara la muerte. Y con seguridad que, como ocurría en el film de Allen, mientras ellos formaban su comisión de trabajo, la miseria y la pobreza seguirían haciendo el suyo.
Hablaron además de poner en marcha un protocolo de actuaciones para mejorar la coordinación con otras patrullas ciudadanas ocupadas de la salud, la economía, la educación, el empleo y la vivienda; con la actuación conjunta de todas ellas se darían los primeros pasos para dar forma teórica al remedio sencillo propuesto por el ingenuo ciudadano. Y mientras ellos iban poniendo en marcha el protocolo coordinado de salud, economía, empleo y vivienda, la pobreza, la miseria y la desesperación ponían en marcha el suyo.
Determinaron también los representantes locales que había que lograr que el gobierno de la nación se comprometiera en solucionar los males de la ciudad, yendo por delante en la aplicación de los remedios paliativos. Y solo en el caso de que las víctimas siguieran aumentando y no bastaran los remedios gubernamentales, las patrullas locales unidas actuarían subsidiaria y complementariamente, abriendo la puerta a la consabida renta municipal, que el cándido ciudadano había sugerido. Claro está que esto sólo podría realizarse siempre que los recursos municipales lo permitieran y los bancos dieran el visto bueno, tras arduas negociaciones y laboriosas modificaciones legales.
Y por si había alguna duda de su voluntad ambiciosa de remediar los males de la ciudad, nuestros representantes diluían los efectos minúsculos de la renta municipal, formulada por el inocente ciudadano, en una mayúscula propuesta de lucha contra la pobreza, que todos estaban dispuestos a firmar en algún momento.
Es lógico que ante una resolución de tal envergadura, cierta prensa se encargara al día siguiente de tranquilizar a las buenas gentes, comunicándoles que ya se había aprobado la renta municipal, sugerida por el candoroso ciudadano y toda la ciudad podría dormir tranquila.
No hace falta predecir que en el libreto de esta película, igual que en el film de Woody Allen, el asesino seguirá haciendo su trabajo.
Que no se nos escape el mensaje de este artículo escrito con gran belleza formal. Mensaje rotundo, valiente, sin pelos en la lengua. Acerca de una propuesta de Podemos en el pleno municipal, previamente entregada, se escenifica un consenso: el gobierno municipal no se compromete a poner en marcha una renta municipal. Queda en espera de que el gobierno central se anticipe. No se compromete a nada. Pero dice que lo estudiará, no sabemos cuando y asunto concluido como si se hubiera resuelto.
Cati Rojas utiliza de forma sugerente el argumento de la película de Woody Allen para describir la respuesta de los regidores actuales del Ayuntamiento de Córdoba al incremento del sufrimiento y la indigencia que la actual pandemia ha provocado, como siempre, entre los más necesitados.